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Las lecciones de 1944

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Por Ramiro Navas

En abril y mayo de 1944 las calles de San Salvador presenciaron escenas que meses atrás habrían sido impensables. Doce años después de perpetrar un sangriento genocidio en el occidente nacional, el otrora invencible gobierno del general Maximiliano Hernández Martínez apenas se recuperaba de un alzamiento cívico-militar que logró ser frustrado y cuyo aplastamiento le generó una fugaz percepción de victoria. Fugaz porque aquella breve insurrección sirvió como antesala al levantamiento social que días más tarde marcaría el fin del martinato y la primera gran convergencia popular contra las dictaduras militares en el país.

La Huelga de Brazos Caídos marcó un antes y después en la historia salvadoreña. Universitarios, sindicalistas, académicos, políticos, campesinos, periodistas, militares, empresarios, diplomáticos… Figuras distintas entre sí, reconocidas entonces o más adelante, desempeñaron un papel en los acontecimientos. Desde perfiles más conservadores como los coroneles Tito Calvo y Mariano Castro Morán, o el periodista Napoleón Viera Altamirano, hasta reconocidos progresistas como el Dr. Arturo Romero, el Dr. Fabio Castillo Figueroa e incluso un joven Schafik Hándal. Fue el más amplio abanico social convergiendo alrededor de una consigna simple pero poderosa: vencer de una vez a la dictadura.

Fue un 9 de mayo cuando Martínez se vio obligado a entregar el poder, tanto por el desbordamiento popular como por la presión diplomática (intensificada tras el asesinato del estudiante José Wright Alcaine). Setenta y ocho años han pasado desde entonces, pero -lamentablemente- hay al menos tres lecciones de aquel proceso que se mantienen vigentes y que podrían ser útiles para comprender el momento que vive El Salvador en la actualidad.

1. Combatir la dictadura con amplios acuerdos democráticos.

En 1944 se construyó sobre la marcha una serie de concertaciones que se basaban en el mínimo común denominador. Fueron acuerdos que en ningún momento suponían la renuncia de las banderas o identidades de cada agrupamiento sino todo lo contrario: su afirmación a través de un compromiso activo con conquistar los mínimos para seguirlas defendiendo.

2. Construir frentes comunes desde la movilización social.

Uno de los factores decisivos en los acontecimientos de abril y mayo del ’44 fue el desbordamiento social. El primer intento de derrocamiento por la vía de la sublevación militar adoleció de debilidades relacionadas con el tenue acompañamiento popular a un golpe de Estado. En cambio, cuando las organizaciones convocaron a acciones masivas de protesta el ánimo social cambió y se abrió paso a la Huelga General, acompañada masivamente pero conducida en lo político y lo estratégico por un Comité en el que estaban representados diferentes sectores y agrupamientos.

3. Disputar la noción de “la verdad” en todos los espacios posibles.

Matilde Elena López, María Loucel y Arturo Romero protagonizaron uno de los momentos más memorables del derrocamiento de Martínez: se tomaron la oficialista Radio YSP en pleno levantamiento y se dedicaron a difundir consignas de rechazo a la dictadura martinista y a informar sobre los avances del proceso insurreccional. Y es que, a pesar de que entonces había una cantidad de medios que no se sometían a los controles editoriales del régimen y se abrían a denunciar, el aparato de propaganda martinista aún era fuerte y tenía la capacidad de manipular la percepción y las opiniones de las grandes mayorías. Los huelguistas democráticos comprendían que tanto el periodismo independiente como el arte crítico son espacios de disputa del sentido de “la verdad” cuando existen procesos de restauración democrática.

Aunque las condiciones actuales no sean exactamente iguales a las de 1944, sí existen suficientes fundamentos para afirmar que el gobierno de Nayib Bukele reúne características de un proyecto represivo, antidemocrático y vulnerador de derechos humanos. Y en este momento histórico tan particular, producto de una crisis de credibilidad de las instituciones (particularmente de los partidos políticos) y a las puertas de una profunda crisis social y económica, es cuando más urgente se vuelve la tarea de volver a construir amplios frentes comunes para desacelerar o detener la escalada autoritaria, en todas las vías posibles.

En 1944 la historia fue escrita por gente de a pie, desempeñando cada quién un lugar desde su posición, pero con la claridad de aspirar en común a un país en democracia. La memoria de aquella lucha nos invita nuevamente, esta vez con los brazos alzados.

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