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El salvadoreño que midió la velocidad de la luz

En el presente, la vida y obra del científico Dr. Ireneo Chacón Peña (1825-1883)es desconocida para El Salvador transnacional. Urge rescatar sus aportes astronómicos.

Por Patricia Guerrero Medrano y Carlos Cañas Dinarte | May 14, 2022- 05:59

Tarjeta postal iluminada, remitida desde San Salvador, en 1914. Presenta el contexto social de la Universidad, en su segundo edificio (1879-1955), al costado sur de la Escuela Politécnica. Los rieles del tranvía de sangre fueron colocados en 1876, por lo que la escena corresponde a la época vital del Dr. Chacón Peña. Imagen digital suministrada por el educador y coleccionista estadounidense Dr. Stephen Grant.

Desde 2015, decretado como el Año Internacional de Luz, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) proclamó que cada 16 de mayo se celebre el Día Internacional de la Luz. Esta fecha recuerda la primera vez que un láser fue puesto en funcionamiento por el físico Therodore Maiman.

La medición de los propios parámetros de la luz ha atraído la atención de diversos científicos, como Galileo, quien en el siglo XVII intentó medir su velocidad de forma indirecta, al calcular el tiempo gracias a un arreglo de lámparas. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX cuando nuevos experimentos fueron propuestos hasta obtener datos más precisos. El propio Albert Michelson, primer estadounidense galardonado con el Nobel de Física, realizó un arreglo de espejos y obtuvo, en 1907, la cifra de 299,796 km/seg para la velocidad de la luz.

Mucho antes que se diseñaran esos arreglos experimentales, entre 1868 y 1877, el abogado e ingeniero salvadoreño Dr. Ireneo Chacón Peña (1825-1883) realizó sus propios cálculos astronómicos con el objetivo de obtener una cifra exacta para la velocidad lumínica.

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En 1871, el triunfo de la revolución liberal encabezada por el mariscal Santiago González Portillo abrió las puertas a un proceso de modernización de la República de El Salvador. Para entonces, en la Universidad, con tres décadas de existencia, apenas se enseñaban unas cuantas materias científicas en las áreas de medicina, ingeniería, química y farmacia, pues el resto de las cátedras estaba dominado por la teología y la jurisprudencia.

Portadilla y páginas del libro del Dr. Chacón Peña, procedentes del ejemplar conservado en la Biblioteca Rafael Meza Ayau, Universidad Don Bosco (UDB), Soyapango, República de El Salvador. Las litografías fueron realizadas por el suizo Auguste Feussier, residente en San Salvador. Imagen digital proporcionadas por la licenciada Verónica Miranda, de la UDB.

Ese proceso implicó una serie de transformaciones tanto en el claustro universitario, como en la consolidación de instituciones educativas como el Jardín Botánico (1867 y 1886), el Observatorio Meteorológico (1879) y otro estudiantil dentro del Instituto Nacional Central (1888), el Museo Nacional (1883), el Gabinete de Historia Natural (1891) y la creación de redes intelectuales naturalistas y positivistas en la región, especialmente en El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Nicaragua. Se dieron avances en las clasificaciones botánicas y biológicas emprendidas por los doctores Darío González Guerra (1833-1910), David Joaquín Guzmán Martorell (1843-1927) y Sixto Alberto Padilla Tovar (1857-1932), a la vez que consolidó la bibliografía y hemerografía con diversos libros y estudios sobre esos temas. Por su parte, el conde y capitán artillero francés Fernand-Marie Bernard Montessus de Ballore (1851-1923) inició los estudios sismológicos y vulcanológicos con carácter histórico, a los que dedicó dos gruesos tomos (San Salvador, 1884 y Dijon, 1888). Al interior de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador (1888) se dieron presentaciones públicas de diversas temáticas científicas del momento, la mayoría de las cuales fueron transcritas en su revista Repertorio Salvadoreño. Además, esa entidad cultural fue la primera que admitió mujeres en calidad de socias de número y corresponsales.

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Las nuevas publicaciones periódicas inauguradas entre 1871 y 1890 abrieron espacios a los artículos de opinión, reseñas y tratados de temas de índole práctico, ya fueran de corte agrícola, como manuales de técnicas para la siembra y cultivo del café y azúcar; mediciones del tiempo, longitudes y pesos, así como temas de interés general, cosmografía, la evolución de las especies, la imantación de la brújula, las grandes secuencias numéricas o la infinidad de las maravillas astronómicas.

