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Cuando los hijos se vuelven viejos junto a sus padres

En Santa Cruz Porrillo viven varios adultos mayores que han pasado de 100 años. Hijos suyos han envejecido cuidándolos, en un país que solo tiene 18 geriatras pero no todos pueden acceder a uno.

Por Jonatan Funes | Dic 30, 2022- 05:30

Foto EDH/Jonatan Funes

En 2017, El Diario de Hoy publicó un reportaje sobre el cantón Santa Cruz Porrillo, de Tecoluca, San Vicente, donde parece que el tiempo no hace mella en sus habitantes. Las personas fácilmente llegan a los 90 años y otros sobrepasan de los 100. Ese año, fueron tres mujeres y un hombre los agasajados por su longevidad.

Esta redacción volvió al lugar para saber qué fue de ellos: han muerto dos de los cuatro. Blanca Luz Medina y María Elogia Ávila murieron a sus 105 años. María murió el 4 de octubre de 2019 de un paro respiratorio. De Blanca no hay registro del día en que falleció, pero fue también en el 2019. Los que siguen con vida son Mariana y José.

Mariana Merino Arévalo tiene 107 años, vive con sus hijas y el esposo de una en el caserío El Delirio de Tecoluca, San Vicente. Tiene siete nietos y ha enterrado a cinco hijos de los siete que tuvo. Nació en 1915, cuando la Primera Guerra Mundial tenía un año de haber iniciado. Los días de Marianita, como es conocida, no cambian en nada. Pasa en la cama o en la hamaca.

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Mariana Merino Arévalo tiene 107 años, vive con sus hijas y el esposo de una en el caserío El Delirio de Tecoluca, San Vicente. Tiene siete nietos y ha enterrado a cinco hijos de los siete que tuvo. Foto EDH/Jonatan Funes

Ha perdido la vista, la audición y ya no tiene movilidad en su cuerpo. Su cama es un colchón sobre una base de madera. Su cuarto, hecho de ladrillos sin pintar, no deja entrar ni un poquito de aire si la puerta no está abierta. A pesar de las carencias en las que vive, tiene ganas de seguir sumando años de vida.

Ella depende del cuidado de su hija, María Marta López Minero, de 66 años, quien cuida también de su hermana, María Reina Merino Parada, de 50 años, que padece de epilepsia, y del esposo de su hermana, José Ismael Cárcamo Martínez, de 74 años, que tiene insuficiencia renal. Los cuatro sobreviven con las pocas ganancias de la tienda que ha puesto en la casa María, una mujer agobiada con tantas responsabilidades.

Marianita creció trabajando en algodoneras y, cuando ya no había, comenzó a vender verduras y frutas de forma ambulante. Su hija, María, cuenta que cuando tenía 12 años acompañaba a su mamá a cortar algodón en un lugar que le llamaban Barrio Nuevo.

A unos kilómetros de la casa de Marianita, en la colonia San Pedro de Santa Cruz Porrillo, en Tecoluca, San Vicente, vive José Ángel Coto Martínez, de 110 años. Tiene ocho hijos, 60 nietos y 20 bisnietos. Nació en 1912, el mismo año en que en El Salvador, por decreto legislativo, se adoptó legalmente los símbolos patrios, el escudo y la bandera, así como los conocemos ahora. También fue el año del hundimiento del Titanic.

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Tiene ocho hijos, 60 nietos y 20 bisnietos. Nació en 1912, el mismo año en que en El Salvador, por decreto legislativo, se adoptó legalmente los símbolos patrios, el escudo y la bandera, así como los conocemos ahora. También fue el año del hundimiento del Titanic. Foto EDH/Jonatan Funes

Coto pasa sus días en una hamaca en el corredor de su casa de vista a la carretera. Es de pocas palabras, tiene problema de audición y su vista aún no le falla.

Según su hijo, Jorge Alberto Cañénguez, de 72 años, hay una explicación que su padre le daba por su larga edad y es que no se bañaba cuando la luna estaba tierna.

“El ser humano vive hasta que Dios quiere, pero si lo vemos de otra manera, puede ser por lo que uno come y la forma de llevar la vida”, explicó. Señala que su padre nunca tuvo vicios, y que se la pasó trabajando. “No hay diente que dure 100 años”, dice el hijo de Coto, al mencionar que su padre se le cayeron todos los dientes y nunca aceptó utilizar placa dental para facilitar su alimentación.

“Es una variedad de sentimientos que uno tiene como promotor, porque uno los quiere como parte de la comunidad. Ellos tienen una gama de experiencia e historias que no cualquiera”, comentó Marta Dinora, promotora de salud de Santa Cruz Porrillo.

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La hija de Marianita no sabe cuánto pesa actualmente, la última vez que la pesaron tenía 75 años. Foto EDH/Jonatan Funes

Escaso apoyo profesional

En El Salvador hay alrededor de 18 geriatras para la población adulta mayor. La mayoría se encuentra en San Salvador mientras que en la zona oriental del país solo hay dos.

“En El Salvador, en la Asociación de Geriatría, únicamente somos 10 y fuera hay 8. En total somos como 18 o 20 para todo el país. En San Salvador estamos la mayoría, en Usulután hay uno, en San Miguel otro, no hay más”, dice la doctora Linda Molina de Borja, geriatra de la asociación.

La doctora comenta que los factores que influyen a que una persona pase los 100 años de vida es por la genética o el estilo de vida que ha mantenido. Son clave el cuidado familiar y tener al día los controles médicos. “Lo primordial es la familia, procurar tener una mejor alimentación, eso también favorece para que tengan un mejor entorno. Por eso es que ellos logran estar mejor después de los 100 años”, enfatiza.

Hay dos factores por las que hay tan poco médico geriatra en el país, una de ellas es porque no está la especialización disponible para aprender en el país, y otra muy importante es porque no hay interés para seguir cuidando a la población adulta mayor.

“Lastimosamente también a los colegas médicos no les gusta tratar con el adulto mayor, son dos factores importantes”, dijo la doctora.

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En 2017, El Diario de Hoy publicó un reportaje que en el cantón Santa Cruz Porrillo, de Tecoluca, San Vicente, parece que el tiempo no hace mella en sus habitantes. Las personas fácilmente llegan a los 90 años y otros sobrepasan de los 100. Ese año, fueron tres mujeres y un hombre los agasajados por su longevidad. Foto EDH/Archivo

“En esa edad el organismo acelera mucho más su envejecimiento, es una forma fisiológica que provoca que en la vejez se deterioren ciertos órganos o sistemas. Puede ser la audición, la vista, aunque realmente no tengan una enfermeda crónica como tal, sino que simplemente va evolucionando su envejecimiento”, añade.

En países industrializados no es común que los adultos mayores se queden a cargo de sus hijos, la mayoría de veces son atendidos en instituciones geriátricas estatales o privadas.

En El Salvador, a falta de cuidados especializados, es uno de los hijos o hijas quien sacrifica su vida para atender, como una enfermera, a su pariente, que va envejeciendo junto con su persona cuidadora.

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