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Alimentos transgénicos, ¿ángeles o demonios?

¿Qué hacer entonces? Supervisar los procesos de producción, garantizar la inocuidad de los alimentos en todas sus fases, mantener una vigilancia de la trazabilidad de todos los OGM y, si es detectado algún OGM que tenga el potencial “real” de dañar la salud, y no solo se valore la maledicencia, pues prohibir su uso.

Por Edward Wollants
Médico y abogado

Previo a iniciar es imprescindible aclarar que no debemos caer en el error de generar confusión (la cual de hecho es común) a causa del título, puesto que es menester ahorrar palabras en una columna, y el título no es la excepción.
El verdadero término al que quiero hacer alusión en este artículo es al de alimentos que contienen Organismos Genéticamente Modificados (en adelante OGM), dentro de los cuales se puede identificar a los transgénicos, de donde se extrae que un primer error o falacia es confundir el género con la especie.


Los OGM, conocidos también como transgénicos, son plantas, animales o bacterias que han sido manipulados con el fin de proceder a la inserción de un gen extraño, procedente de otra planta, animal o bacteria. Dicho gen se introduce mediante las llamadas técnicas de ingeniería genética.


Y no hay que dejarse impresionar por los nombres rimbombantes de profesiones que parecen alojar su quehacer en laboratorios espaciales, donde se fabrican alimentos cuasi alienígenas.


Los primeros ingenieros genetistas en este campo de los alimentos surgieron hace miles de años y, para explicar mis palabras, pido su comprensión permitiendo que use una pequeña historia, que expresa lo dicho con más claridad: Hace más de dos mil años, allá en las costas del Mediterráneo, donde se encuentran Grecia y Turquía, había una planta llamada Brassica Oleracea o col silvestre, que no es de muy buen sabor, pero que gracias a la selección de agricultores de la zona y a procesos de mutación aleatoria del ADN, a través de décadas, sino es que más, se produjeron otras nuevas plantas, dentro de las que se encuentran nuestras viejas amigas: coliflor, coles de Bruselas, brócoli, repollo y otras de la misma especie, lo cual quiere decir que estos nutritivos alimentos recomendados siempre en todos los programas saludables de alimentación, por parte de los profesionales de la nutrición, no se encuentran en su versión silvestre por ninguna parte del planeta, porque son creaciones del ser humano.


A pesar de las controversias, el uso de semillas modificadas genéticamente se impone cada vez más. De hecho, cuando escuchamos que el gobierno de la República provee a los agricultores (principalmente a los pequeños) con semilla mejorada de maíz, para sus cultivos, están hablando de OGM; dado que la modificación genética no solo permite incrementar el rendimiento de cada cosecha, sino también producir defensas contra plagas, cuyo combate, de otra manera, requeriría mayores cantidades de pesticidas, que sí podrían venir a ser perjudiciales para la salud humana por su acumulación.


Los más falaces detractores de los OGM aducen, entre otros argumentos, que se prometió que con los alimentos transgénicos se iban a terminar las hambrunas, pero éstas continúan; sin embargo, la falacia se completa cuando aceptan que esto se debe a que continúa la inequidad en generar seguridad alimentaria, por motivos económicos, por la violencia, discriminación, etc., lo cual no es generado por la modificación en los cultivos.


Que ha transcurrido “muy poco tiempo” desde que se ha iniciado de manera masiva y sistemática con el uso de OGM en la alimentación humana y animal, como para poder asegurar que son completamente inofensivos…puede ser, pero entonces, también es poco tiempo para señalar que provoca tumores, deformaciones y otros males, de los cuales no hay verdadera evidencia científica incontrovertible.


Conclusión: si por una parte no se puede demostrar que los OGM sean “ángeles”, tampoco se puede señalarlos como “demonios”, entonces tampoco debe considerarse ético señalar, satanizar, discriminar o sembrar el temor en relación a los alimentos que contienen estos organismos; a menos, claro está, que se cuente con verdaderas alternativas para solucionar la necesidad creciente de alimentación segura que tienen más de 7,760 millones de habitantes del planeta (para 2021); es simplemente tecnología en acción al servicio de la humanidad y desde hace muchísimo tiempo en verdad.


¿Qué hacer entonces? Supervisar los procesos de producción, garantizar la inocuidad de los alimentos en todas sus fases, mantener una vigilancia de la trazabilidad de todos los OGM y, si es detectado algún OGM que tenga el potencial “real” de dañar la salud, y no solo se valore la maledicencia, pues prohibir su uso. Caso contrario y retomando el caso de la semilla mejorada, se puede caer en una contradicción al estilo del poema de Sor Juana Inés de la Cruz: “Hombres necios que juzgáis a los OGM sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que advertís” (pido disculpas a Sor Juana Inés por tomarme la licencia de modificar su poema).

Médico, Nutriólogo y Abogado.

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