El pasado 27 de marzo fue el Día Mundial del Teatro. En 2022 se cumple el sesquicentenario de la única representación de una obra dramática salvadoreña redactada en versos, con temática central en el amor infiel, el aborto y el rechazo social para las mujeres.
Mayo de 2004. Realizo una estancia académica en la capital española. En mis visitas por archivos y centros culturales, acudo a los salones del antiguo cuartel de la calle del Conde Duque, que aloja a diversas entidades. Entre ellas, la Hemeroteca Municipal de Madrid.
Fue en el año 2000 cuando conocí sus ricas colecciones de publicaciones periódicas iberoamericanas -en especial, las de Centroamérica, entre las décadas de 1870 y 1940-, almacenadas en varios kilómetros lineales de estantes dentro de aquella fortaleza, muy cerca de la plaza España.
En esa segunda visita, mientras recorro las fichas de cartón guardadas en decenas de gavetas metálicas y de madera, salta a mi vista el título de una publicación en especial. Se trata de El Correo de Ultramar, una revista literaria publicada en castellano en la capital francesa, entre 1851 y 1874, de la que uno de sus directores era el intelectual colombiano Dr. José María Torres Caicedo (1830-1889), representante diplomático de El Salvador en Francia y uno de los cofundadores de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Esa publicación es un tesoro visual y textual. Sus grabados de diversas partes del mundo son impresionantes y sus materiales literarios, crónicas de viajes, cartas, traducciones y más constituyen verdaderos abrevaderos para tesis, ensayos e investigaciones del panorama intelectual latinoamericano de la segunda mitad del siglo XIX. Rellené la pequeña hoja para solicitar materiales y se la entregué al bibliotecario. Indiqué que deseaba revisar los años de 1870 a 1875, porque no recordaba la fecha exacta en que mi memoria me decía que un autor salvadoreño había publicado algo en aquella revista parisina. Con los tomos en mi escritorio asignado, mis dedos recorrían las hojas, mis ojos se maravillaban y mi grueso cuaderno de apuntes se llenaba de anotaciones manuscritas. Unas pocas horas después, surgió el texto buscado. Dos Flores, o sea, Rosa y María, aquel drama escrito en 1872 por el abogado y funcionario salvadoreño Dr. Francisco Esteban Galindo Enríquez (1850-1896), apareció por entregas en la parte literaria ilustrada de aquella publicación de gran formato editorial, en el año XXXIII, 1874, tomo LXIII, nos. 1112-1117, páginas 314-315, 334-335, 350-352, 366-367, 379 y 394-395. Durante los siguientes días, copié, transcribí y cotejé aquellos materiales. Incluso, hice lo mismo con las ocho escenas iniciales del primer acto, que fueron reproducidas en la revista El pensamiento, publicación mensual de la Sociedad Científico-Literaria La Nueva Generación, San Salvador, año III, no. 2, febrero de 1896, páginas 17-23. Esa edición a doble columna presentaba pequeños errores de transcripción. La comisión redactora de esa revista sansalvadoreña estaba compuesta por Herculano A. Cornejo, Antonio Domínguez y Manuel A. Recinos.
Dr. José María Torres Caicedo, en una fotografía de época proporcionada por la Biblioteca Nacional de Francia, París. Y Dr. Francisco Esteban Galindo Enríquez, en una fotografía de la década de 1870.
De regreso en El Salvador, entregué una copia de aquel documento digital a los familiares del Dr. Galindo Enríquez. En la noche del 9 de febrero de 2006, con la complicidad amistosa del actor y director Roberto Salomón, los poetas Nora Méndez y Mario Noel Rodríguez, la locutora y animadora Aída Farrar y los actores Leandro Sánchez Aráuz y Roberto Salomón desarrollaron una lectura dramatizada de la obra, en el escenario del Teatro Poma, en el centro comercial capitalino Metrocentro. Fue un buen momento para conmemorar el 120 aniversario del fallecimiento de su autor.
Hace un siglo y medio, ante escasa concurrencia, esa obra fue estrenada por la compañía dramática hispano-nicaragüense Blen -de larga tradición itinerante por las áreas suramericana y centroamericana, durante las décadas de 1860 a 1890, en el escenario del improvisado teatro de la calle de La Unión (ahora conocida como cuarta avenida norte y sur), en la ciudad de San Salvador, el viernes 23 de agosto de 1872. El patriarca fundador de esa compañía de zarzuelas y dramas fue el franco-español Saturnino Blen Herrero (Pontié, Haute-Garonne, 1819-Managua, Nicaragua, 13.dic.1893), hijo de los españoles Juan Bautista Blen y María Benita Herrero, quienes lo procrearon cuando ambos tenían 24 años. Se casó en España con la también artista de las tablas Francisca Muñoz David (1831-1896), con quien gestó una familia de siete hijos y cuatro hijas. Dos de esos descendientes fueron Julio Blen Muñoz (1851-¿?) y Ernesto Blen Muñoz (Madrid, 31.mayo.1843-Managua, 07.dic.1903), casado el 15.enero.1869 en El Carmen (San José, Costa Rica) con la artista italiana Julia Antonio Rayneri (1837-Managua, 12.sept.1915), viuda del también empresario de espectáculos Juan Zafrané y con quien adoptaron a su hija Julia. Como detalle curioso, en enero de 1866, las compañías Blen y Zafrané actuaron en sendos espectáculos en Caracas (Venezuela), como lo reseñó el diario caraqueño El Federalista. En el presente, existe descendencia de la familia Blen y sus ramas en las repúblicas de Nicaragua, Guatemala y Costa Rica.
