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Trump promete liberar a los que atacaron el corazón de la democracia de EE.UU.

Si favorecer a esos facciosos a los que llama “rehenes” es su concepto de justicia, no es de extrañar que los condecore y los nombre embajadores de “buena voluntad” ante grupos y hordas anárquicos y sectarios como los talibanes. Esto no puede pasar inadvertido a la democracia estadounidense

Por El Diario de Hoy |

Donald Trump prometió solemnemente que, si llega de nuevo a la presidencia de los Estados Unidos, lo primero que hará será liberar a los sujetos que asaltaron el Capitolio y puso en peligro a los congresistas, agentes de seguridad y público. Muchos de ellos ya fueron juzgados, suficientemente probados sus crímenes y condenados.


La sociedad estadounidense debería preguntarse por qué un candidato ofrece liberar a quienes pusieron en peligro a sus representantes, a sus instituciones, a su democracia.


La toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021, no fue un juego de niños o una compungida procesión de Semana Santa con el Nazareno y la cruz a cuestas. Fueron grupos violentos que buscaban a la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, al vicepresidente Pence y otros congresistas para infligirles daño, según dijeron, enardecidos por la propaganda de Trump de que había sufrido un “fraude” cuando luego se reveló que él estaba haciendo desesperados esfuerzos por que se cambiaran números en colegios electorales. La trifulca dejó cinco muertos y decenas de heridos, sobre todo miembros de la policía, así como vandalismo y destrozos.


Si favorecer a esos facciosos a los que llama “rehenes” es su concepto de justicia, no es de extrañar que después los condecore y los nombre embajadores de “buena voluntad” ante grupos anárquicos y sectarios como los talibanes.
El mundo ya conoce lo que es el expresidente y sus tendencias a desconocer los derechos humanos, al poder judicial local y su obsesión contra los migrantes –tiene una especial fobia contra los salvadoreños aunque parece llevarse de mil maravillas con su presidente reelecto–, pero lo que asombra es cómo la sociedad estadounidense no repare qué clase de lances puede traer una segunda presidencia trumpista en esas condiciones.


Ciertamente, los estadounidenses y demás residentes en ese gran país están hastiados del gobierno demócrata, sobre todo porque ha permitido el ingreso masivo de inmigrantes que en muchos casos no han sido lo mejor de sus países, sino lo contrario, pero no merecen que un candidato generalice y amenace “con la mayor deportación de inmigrantes de la historia”, porque en justicia no se puede castigar a justos con pecadores. El solo anuncio de una expulsión indiscriminada ya descalifica sus propósitos.


El mundo vive una hora de las tinieblas y parece no darse cuenta

Todo lo anterior es tan irracional como toda la muerte y destrucción generada por el criminal de guerra Putin en Ucrania por un capricho de “atarla de nuevo a la Madre Rusia”, una suerte de URSS recargada a su estilo y conveniencia en pleno siglo XXI.


Además de destruir a Ucrania y al mismo ejército ruso que manda como carne de cañón, Putin está hundiendo a Rusia en la mayor de las dictaduras, donde no se puede hablar ni una palabra en su contra o si quiera tener disensos mínimos porque se corre la suerte de Alexei Navalni, el opositor asesinado a pausas en una cárcel del Círculo Polar Ártico.


El precio puede ser la vida no sólo dentro de Rusia, sino también fuera, como le ocurrió al cabecilla de los mercenarios Wagner, Pregozhin, cuyo avión estalló en pleno vuelo, o al joven piloto militar que desertó en Ucrania y fue asesinado de 12 balazos en España, donde estaba refugiado.


Los iraníes siguen colgando a manifestantes y latigueando a mujer por no usar trapos en la cabeza, los chinos continúan sembrando el miedo entre su gente después del despertar capitalista antes de Xi Jinping, los talibanes hunden a Afganistán en el atraso y el sectarismo musulmán y los terroristas escudándose en las víctimas de Gaza para intentar la lucha de propaganda a Israel y asestarle más masacres como la del 7 de octubre. Ortega sigue persiguiendo a la Iglesia y controlando la vida de los nicaragüenses, mientras Maduro fantasea con conspiraciones para perseguir a la oposición cuando se ve en peligro de perder elecciones y no duda en abrir conflictos con Guyana y Argentina para desviar la atención, pero sus pueblos languidecen de hambre y enfermedades.


¿Qué le pasa al mundo que sólo se limita a contemplar estos hechos y no actúa para no repetir las experiencias de Hitler, Stalin, Mao y tantos otros carniceros que no tuvieron empacho en desatar guerras mundiales sin pensar en los costos? ¿Es cobardía, mezquindad o comodidad?

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Donald Trump Opinión Vladímir Putin

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