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León Sigüenza: ochenta años entre sus fábulas

La literatura, la diplomacia y la política formaron el trinomio vital de León Sigüenza (1895-1942), el primer diplomático salvadoreño en Japón.

Por Carlos Cañas Dinarte | Jul 08, 2022- 22:00

León Sigüenza

Nacido en la ciudad de Cojutepeque, departamento de Cuscatlán, el jueves 31 de octubre de 1895, León Sigüenza fue el primogénito del hogar compuesto por Margarita Mineros y el abogado, político y funcionario judicial Dr. Antonio Sigüenza (San Pedro Perulapán, 1865-San Salvador, 17-mayo.1932). Su nacimiento fue legalizado mediante escritura pública, emitida en su localidad natal, el 27 de septiembre de 1919.

León Sigüenza y Mineros —como le gustaba autonombrarse— realizó estudios en instituciones capitalinas y de su localidad natal. En 1909 estudiaba en el cojutepecano Instituto Municipal de Varones. Debido a la destrucción de la ciudad de San Salvador por los terremotos y erupción volcánica del Jueves de Corpus Christi (7 de junio) de 1917, la Escuela Normal de Varones fue trasladada a Cojutepeque. En ese local y en uno de los parques de la localidad, los intelectuales Manuel Andino, Juan Ramón Uriarte, Carlos Bustamante y Enrique Lardé Arthés sostenían tertulias literarias, a las que solían acudir los normalistas y escritores Camilo Campos y Miguel Ángel Espino junto con Sigüenza, quien leyó algunas de sus primeras fábulas y poemas satíricos.

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Edición original de las Fábulas de Sigüenza. Imágenes cedidas por la biblioteca de la Fundación “Dr. Manuel Gallardo”, Santa Tecla.

Con una estatura de 1.80 metros, ojos café, cabello marrón y piel morena, se desempeñó como gerente de una sucursal bancaria, para luego fungir como regidor (1918) dentro del concejo local cojutepecano. Fue secretario del consulado salvadoreño en New York (1919-1923). Entre 1922 y 1925, fue colaborador de la revista La semana y corresponsal de los periódicos nacionales La Prensa, Diario del Salvador y El Día.

Entre 1918 y 1941, efectuó diversas entradas y salidas marítimas por el puerto californiano de San Francisco, a veces en compañía de su hermano menor Guillermo (Cojutepeque, 19.agto.1898-San Salvador, 15.junio.1977, casado con Paula Molina).

En la primera semana de junio de 1927, en las páginas del vespertino capitalino El Día publicó cuatro deliciosas narraciones de tipo fabulesco y de profunda crítica política, las que tituló Don Zapato, Don Calcetín, Doña Liga y Miss Corbata. Su relación con las dictaduras siempre sería complicada, entre el señalamiento expreso, la tolerancia velada y la participación en las mismas.

Desde diciembre de 1924 fue postulado para el cargo de cónsul general de El Salvador en Tokio (Japón). Mediante la patente consular número 13, del 15 de agosto de 1927, fue autorizado para desempeñarlo. El gobierno salvadoreño le asignó un sueldo anual de 4,800 colones.

En 1929, la revista capitalina Excélsior publicó esta foto de Sigüenza, ataviado con montsuki (kimono masculino) y getas (sandalias

En la primera semana de noviembre de 1927 llegó a Tokio, donde se estableció en el Hotel Imperial como residencia particular, mientras que las oficinas las trasladó, en enero de 1929, a la casa número 4 de Yamashiro-cho, Kiobashi-ku de la misma localidad, dos meses después de que Sigüenza asistiera a la ceremonia de coronación del emperador Hirohito, desarrollada el 10 de noviembre de 1928. De sus actividades como primer diplomático salvadoreño en territorio japonés, remitió sendos detallados informes en mayo de 1928 y enero de 1929, los cuales fueron publicados en la capital salvadoreña por el Diario Oficial.

