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¿Qué están aprendiendo los niños, los jóvenes y sus maestros en El Salvador?

Hay que reconocer el enorme esfuerzo realizado por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de El Salvador para evitar el descalabro total del sistema educativo y para reducir lo más posible la discontinuidad prolongada de la educación de nuestros niños y jóvenes. Pero en esto también, como era de esperarse, hubo aciertos y grandes errores. Pasado el huracán, ahora debemos preguntarnos cómo estamos, cómo están nuestros niños y jóvenes, sus maestros, sus escuelas.

Por Joaquín Samayoa

La Organización Mundial de la Salud ha dado por concluida oficialmente la pandemia del COVID 19. Los virus y sus mutaciones aún existen y los contagios son aún posibles, pero ahora existen como cualquier otro virus o bacteria entre tantos a los que estamos expuestos los habitantes de este planeta. Con algunas pocas excepciones, han quedado sin efecto todas las medidas restrictivas que se impusieron para controlar la expansión del virus y reducir la gravedad de la enfermedad. En ese sentido, podría afirmarse que el mundo ha vuelto a la normalidad, pero lo que ahora y en el futuro previsible es normal, es muy diferente a lo que era normal antes de la pandemia.

Tal vez ya van quedando como recuerdos borrosos muchos de los cambios que se impusieron en todos los ámbitos y dimensiones de la vida durante la pandemia, pero fue algo que nadie podría haber imaginado, una prueba durísima a la capacidad de adaptación de la sociedad, las familias, las instituciones y cada persona individual. Casi tuvimos que aprender nuevamente a respirar y a vivir. Tuvimos que inventar otras maneras de hacer las cosas. En un contexto de extrema incertidumbre, nos vimos forzados a desplegar una enorme creatividad para combinar lo necesario, lo deseable y lo posible.  Hubo aciertos y logros. También hubo terribles desaciertos con graves consecuencias.

La educación, en todos sus niveles y modalidades, también tuvo que cambiar, la mayoría de las veces de manera improvisada y en condiciones extremadamente adversas. La tecnología de información y comunicaciones adquirió súbitamente un rol prominente y nos sacó un poco del apuro; pero en educación, la incorporación forzada y abrupta de la tecnología no siempre produjo los resultados deseados, menos aún en los países que tenían muy poco desarrollo científico y tecnológico y en las zonas más deprimidas de los países con mayor desarrollo, recursos y posibilidades. 

Hay que reconocer el enorme esfuerzo realizado por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de El Salvador para evitar el descalabro total del sistema educativo y para reducir lo más posible la discontinuidad prolongada de la educación de nuestros niños y jóvenes. Pero en esto también, como era de esperarse, hubo aciertos y grandes errores. Pasado el huracán, ahora debemos preguntarnos cómo estamos, cómo están nuestros niños y jóvenes, sus maestros, sus escuelas. 

El MINEDUCYT no colecta o no divulga estadísticas desde que empezó la pandemia. Pero en los países que tienen más aprecio por la información para tomar buenas decisiones, en los países que tienen instituciones y recursos para generar y divulgar información relevante, el cuadro que se ha ido generando es bastante desolador.  Deserción estudiantil masiva en todos los niveles del sistema educativo, pérdidas sensibles en los niveles de aprendizaje de todas las asignaturas, problemas generalizados de salud mental, maestros agotados física y emocionalmente, padres y madres de familia estresados, confundidos y preocupados por el futuro que les espera a sus hijos. Y si esa es la realidad en los países ricos, podemos asumir, sin mayor riesgo de equivocarnos, que en nuestro país las cosas son también muy problemáticas, aunque no sepamos bien hasta qué punto o de qué manera. En todas las sociedades, los más pobres, los que ya estaban marginados del desarrollo económico, social y cultural, son los que, una vez más, cargan con la peor parte.

En países con abundancia de recursos, se están creando programas e invirtiendo miles de millones de dólares para el rescate de la educación. En la base de estos programas e inversiones está el reconocimiento de la existencia d un problema grave cuya solución requiere cuestionar premisas y romper esquemas en la organización, los propósitos, los contenidos, los métodos de enseñanza y los instrumentos de evaluación de logros de aprendizaje. Requiere dar la debida importancia a los problemas de salud mental, entre los que destacan la depresión, la ansiedad, la inseguridad y la falta de motivación.

Un problema que también exige discernimiento para decantar lo que sirve y lo que no sirve, especialmente en el uso de tecnologías como herramientas para facilitar y acelerar los aprendizajes, ya que sería un grave error no aprovechar el potencial de la tecnología, pero también sería un grave error hacer de la necesidad una virtud y seguir usando tecnologías que en algún momento, cuando el distanciamiento social era un imperativo para controlar la expansión de la pandemia, tuvieron alguna utilidad, pero son realmente poco eficaces o inviables en ciertos contextos socio económicos.

La solución a los desafíos que hoy nos presenta la educación requiere un refrescamiento humano y profesional del gremio magisterial. Requiere entrenar nuevamente a los maestros para que sean más sensibles a los problemas de los estudiantes y sus familias, para que puedan enfatizar en las aulas algunos temas cruciales, como el aprendizaje socio emocional, la capacidad de lectura crítica de los contenidos que circulan en las redes sociales y, de manera general, en la internet. Los maestros deben además adquirir nuevos conocimientos y desarrollar nuevas competencias para aprovechar lo bueno y neutralizar lo malo de la inteligencia artificial, que está penetrando con fuerza avasalladora en todos los ámbitos del quehacer humano.

Estas breves reflexiones y otras muchas que podrían hacerse apuntan a una importante conclusión. La tarea es demasiado grande y compleja, demasiado importante para dejársela al gobierno como único responsable.  La búsqueda de soluciones es responsabilidad de toda la sociedad, particularmente las universidades, las organizaciones no-gubernamentales que trabajan en temas sociales o específicamente educativos, las iglesias, la cooperación internacional, los centros privados de educación. Si algo no nos está permitido en estos momentos es seguir haciendo más de lo mismo, o peor aún, desentendernos del problema y quedarnos cómodamente resguardados en nuestras zonas de confort institucional.

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