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Marcelino Carballo Angulo: pintor, escultor y docente

De la mayor parte de artistas plásticos salvadoreños de la segunda mitad del siglo XIX se ignoran muchos datos biográficos. Marcelino Carballo Angulo no es la excepción.

Por Carlos Cañas Dinarte | Ene 07, 2023- 05:58

Rostro de Marcelino Carballo Angulo, en el dibujo hecho en 1976 por Camilo Minero. Imagen cortesía de la Fundación Camilo Minero, San Salvador.

Inaugurada el 1 de agosto de 1904, la primera Exposición Nacional en la Quinta Modelo (sur de San Salvador, después sede del Zoológico) contó con varios edificios con fachadas y salones provisionales creados por los señores Bueron, López y Malaud. Permaneció abierta hasta el 15 de septiembre de 1904 y contaba con glorieta de perfumes, restaurante al aire libre, laguneta artificial para paseos venecianos en lanchas -desecada en 1906-, puente metálico y los modernos pabellones del Museo Nacional y de la Junta Nacional de Agricultura, después ocupados por la Dirección Nacional de Pequeñas Industrias (1922) y la Escuela Militar “Gerardo Barrios“ (1927).

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Más de mil expositores, 3,500 productos y más de 100,000 personas visitantes se dieron cita en ese lugar, cobijados por las notas del himno compuesto por el poeta Acosta y el músico Rafael Herrador, ocasión de encuentro comercial y cultural en la que también se produce la entrega de las flores naturales a los jóvenes poetas Manuel Álvarez Magaña y Francisco Herrera Velado, ganadores de los primeros Juegos Florales celebrados en territorio salvadoreño.

Ambiente frente a uno de los salones de la Primera Exposición Nacional, Quinta Modelo (San Salvador), agosto-septiembre de 1904, donde pinturas de Carballo Angulo fueron expuestas ante más de 100,000 visitantes. Foto hecha por J. O’Meany para la revista capitalina La Quincena.

Uno de aquellos expositores fue el artista plástico Marcelino Carballo Angulo, quien envió varias pinturas de su creación al médico migueleño Dr. David Joaquín Guzmán Martorell (1843-1927), organizador y curador de esa primera Exposición Nacional, con la finalidad de que las expusiera en los abigarrados espacios de aquella muestra de productos agrícolas, minerales, textiles y demás industrias salvadoreñas.

En aquel grupo número 18, correspondiente a las Bellas Artes, fueron expuestos cuadros de la tecleña María Castellanos, del belga Armand Harcq, estudios de flores en porcelana hechos por Alfredo Bustamante y diversas pinturas de Abelina A. de Arango, Antonio Zepeda, Juan Francisco Wenceslao Cisneros Guerrero (1823-1878), Antonio J. Rodríguez y una escena orientalista pintada por el médico vicentino Dr. Darío González Guerra (1833-1910), así como una imagen de la Virgen de Lourdes hec ha por Ramón González y diversos jarrones, macetas, floreros y vasos decorativos.

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Este óleo sobre lienzo, sin título, de 92 por 70 cm, formó parte de la exposición Al compás del tiempo. Procesos e influencias en el arte salvadoreño, curada por Rodolfo Molina y Rafael Alas, MARTE, diciembre de 2011 a diciembre de 2016.

Ese año de 1904 fue muy significativo en la vida de Marcelino. El 4 de mayo, en la Alcaldía Municipal de Zacatecoluca, contrajo nupcias civiles con Concepción Salamanca Cruz, nacida en la localidad viroleña en 1861. Ella fue hija de Magdaleno Salamanca Ortiz (1813-1903) y de Ignacia Cruz (1818-1911), quienes también procrearon a Mariana (1852-1914, casada con Agustín Lozano), Eliseo (1856), Segunda (1858-1940, casada con Felipe Valencia) y otros descendientes más.

Marcelino había nacido entre 1869 y 1870, en la sede hogareña establecida en la cabecera departamental de La Paz por Marcelino Carballo padre y María Angulo, donde también vinieron al mundo Isabel (1862-1965, casada con el Dr. Ramón Hernández Colocho) y otros vástagos.

En las últimas dos décadas del siglo XIX, la enseñanza de las bellas artes estaba concentrada en la ciudad de San Salvador, en especial entre los colegios particulares y en la Academia de Dibujo y Pintura, dirigida entre 1883 y 1893 por el artista Mauricio Villacorta. Fuera de esas instituciones, solamente se podían adquirir conocimientos de artes en los talleres de dibujo, pintura, modelado, repujado y escultura abiertos por maestros como Pascasio González Erazo (1848-1917).