En la actualidad, un centro escolar en San Cayetano Istepeque (San Vicente) rinde homenaje a la memoria del Dr. Galindo Enríquez. Foto tomada de su Facebook institucional.
En agosto de 2022, con la nueva complicidad amistosa del poeta y promotor cultural Alberto López Serrano, Dos flores, o sea, Rosa y María, volverá a ver la luz editorial en el formato de un libro de tiraje modesto, pero digno. Los tiempos y recursos no dan para más, pero será una edición destinada para que las nuevas generaciones salvadoreñas y centroamericanas de los escenarios accedan a un contenido pionero de nuestra dramaturgia, con temáticas que aún hoy causan exaltaciones sociales y señalamientos en contra de las mujeres. El enfrentamiento de visiones entre los sexos queda reseñado en cada uno de esos versos y es de justicia que la sociedad salvadoreña del siglo XXI los conozca y se reconozca en ellos.
Mientras esa edición conmemorativa sale de la imprenta, aprovecharé estas páginas para compartirles un fragmento de ella:
ACTO PRIMERO, ESCENA IX.
Antonio y después RosaAntonio, solo, viendo a María que se aleja por el fondo. Aquí durará por siempre Y aun más allá de la vida, Por tus ojos encendida Esta llama virginal. Será mi amor cual la roca Que entre los mares se asienta En que la ola y la tormenta A estrellarse humildes van, Y si alguna vez mi suerte Mancha con sangre mi sino, Más alto que mi destino, Hablará mi corazón. (María desaparece.)Que vengan penas, dolores, Que yo riendo a su embate Me animará en el combate El perfume de esta flor. (Rosa aparece caminando lentamente, trayendo en la mano la carta que escribió Antonio en la escena V. Se coloca detrás de él en silencio.)¡Oh! Sí, sí, flor de mi alma, Tu inmaculada belleza De mi pecho la tristeza Templará con suave olor. Y cada vez que yo mire La albura de tu corola, Vendrá a mi frente la aureola De las memorias de amor. (Se la lleva al corazón.)Y siempre, siempre en mi pecho Aquí vivirás conmigo; Yo seré tu ardiente amigo; Tú, el numen de mi placer. Por otra extraña belleza, No siendo tu dueño hermoso, Mi corazón amoroso Nunca latir sentirás, Que ella es savia de mi alma, Y en frenesí yo la adoro, Y si río y si lloro Será por ella y no más. (Se vuelve y se encuentra frente a frente con Rosa, que contiene la ira. Antonio aparenta cortarse. Un momento de silencio.)Rosa¿Esa es la madre que en tu carta dices Marchita de tu amor la ilusión bella, Ese el cariño santo que contiene La hermosa luz que la pasión destella? ¿Tiemblas, infame, porque el crimen tiembla Y hiel vertiste en mi azarosa vida, O porque temes la venganza airada De una mujer amante y ofendida? Sangre brotando el corazón maldito Ha de romper de la pasión los lazos Y en ti verter su cáliz de amargura Al estallar tremendo en mil pedazos. ¿Sabes lo que es la saña enfurecida De mi alma que feliz en su inocencia Abandonada en su despecho mira Trocarse en fetidez su suave esencia? Es el torrente que devasta todo, Es el incendio de la mies dorada, El rayo que serpea en la tormenta, La rabiosa leona desatada. Tiembla, perjuro, que no en vano heriste Con dardo vil el corazón que te ama, Y esa mujer feliz a quien adoras, Tiemble que mi alma la venganza clama. Yo te entregué mi corazón ardiendo, Y en medio de mi fiebre y mi locura En holocausto te ofrecí engañada Primicia criminal de mi hermosura. ¡Y ahora me abandonas y me olvidas Y ahora me cubres de vergüenza y luto! ¡Cuando ya llevo, ingrato, en mis entrañas De un loco amor el inocente fruto!
¡Pobre del hijo que no tiene padre! No lloro por tu amor, que te aborrezco, Lloro por el ser de quien soy madre.
Antonio
¡Piedad!
Rosa
No mientas, infame, antes muerta Y a los ojos del mundo deshonrada, Que verme con tu afecto compasivo En medio de mi crimen humillada. Yo tengo un alma grande como el cielo, Y si pagué tributo a la materia, Aún tengo mi altivez y mi hidalguía Y aún bate noble mi abrasada arteria. Yo no te pido amor: nada te pido... Ya no eres digno, ingrato, de mi aprecio, Tú no eres el Antonio a quien yo amaba, Ya no te amo ni te odio: te desprecio. (Le arroja la carta y se va.)