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Dr. José Gustavo Guerrero: A zancadas hacia otra guerra mundial

“La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”, Thomas Mann.

Por Francisco Galindo Vélez

El Dr. Guerrero empieza el segundo capítulo de su libro, El orden internacional, con la siguiente afirmación: “Sea cual fuere el punto de vista que se adopte, no tiene duda que la Historia juzgará nuestro siglo como uno de los más atormentados, y, de igual modo, se considerará que a nuestra generación le ha correspondido la mayor suma de desdichas que la humanidad ha conocido hasta hoy”. Y es que cuesta entender cómo el mundo fue capaz de caer en un nuevo abismo de violencia y destrucción apenas 21 años después de terminado el anterior.

En su libro, el Dr. Guerrero analiza las razones que llevaron a la segunda gran conflagración mundial en menos de medio siglo:

  • La manera en que se terminó la Primera Guerra Mundial dejó sembradas las semillas de la segunda, porque había dos obras fundamentales y diferentes que realizar: una, terminar la guerra, tarea que correspondía a los beligerantes, vencedores y vencidos; y otra, la construcción de un nuevo orden mundial que garantizara la paz, labor que incumbía a todos. Sin embargo, Woodrow Wilson de los Estados Unidos, Georges Clemenceau de Francia y David Lloyd George del Reino Unido, que conformaban el Comité de Tres, fueron “los únicos responsables de la paz establecida en 1919…sobre los cuales el presidente Wilson ejercía una influencia predominante, y cuyas ideas, generosas sin duda, pero en modo alguno realistas -dieron por resultado la creación de una situación precaria, hasta el punto de haber facilitado en alto grado la preparación de una nueva guerra de revancha”.
  • El corto y el largo plazo resultaron ser un problema, porque “lo cierto es que la obra de los constructores de la paz fue concebida únicamente para resolver la situación de momento, sin tener en cuenta que era necesario preparar el mundo para evitar una nueva ofensiva de los países vencidos”, pues la obra de la construcción de la paz “tenía una importancia tan grande -si no más- que la que acababa de terminar en los campos de batalla”. 
  • La falla en mantener la unidad de los victoriosos fue evidente, y “Desgraciadamente, una vez dominado el peligro, desapareció la unidad de opinión tan penosamente adquirida frente al enemigo común, y cada una de las potencias ‘aliadas y asociadas’ prestaron atención únicamente a aquello que les interesaba de manera especial. Así, Inglaterra dedicó todo su interés a las cuestiones marítimas, Francia a sus fronteras terrestres, el Japón a las posesiones alemanas, Italia a las adquisiciones territoriales que pretendía obtener y los Estados Unidos a los 14 puntos enunciados por el Presidente Wilson ante el Congreso americano, el 8 de enero de 1918”. 
  • El proyecto empezó a hacer aguas desde el primer momento, pues si bien “las miradas del mundo entero estaban puestas en los hombres que iban a asumir la terrible responsabilidad de preparar el porvenir”, la realidad de lo edificado mostró que en “cada una de sus construcciones se abría una grieta que podía producir el derrumbamiento del edificio. Una Polonia resucitada con unas fronteras desfavorables para la defensa; una Checoeslovaquia, incapaz de mantener su equilibrio interior; una Austria, desprovista de los medios de subsistencia; una Rumanía, engrandecida de manera insospechada en detrimento de Rusia, de Hungría, de Austria y de Bulgaria, y, por consiguiente, rodeada de cuatro países enemigos, y finalmente Francia, a la cual la reintegración de Alsacia y Lorena no bastaba para mejorar sus fronteras estratégicas”. 
  • La obligación que los victoriosos impusieron a Alemania de pagar reparaciones se volvió contra ellos, ya que permitió que “Alemania consiguiera, en préstamo, capitales extranjeros que utilizó para rehacer sus instalaciones industriales, para hacer trabajar a sus masas, mejorar sus sistemas de trabajo, desarrollar su industria y apoderarse de los mercados a los que debía entregar sus productos industriales a título de reparaciones en especie”.  
  • La opinión alemana consideró que el Tratado de Versalles fue un Diktat, es decir, un dictado o una imposición, de la paz del odio, como la llamó Ulrich von Brockdorff-Rantzau, uno de los negociadores alemanes, pero “no era más que…cualquier otro del mismo género. Desde que el mundo es mundo, el vencedor impone sus condiciones y el vencido está obligado a someterse a ellas”, y hábilmente olvidaban que, tras su derrota en la guerra franco-prusiana (1870-1871), Francia había tenido que pagarles 5 mil millones en francos oro y había perdido sus provincias de Alsacia y Lorena. Así las cosas, “relativamente hablando, el tratado de San Germán, restando a Austria la posibilidad de vivir por sus propios medios y de rehacerse, fue más severo y menos fundado desde el punto de vista político”.