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En un artículo de 2014 en una revista costarricense, el ya fallecido crítico salvadoreño Lic. José Manuel González señalaba: “La presencia de diversos talleres de arquitectos y constructores privados se convertirá en una opción a las necesidades y búsquedas de los jóvenes creadores de principios del siglo XX en El Salvador. (Ellos) solventarán el aprendizaje de los estilos y formas clasicistas que exige el paisaje urbano de la nueva ciudad moderna. Estos constructores europeos se irán estableciendo en el país e importarán los materiales, estilos y convenciones que se adecuan al espíritu ilustrado del proyecto imaginario de la república salvadoreña. A su vez, este sistema de réplicas y producciones en serie para edificios gubernamentales y casas privadas conducirá a que, no solo se importen desde Bélgica estructuras prefabricadas en lámina troquelada, sino a que se subcontraten carpinteros, albañiles y aprendices de buena obranza para armar y emplazar estas estructuras o adecuaciones de las mismas en las diversas ciudades con aires de modernización. Los encargos, prácticas, subcontratos y copias que irán emergiendo, servirán como capital de referencia a muchos diestros artesanos e hijos de los mismos para estimular la producción plástica en distintos oficios.”

Para cumplir con esas necesidades decorativas de las urbes edificadas gracias a la bonanza internacional del café salvadoreño, la práctica artística estuvo más relacionada con la producción de imaginería y obras para usos religiosos o decorativos, como bien lo definió el crítico salvadoreño Luis Cróquer. De acuerdo con el arquitecto y crítico Luis Salazar Retana, en su libro de 1995, tanto González Erazo como Carballo Angulo fueron “en esencia santeros, copiadores de estampas, algunas pocas veces paisajistas y, en muy pocas ocasiones, alcanzan la connotación de artista en el sentido moderno del término”. De esa manera, González Erazo y Carballo Angulo contribuyeron con la creación de pinturas y esculturas para la segunda Catedral de San Salvador (1884-1955) y otros templos, residencias y oficinas gubernamentales.

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Padre, no me abandones, óleo sobre lienzo, 97.0 por 70.0 cm), interpretación personal de Carballo Angulo, basada en el Cristo en Getsemaní (1890), del pintor alemán Hofmann. Imagen cortesía del MARTE, San Salvador.

En ese sentido y a juicio de la crítica salvadoreña Dra. Astrid Bahamond Panamá, de Carballo Angulo “su obra más significativa (…) se aprecia en la escultura, técnica donde combina con mayor facilidad su admiración por el clasicismo. Utilizando como soporte el madero y trabajando con formones y gubias de carpintero, Carballo se dedica de lleno a la copia de la escultura mitológica griega. En pintura puede rescatarse la retratística como innovación artística, ya que trabaja con modelo directo y no simplemente implementa la copia fiel, metodología que utiliza dentro de la iconografía religiosa.”

De acuerdo con el arquitecto y maestro en artes Rafael Alas Vásquez, Carballo Angulo “en algunas obras se muestra como un buen copista de figuras y escenas, alcanzado en un ejemplo en particular un notable naturalismo. Sin embargo, en otras (de las pocas que se conocen), es menos atento o capaz de llegar a ese grado de fidelidad con la realidad. Sus composiciones son equilibradas y presenta variedad en el manejo de la luz, a veces con cierto claroscuro y otras con sombras muy limitadas. Intentó acoplarse a las maneras de pintar de moda, como en su pintura de una pareja, creada a mi parecer a partir de una fotografía, pero con las imprecisiones y difuminaciones de formas correspondientes al Impresionismo francés.”

Para fines de la primera década del siglo XX, Carballo Angulo ya estaba establecido a plenitud en su urbe natal y fundó su propia Academia de Dibujo y Pintura. Según el escritor José Roberto Cea, “por esos tiempos no andaba muy bien la pedagogía del dibujo; el método que se empleaba para la enseñanza era el de copias de estampas por medio de la cuadrícula, y en el taller de don Marcelino el trabajo predominante era la ejecución de imágenes de santos y de vírgenes para adorno de las iglesias”. Por aquellos salones, pasillos y caballetes desfilaron decenas de estudiantes como los futuros artistas plásticos Carlos Alberto Imery, Camilo Minero, Antonio Pineda Coto, Napoleón Nóchez Avendaño (escultor), Miguel Ángel Orellana, Pablo Catedral, Ángel Mendoza, José Godofredo Coto, Carlos Amaya, Alfonso Catedral y Antonio Díaz, así como diversas adolescentes y mujeres jóvenes.

