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La conciencia social evangélica

El desafío que se debe enfrentar en el presente es el de cerrar la brecha para que los evangélicos puedan crecer en el conocimiento de todas las implicaciones del evangelio y de las responsabilidades que les corresponden.

Por Mario Vega

El Primer Congreso Internacional de Evangelización Mundial, que se llevó a cabo en Lausana, Suiza, en 1974, pasó a la historia como uno de los eventos eclesiales más significativos del siglo XX. En el encuentro participaron cerca de 2,500 representantes de 250 países y 135 denominaciones protestantes y evangélicas. Corría una época de muchos desafíos sociales, en varios de esos países se vivía bajo dictaduras y la guerra fría encontraba expresiones locales frecuentes e intensas. Bajo esas condiciones era inevitable que los evangélicos se preguntaran sobre el papel que como cristianos les correspondía frente a esa lacerante realidad. En respuesta, el Pacto de Lausana proporcionó una afirmación básica que quedó plasmada en el párrafo 5 y que dice así:

«Afirmamos que Dios es tanto el Creador como el Juez de toda la humanidad. Por lo tanto, debemos compartir su preocupación por la justicia y la reconciliación en toda la sociedad humana, y por la liberación de los hombres y las mujeres de toda clase de opresión. Dado que los hombres y mujeres son hechos a la imagen de Dios, toda persona, independientemente de su raza, religión, color, cultura, clase, sexo o edad, tiene una dignidad intrínseca, por la que debe ser respetada y servida, no explotada. Aquí también expresamos nuestra contrición, tanto por nuestra negligencia como por haber considerado en ocasiones a la evangelización y la participación social como mutuamente excluyentes. Aunque la reconciliación con otras personas no equivale a la reconciliación con Dios, ni la acción social a la evangelización, ni la liberación política a la salvación, afirmamos no obstante que tanto la evangelización como la participación sociopolítica forman parte de nuestro deber cristiano. Pues ambas son expresiones necesarias de nuestras doctrinas de Dios y del hombre, de nuestro amor por nuestro prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo. El mensaje de salvación implica también un mensaje de juicio contra toda forma de alienación, opresión y discriminación, y no debemos temer denunciar el mal y la injusticia dondequiera que existan. Cuando las personas reciben a Cristo, nacen de nuevo a su reino y deben buscar no solo exhibir sino también difundir la justicia del reino en medio de un mundo inicuo. La salvación que decimos tener debería estar transformándonos en la totalidad de nuestras responsabilidades personales y sociales. La fe sin obras está muerta».

Después de más de cuatro décadas de elaborada esta declaración, las iglesias evangélicas aún deben lamentar que su misión todavía no haya adquirido la integralidad y la claridad para todos sus miembros. Tampoco se puede afirmar que no haya habido cambio alguno, ya que el despertar de la conciencia social evangélica a nivel mundial es una constante que ha marcado estas décadas. Lastimosamente, la preocupación se ha limitado a congresos, seminarios y consultas de teólogos, pensadores y pastores; sin alcanzar a las bases populares de las iglesias y denominaciones evangélicas.

En esos círculos ya casi no se discute si la Iglesia tiene o no una tarea cultural, social e incluso política que está llamada a cumplir como parte esencial de su vida y misión, la pregunta es, más bien, cómo debe cumplir esa tarea para ser fiel al Señor que la comisionó como su testigo en palabra y en acción. Mientras la reflexión avanza y madura en círculos intelectuales, las mayorías que asisten cada semana a las iglesias quedan rezagadas defendiendo criterios arcaicos y, casi siempre, inconsistentes con los elementos básicos del evangelio. El desafío que se debe enfrentar en el presente es el de cerrar la brecha para que los evangélicos puedan crecer en el conocimiento de todas las implicaciones del evangelio y de las responsabilidades que les corresponden.

El esfuerzo por cerrar la brecha, por la misma falta de formación, es vista, cuando menos, con extrañeza, sino con rechazo. Parte de quienes la comprenden optan por evitarse incomodidades y críticas y guardan el conocimiento para sí mismos. Pero otros, disciernen las señales de los tiempos y asumen los costos de enseñar la sana doctrina. Esto último es lo que se necesita porque es la manera de terminar con la infidelidad al Señor Jesús y a la Gran Comisión. «¡Que fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable!» (Amós 5:24).

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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