En Alemania, los últimos días de la guerra fueron testigos del motín en la base naval de Wilhelmshaven a fines de octubre de 1918, seguido de otro motín en Kiel a principios de noviembre, la abdicación de Guillermo II como emperador de Alemania y rey de Prusia el 9 de noviembre, y el armisticio dos días después. Además, planeaba sobre el ambiente el temor del bolchevismo y que se repitiera en Alemania lo sucedido en Rusia. De forma muy escueta, puede decirse que todas estas presiones sociales y políticas, sumadas al profundo malestar sicológico por la derrota, la fatiga por los cuatro años de penurias y la aguda crisis económica de los años veinte, crearon el ambiente propicio para el florecimiento de grupos ultra radicales que proponían soluciones fáciles a cambio del sometimiento del espíritu y la renuncia a la libertad.

La ideología extremista que se impuso fue la del partido Nacional Socialista Obrero Alemán, (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei), generalmente conocido como partido Nazi, con Adolfo Hitler a la cabeza; en marzo de 1933 llegó al poder. Se trataba de una ideología que chocaba de frente con los principios y valores del Dr. Guerrero y, así, su crítica del nazismo fue clara y sin ambages. Le afectó profundamente el atrofio premeditado de las instituciones, que se convirtieron en meras cajas de resonancia del decir, antojos y caprichos del líder, y rechazaba, como lo dice en El orden internacional, que “basándose en el falso postulado del poder absoluto del Estado, los dueños del Tercer Reich llegaron a suprimir por la violencia y la coacción de los derechos del hombre y a obligarle a elegir entre la esclavitud o la muerte”. También le conmovió el alma la persecución racial y religiosa que emprendió ese régimen, y lo deja muy claro cuando afirma que, “Reanudando las persecuciones raciales y religiosas, el nazismo violó la conciencia cristiana y ha hecho retroceder la civilización muchos siglos”.

No podía aceptar la idea de fundir en uno solo al pueblo y al partido, pero “esta soldadura se efectuó, de tal manera, que pudo decirse con razón que ‘el partido constituía la espina dorsal del Estado’”, y para el régimen, la fusión de pueblo, Estado y dirigente todopoderoso, omnipresente y sin falla posible, era fundamental para alcanzar sus objetivos. Así, “Según los primates del nacional-socialismo, su régimen constituiría la forma más evolucionada de la democracia, puesto que es el pueblo el que elige a su Führer [líder], y este se mantiene en estrecho contacto con él. Por lo tanto, la soberanía de la nación reside en el pueblo. ‘El pueblo no está nunca abandonado a sí mismo frente a los problemas constantemente nuevos de la política internacional e interior. El partido, directamente inspirado por el Führer, está a su lado para ilustrarle, persuadirle, mantener en él los sentimientos fundamentales que aseguran la unidad de la Nación. Democracia, pero democracia dirigida por un individuo privilegiado, por millones de partidarios unidos al ‘conductor’ por lazos personales. Receptor prodigiosamente sensible, microcosmo en quien se reflejan y se simplifican los deseos, las esperanzas, los apetitos de la nación, el Führer transmite al partido su expresión más clara, más sensata, y así hace consciente a la multitud, en forma depurada, de los sentimientos que la trabajan oscuramente”.

Tampoco podía aceptar la desaparición del individuo en esa concepción del Estado, ya que “Dentro del marco de la concepción nazi, el Estado posee una autoridad ilimitada y la libertad individual sólo se concibe en el sentido indicado por el pensamiento germánico definido por Hegel: libertad puramente interna que no necesita exteriorizarse en cada uno de los individuos, porque éstos sólo son simples ‘momentos’. Su carácter y su personalidad dependen del Estado mismo, cuya misión es forjar la vida del pueblo alemán de acuerdo con su fuerza y con la voluntad de su ‘Führer’. Por lo tanto, al individuo le basta con ponerse en sus manos y acatar sus órdenes”.   

Los seguidores y aduladores, y hay que recordar y hacer hincapié en que hubo alemanes que no lo fueron, convirtieron a Adolfo Hitler en un nuevo Dios, y el Dr. Guerrero recuerda, en el libro ya citado, que “penetraron en los hogares para sustraer a los niños de la influencia religiosa y obligarles a remplazar el ‘Padrenuestro’ por la oración siguiente: ‘Inclinaos, y cruzando las manos, pensad en Adolfo Hitler: Él nos da el pan cotidiano y nos libra del mal’”.


[1] Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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