En junio de 1930, esa sede diplomática fue suprimida por disposición de la Asamblea Legislativa de El Salvador, que alegó que su funcionamiento era improductivo para el erario nacional, por cuanto se gastaba 550 dólares mensuales en su mantenimiento (300 para sueldo del cónsul, 60 en pago de intérprete, 150 en pago de alquiler del local) y que, por el contrario, sólo generaba un promedio de ingresos por 494.30 dólares mensuales. Sin embargo, su contrato consular permaneció vigente hasta el 31 de julio de 1931.

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Afincado en El Salvador desde 1932, a partir de febrero de 1933 representó a su departamento natal como diputado de la Asamblea Legislativa, donde fue electo presidente de la Comisión Legislativa de Relaciones Exteriores, Gracia y Justicia. Desde su curul, lanzó la iniciativa para que a los empleados municipales encargados de la recolección de fondos o impuestos se les exigiera una fianza hipotecaria previa a asumir sus cargos, para así evitar los altos niveles de malversación y corrupción existentes. En la sesión matutina del 29 de marzo de 1933, votó a favor de la nueva Ley de Imprenta propuesta por el gobierno del brigadier Maximiliano Hernández Martínez, que causó un amplio revuelo y protestas por el gremio periodístico.

Una de las recientes ediciones de las Fábulas de Sigüenza (San Salvador, Concultura, 1998), con introducción hecha por Carlos Cañas Dinarte.

A mediados de agosto de 1933, Sigüenza solicitó ante el pleno legislativo que se declarara inexistente el Tratado de Paz y Amistad —suscrito entre los gobiernos centroamericanos en Washington D. C., en febrero de 1923, por medio del cual se imposibilitaba el reconocimiento de cualquier gobierno golpista habido dentro del istmo—, debido a que ese documento no fue registrado nunca ante la secretaría de la Liga de las Naciones (Ginebra, Suiza). Aunque su iniciativa no prosperó, ese pacto fue roto, de hecho, cuando el régimen costarricense reconoció al gobierno electo de Hernández Martínez, en enero de 1934.

Mediante el acuerdo ejecutivo no. 400, emitido por la cartera de Relaciones Exteriores el lunes 30 de octubre de 1933, le fue refrendado el nombramiento de cónsul general en Japón. Se marchó del país por el puerto de La Libertad, en la mañana del 21 de noviembre de 1933.

El nuevo consulado salvadoreño en Yokohama fue abierto el 3 de enero de 1934, con una inversión inicial de 600 dólares estadounidenses. Ingresado al selecto Club Kojunsha (Tokio, inicios de agosto de 1934), Sigüenza pronto tomaría parte directa dentro de un episodio de gran importancia para la historia diplomática mundial. El gobierno de Hernández Martínez reconoció, el 3 de marzo de 1934, la existencia del Imperio de Manchukuo, dos días después de la coronación de su emperador K’ang Te, Gangde o Kang De, nacido en Pekín, en 1906, pertenecía a la dinastía Qing. Bajo el nombre de Xuantong fue el último emperador de China desde noviembre de 1908 hasta su abdicación el 12 de febrero de 1912, a raíz del triunfo de la revolución republicana, que lo obligó a vivir prisionero dentro de la Ciudad Prohibida, la residencia imperial dentro de la capital china, bajo el nombre occidentalizado de Henry Pu-Yi, Tras la invasión japonesa a Manchuria —región noroeste de China continental, ahora llamada Dongbei Pingyuan—, de la que sus tropas se posesionaron desde el 18 de septiembre de 1931, fue coronado emperador de Manchukuo el 1 de marzo de 1934. Capturado por tropas soviéticas, permaneció detenido entre 1945 y 1950. Después fue trasladado a una prisión china y fue encerrado por casi una década. Rehabilitado por las autoridades revolucionarias, pasó los últimos años de su vida como jardinero y bibliotecario en Pekín, a la vez que redactaba su autobiografía, publicada en 1965. Falleció en la capital china, en 1967. Su historia fue presentada al mundo, dos décadas más tarde, por el director Bernardo Bertolucci en su galardonada película El último emperador.

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El 19 de mayo de 1934, Sigüenza comunicó, de manera oficial, el reconocimiento diplomático salvadoreño del Imperio de Manchukuo ante el Mikado japonés. Esa noticia le fue transmitida al pueblo salvadoreño mediante el noticiario Lorotone, grabado en película de 35 milímetros por el italiano Alfredo Massi y difundido antes de cada proyección en las principales salas de cine del país. La Liga de las Naciones rechazó el reconocimiento salvadoreño y el país fue aislado del escenario mundial.