Imagen digital proporcionadas por la licenciada Verónica Miranda, de la UDB.

En esas labores destacan los aportes del salvadoreño Dr. Ireneo Chacón Peña, nacido en Tejutepeque, el 6 de abril de 1825. Sus escritos científicos fueron recogidos y plasmados en las 582 páginas y 424 figuras litografiadas de su libro Estudios matemáticos que comprenden una reseña astronómica, una ojeada sobre las matemáticas, un compendio de agrimensura y geodesia, geometría (plana y del espacio), geometría analítica (plana y del espacio), trigonometría rectilínea y esférica, y astronomía (plana esférica y náutica), premiado por el Senado e impreso en 1877 a cargo del gobierno por la Imprenta Nacional, en San Salvador.

Cada ejemplar del libro fue vendido a cinco pesos. El volumen fue estructurado en tres grandes bloques temáticos: en el primero profundiza sobre las nociones fundamentales de la aritmética, el álgebra, la geometría y otros procedimientos matemáticos de la época. En el segundo, realiza un estudio de la física celeste, la obtención de los principales parámetros físicos, como el tamaño, peso, densidad, distancia, temperatura y otras cuestiones sobre las características del Sol, los planetas y otros cuerpos celestes. En la tercera y última sección, titulada Reseña astronómica aborda cuestiones técnicas acerca de la construcción de diversos instrumentos científicos, las dificultades y corrección de errores relacionados con las mediciones astronómicas desde Centroamérica, además de cuestionar las principales ideas de la evolución, la formación del cosmos y la posibilidad de la vida en otros mundos, ante las que analiza las implicaciones físicas y técnicas que debieran darse. Cada tema está desarrollado como lecciones concretas, por lo que dicha estructura le permitió ser usado como un libro de texto entre los estudiantes universitarios de ingeniería y agrimensura de la Universidad.

Imagen digital proporcionadas por la licenciada Verónica Miranda, de la UDB.

Sin saber leer y escribir hasta los 19 años, Ireneo Chacón Peña se fugó del hogar y se estableció en San Salvador, donde aprendió las primeras letras con la Cartilla de San Juan. En tres años, cursó toda desde la primaria hasta el bachillerato y se matriculó en el doctorado en Jurisprudencia en la Universidad. Una vez graduado, ejerció como diputado hasta llegar a ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia, pero -por una condena civil en su contra- tuvo que dejar sus labores judiciales entre 1858 y 1860. Mientras duraba esa condena, utilizó muchas noches de su tiempo libre para realizar sus primeras anotaciones astronómicas desde el centro del patio de su casa, subido a un árbol de tamarindo y desde donde observaba a ojo desnudo.

Tras exiliarse en Guatemala durante la parte final del régimen del general salvadoreño Gerardo Barrios (1858-1863), su presencia política posterior en el gobierno de Francisco Dueñas le permitió llegar a ser presidente de la Asamblea Constituyente salvadoreña (1864) y rector provisorio de la Universidad (1864-1867). Su afición por la ciencia lo llevó a matricularse, una vez más, en la Facultad de Ingeniería. Como parte de un grupo selecto de graduandos que ya poseían un título previo, elaboró una tesis que le otorgó el grado doctoral en ingeniería en 1877, con estudios solares que iniciara en 1869. En el Alma Mater nacional también fue catedrático de Historia, Geografía, Astronomía, Hidráulica, Mecánica y Geología, entre muchas materias más.

En 1868, el Dr. Chacón Peña consideraba que el Universo conocido debía medir unos 80 “años lumínicos”, pero en 1877 ya pensaba que alcanzaba los 5,000 “años lumínicos”. En ese tiempo también inició sus cálculos del peso de la Tierra, el Sol, los otros siete grandes planetas, 22 lunas y 201 asteroides conocidos hasta entonces por la astronomía internacional. Con esos apuntes y sus diagramas, el tejutepecano comenzó la astronomía teórica en el territorio salvadoreño, a la que contribuyó también con estudios de la paralaje del Sol y su propia medición de la velocidad de la luz: 77,000 leguas/seg o 308,000 km/seg. Así, registró que la luz, contrario a lo que se creía antes del siglo XIX, no era infinita y que recorría, en línea recta, la distancia del Sol a la Tierra en 8 minutos y 18 segundos, apenas un segundo atrás del más reciente dato disponible. Desde 1983, la velocidad de la luz ha quedado fijada en 299,792.458 km/seg.

