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Cuaresma y Semana Santa tienen como meta la Pascua

No hay duda de que son días muy esperados. Un justo descanso es necesario; pero no hay que olvidar que es un tiempo privilegiado para profundizar la espiritualidad de los grandes misterios de nuestra redención que se celebran en los actos litúrgicos. Participar únicamente en las procesiones hace que se pierda lo más significativo y espiritual de estos días.

Por Oscar Rodríguez Blanco
Sacerdote salesiano

Se inicia la Semana Santa o Semana Mayor. Es el tiempo más intenso del año litúrgico. El culmen de la preparación cuaresmal nos conduce a la celebración más trascendental del cristianismo: La “Pascua de Cristo”. Esta fiesta se celebra desde el siglo IV el domingo posterior a la luna llena del equinoccio de primavera. Los cristianos recuerdan los últimos días vividos por Cristo en la tierra. Es la semana que cambió el mundo. En ella sucedieron acontecimientos extraordinarios que tocan profundamente nuestra fe: la institución de la Eucaristía, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Resurrección es la gran fuerza del cristianismo, es el día más importante del calendario litúrgico, Jesucristo vuelve a la vida y se queda con su pueblo. Son días de oración y meditación.


En el contexto de estos días santos, se realizan en pueblos y ciudades, numerosas actividades religiosas que son un reflejo vivo de la religiosidad popular. Son sanas costumbres que se van transmitiendo de generación en generación. Las velaciones, altares, procesiones, visitas a los monumentos el Jueves Santo, son una muestra de esta religiosidad. Los turistas, músicos, autoridades religiosas, civiles y militares participan con tono devoto en las diversas manifestaciones procesiones y actividades culturales y religiosa, Esta identificación con el pueblo creyente conserva la fe, la esperanza, el respeto, la tolerancia y la unión entre las personas.

No hay duda de que son días muy esperados. Un justo descanso es necesario, pero no hay que olvidar que es un tiempo privilegiado para profundizar la espiritualidad de los grandes misterios de nuestra redención que se celebran en los actos litúrgicos. Participar únicamente en las procesiones hace que se pierda lo más significativo y espiritual de estos días. El cristiano practicante trata de entender su significado para que su participación no sea por una mera tradición, costumbre o espectáculo que conmueve por unos momentos dejando en el alma un vacío espiritual creado por la superficialidad y un mal entendido de lo que se celebra.


Todas las manifestaciones externas son buenas, tanto lo artístico como lo cultural. Son buenas catequesis que nos remontan a la sacralidad de los misterios sagrados. Quien ha vivido con seriedad el tiempo cuaresmal y ha tomado en serio sus exigencias se regocijarán en el tiempo pascual. No es que tengamos que recordar con tristeza los sufrimientos de Cristo, sino, entender el porqué de su muerte y resurrección celebrando y reviviendo su entrega por amor a la humanidad. La pascua de Cristo ha sido la mejor noticia que haya recibido el mundo cristiano en su historia. Vale la pena exteriorizar esta alegría.


El Papa Francisco nos dice: “Hermanos y hermanas, nuestra esperanza se llama Jesús. Él entró en el sepulcro de nuestros pecados, llegó hasta el lugar más profundo en el que nos habíamos perdido, recorrió los enredos de nuestros miedos, cargó con el peso de nuestras opresiones y, desde los abismos más oscuros de nuestra muerte, nos despertó a la vida y transformó nuestro luto en danza. ¡Celebremos la Pascua con Cristo! Él está vivo. Con Él el mal no tiene más poder, el fracaso no puede impedir que empecemos de nuevo, la muerte se convierte en un paso para el inicio de una nueva vida. Porque con Jesús, el Resucitado, ninguna noche es infinita; y, aun en la oscuridad más densa, en esa oscuridad brilla la estrella de la mañana”.

Sacerdote salesiano.

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Cristianismo Opinión Semana Santa

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