| Rostros de basalto que callan sin decir; mienten y desaparecen. No sabes si al final su rostro de granito, de canto o pedernal; su adiós, su risa y su mentira eran verdad o tan sólo un silencio que dejara la vida. Su faz hecha de roca quedará yerta y callada. Nunca ayer pudieron irse, quedarse ni esperar el próximo tranvía. Ni el odio ni el amor -ni el sol de un despertar- iluminó su mirada, ni hizo estremecer su espíritu de cal y de silencios. Finalmente añoraron algún tren tempranero que se fuera quizá sin ellos ni su mueca. Como a todo viajante sin mañana, un soplo fantasmal les hizo olvidar el silencio de amar. Queriendo ir más veloces que el tren y que la vida, la vida en su final les dejaría atrás. O quizá fueron ellos que la dejaron atrás. ¡Rostros esos eternos que te miran y preguntan! Con gesto de basalto se quedan detenidos, mirando en su imposible eternidad la vida. Viajeros sin boleto, bitácora ni anhelos. Muchos de ellos pasaron por allá: los magos de ilusión que escaparon de pronto en su acto de magia; artistas prodigiosos sin circo ni escenario; amantes ilegales sin tiempo ni promesas; soldados sin medallas, sin gloria ni laureles; cantores de la escena sin voz ni sinfonía. Asesinos todos de sombras y celajes. ¡Tan breve primavera de su viaje sin fin! Al fin dicen su nombre, se duermen y se borran. Mas nadie queda ya que les espere, les niegue o les extrañe. Yacentes siempre allí: eternos, detenidos, en la memoria gris del tiempo y de la piedra. Acaso sin saber si habrían vivido o si vivieron la vida sin saberlo. (XXXI) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Rostros de piedra que callan y desaparecen
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