Chacón Peña y su visión secular de la astronomía -inspirada principalmente en la obra del francés Camille Flammarion y por sus propios caminos dentro de la masonería (de la que su yerno, el también abogado y educador Dr. Rafael Reyes, llegaría a ser alto dirigente)- no sólo caló en el ámbito académico, sino también en el político. Chacón Peña contribuyó a consolidar las nuevas disciplinas en el ámbito universitario, como la cosmografía y la astronomía. A su vez, impulsaría la enseñanza cosmográfica en la enseñanza secundaria y bachillerato de todo el ámbito nacional, como parte de la reforma promovida desde el claustro universitario, máximo ente rector del sistema educativo nacional en esos momentos. También hizo énfasis en cuestiones de índole práctico, como las mediciones, el cálculo y corrección de las tablas astronómicas, derivadas de la latitud que ocupa Centroamérica.

En la capital salvadoreña, la vida intelectual dedicada a la promoción astronómica no cesó durante varios años, gracias a los trabajos de Santiago Barberena (1851-1916) y Alberto Sánchez (1864-1896), quienes diseñaban los almanaques y calendarios anuales, a la vez que realizaban el trazado de una meridiana, fabricaban un reloj de sol, verificaban las mediciones de la latitud de El Salvador, con miras a la gestación de un mapa oficial (1892-1905) y proporcionaban la hora exacta del mediodía a la población, mediante el disparo de una pequeña pieza de artillería. Este grupo de intelectuales prestaría especial interés a las recientes discusiones de la astronomía, como el sistema solar de Laplace, el posible descubrimiento del Planeta X, nombrado Vulcano por el propio Sánchez; el estudio de la luz y el arcoíris, donde Sánchez citaría en numerosas ocasiones a Flammarion, hasta finalmente dedicarle su obra, La cornoide, una curva geométrica a la que dedicó gran parte de su vida de investigador. A este pequeño grupo de astrónomos se unió Antonia Navarro Huezo (1870-1891), quien el 20 de septiembre de 1889 obtuvo el doctorado en Ingeniería Topográfica con una tesis dedicada a la Luna de las mieses, un fenómeno con amplia popularidad en Europa pero que era imposible de observar desde El Salvador.

Anuncio artístico de la Librería Rivera (San Salvador), que en enero de 1885 puso a la venta algunos ejemplares de la edición original del libro del Dr. Chacón Peña. Imagen escaneada proporcionada por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA), Universidad Centroamericana (UCA), Managua, Nicaragua.

Esta red de profesionales de la astronomía no sólo formaría parte de la élite de intelectuales salvadoreños del positivismo y del naturalismo, sino que, a raíz de exilios y golpes militares, intervendría en las múltiples dimensiones culturales del quehacer científico centroamericano. Esa red de intelectuales positivistas creó espacios culturales y políticos inéditos, en que la circulación e intercambio de ideas e influencias intelectuales de ida y vuelta entre Europa y América fueron mucho mayores y fructíferos, con cierto impacto en las políticas públicas trazadas en esos años, de cara a la modernización del Estado salvadoreño y del resto de repúblicas centroamericanas. Aquí es posible visualizar un germen nacionalista que incidiría en múltiples espacios políticos, no sólo en el científico, donde la sentencia positivista del Orden, Paz y Progreso se fortalecería durante las próximas décadas.

El Dr. Chacón Peña falleció en la ciudad de San Salvador, a las 21:30 horas del miércoles 1 de agosto de 1883. El país perseguiría el reconocimiento internacional de su trabajo científico al llevar sus libros y los de González Guerra y Sánchez Huezo a la Exposición Universal de París (1889) y a la Exposición Panamericana de Buffalo (1893). En la actualidad, de la obra astronómica del Dr. Chacón Peña sólo se conservan ejemplares en bibliotecas de Soyapango, Managua, Buenos Aires y París.

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