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Según el artista plástico salvadoreño y catador de arte Dr. Mauricio Linares-Aguilar, “Su contribución a la formación inicial de artistas como Carlos Alberto Imery y Camilo Minero es importante debido a la escasez de maestros de arte en ese tiempo. El tratamiento técnico de su pintura fue sujeto a los materiales que tenía disponible en el medio. Carballo enseñó lo que él mismo había aprendido por su experiencia.”

Tras el incendio de la segunda Catedral de San Salvador, en la actualidad hay poca obra cuya autoría pueda ser atribuida a Marcelino Carballo Angulo. En la Catedral de Zacatecoluca hay una escultura de San Roque y en el templo parroquial de Sensuntepeque hay pinturas imaginativas de demonios con formas reptiles. Fuera de esas muestras, la Colección Nacional de Artes Visuales, custodiada en la Sala Nacional de Exposiciones “Salarrué” (parque Cuscatlán, San Salvador) conserva La Virgen del Carmen y las ánimas del Purgatorio, un óleo sobre lienzo de 128 por 93 cm, sin fecha, que fue expuesto por última vez en febrero y marzo de 2015 en el Pequeño Espacio de ese centro cultural.

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La Catedral de Zacatecoluca es uno de los espacios religiosos nacionales que aún conserva obra plástica de Marcelino Carballo Angulo. Imagen cortesía del Museo Nacional de Antropología “Dr. David J. Guzmán”, San Salvador.

En colecciones privadas se conservan otros óleos sobre lienzo, todos sin fechar, como El pecado original (91.5 por 63.5 cm), un retrato sin título (92.0 por 70.0 cm) y Padre, no me abandones (97.0 por 70.0 cm), una interpretación personal realizada a fines de la década de 1920, para la que tomó como base el Cristo en Getsemaní (1890), del pintor alemán Johann Michael Ferdinand Heinrich Hofmann (1824-1911).

Tras quedar viudo de su esposa Concepción, fenecida el 10 de septiembre de 1935, Carballo Angulo continuó con sus labores de enseñanza de las artes plásticas, a la vez que desplegó actividades propias en la confección de retratos e imágenes religiosas para clientes ocasionales, institucionales o particulares.

En sus años finales de trabajo y vida, creó sus versiones del Mar Rojo y del río Jordán para la capilla del baptisterio del templo del Calvario, en la ciudad de San Salvador. Importado desde México, ese baptisterio contiene también tres esculturas de ángeles, que representan la Fe, la Esperanza y la Caridad y cada una de ellas porta una custodia, un ancla y un corazón. Ese baptisterio fue consagrado el Sábado de Gloria de la Semana Santa de 1945. El templo fue consagrado el 20 de enero de 1951, cuarenta años después de la colocación de su primera piedra. Todo el crucero de esa construcción neogótica, de 64 metros de largo por 52 metros de ancho, ostenta decoraciones y esculturas hechas por Carballo Angulo y Valentín Estrada, así como dieciséis vidrieras elaboradas por la casa turinesa Albano Macario, ocho de las cuales fueron destruidas por el temporal del 6 al 9 de junio de 1934.

Víctima de intoxicación producida por ingestión alcohólica, Carballo Angulo falleció en el barrio Los Remedios, en Zacatecoluca, a las 17:30 horas del 22 de enero de 1949.

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Fachada de la segunda Catedral de San Salvador (1884-1955), en cuyo interior hubo obras artísticas de González Erazo, Carballo Angulo y otros artistas nacionales.

Casi un cuarto de siglo después de su fallecimiento, su exalumno Camilo Minero (1917-2005) recordó a su maestro en un dibujo de su rostro, trazado en blanco y negro, que grabó y publicó en 1976.

Entre el 19 de mayo de 2007 y el 11 de noviembre de 2011, su óleo Padre, no me abandones formó parte de las 138 obras distribuidas en los cuatro núcleos temáticos de reVisiones. Encuentros con el arte salvadoreño, la segunda exposición general del arte salvadoreño, presentada en la Gran Sala del Museo de Arte de El Salvador (MARTE, colonia San Benito, Salvador), curada por el crítico salvadoreño Jorge Palomo O’Byrne. Hasta la fecha, la ciudad de Zacatecoluca y el departamento de La Paz no le han rendido un homenaje apropiado a este hombre, cuya vida se debatió entre ser artesano y artista plástico, docente y promotor cultural entre la década final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

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