Uno de los informes oficiales de Sigüenza desde Japón, durante su segundo período consular. Imagen cortesía del Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador, Antiguo Cuscatlán.

El Salvador nombró a Wang Ching Shan como cónsul honorario en Shinking (capital imperial de Manchukuo, mayo de 1939), mientras que ese imperio sino-japonés designó, desde el 20 de junio de 1939, como su representante diplomático en San Salvador al agricultor y empresario cervecero Rafael Meza Ayau hijo, quien hizo las primeras gestiones para obtener el execuátur salvadoreño a partir del 23 de julio de 1940.

Según el periodista y escritor tecleño Manuel Barba Salinas, Sigüenza era “un hombre alto, cuidadoso en su atavío personal, charlador grato, con maneras y cortesía de oriental. Era poeta a lo [Oscar] Wilde, amante de la vida y la belleza y, como Wilde, quiso hacer de su vida una obra de arte, sin lograr nunca matar del todo, aun en medio de las risas del festín, cierta torturante tristeza gris que no pueden borrar de su rostro los hombres de fe atormentada o vacilante que siguen un ideal de belleza sin alcanzarlo jamás”.

El ahuachapaneco Ángel Max León realizó varias caricaturas de Sigüenza. En esta, fechada a inicios de la década de 1930, se destacan su altura, delgadez, peinado y el uso de vestimenta y calzado japoneses.

De vuelta en el país a fines de 1941, tras el ataque japonés a la base estadounidense de Pearl Harbor, Sigüenza se radicó en San Salvador. “Se instaló en una casa tropical de bahareque que convirtió, por el milagro de su gusto estético, en misteriosa residencia del Oriente”, recordaba Barba Salinas a esa casa de legado familiar, situada en el barrio Candelaria, en el no. 1 de la intersección de la avenida Cuscatlán y la décima calle oriente, con número telefónico 723. Allí organizó sus creaciones literarias en un libro que deseaba publicar, proyecto que —al igual que la redacción de sus novelas orientales y su tratado de estética— ya no alcanzó a ver realizado, pues lo sorprendió la muerte a las 11:00 horas del miércoles 27 de mayo de 1942, sumido en una crisis alcohólica. Fue sepultado en la Sección de Hombres Ilustres del Cementerio General de San Salvador, a las 16:00 horas del día siguiente y en medio de las expresiones de luto de diversos periódicos y páginas literarias.

Su hermano Guillermo fue quien editó el tomo de sus reconocidas Fábulas (San Salvador, Talleres Gráficos Cisneros, nov.1942), del cual ya se efectuaron cinco reediciones en San Salvador y Santa Tecla (1955, 1977, 1996, 1998 y 2001). En la editio prínceps se reprodujo el rostro caricaturizado que le hiciera el artista plástico ahuachapaneco Ángel Maximiliano de León Arana (20.sept.1907-1988).

Partida de defunción de León Sigüenza, conservada en el Registro Civil de la Alcaldía Municipal de San Salvador.

El tigre y el canario

-Sepa usted, señor mío,

que me vanaglorío

de que a su mismo lado

me tengan enjaulado-

le dijo un Tigre al pávido Canario

que también se encontraba prisionero

soportando ese mísero calvario

ni más ni menos como el Tigre fiero.

-Yo también, señor Tigre,

y mientras no peligre,

celebro que a su lado

me hayan colocado-

le contestó el Canario un poco serio.

Y luego le pregunta: -Diga, amigo,

¿por qué es que nuestro pérfido enemigo

lo tiene en tan penoso cautiverio?

-Porque soy sanguinario:

-le contestó al Canario

el terrible felino-

y sobre usted, vecino,

¿cuál es la seria acusación que pesa

que lo tiene sumido en tal quebranto?

Y contestó el Canario con tristeza:

-¡A mí me tienen preso porque canto!

La vida, más o menos,

a todos nos da palos;

a los unos por malos

y a los otros por buenos.

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