“Verme por primera vez la herida y no tener el seno fue difícil”: Oneida Argüello, sobreviviente de cáncer

Hoy es el Día mundial de la lucha contra el cáncer de mama y El Diario de Hoy presenta dos historias de mujeres que han sobrevivido a la enfermedad y ahora enfrentaron la batalla emocional de la amputación de seno.

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Pero antes de acceder a un tatuaje, las mujeres sobrevivientes han tenido la oportunidad de acceder a una reconstrucción de mama. El doctor William Chicas, se especializa en el tratamiento reconstructivo de pacientes que han perdido una o las dos mamas a causa de la enfermedad. Foto EDH/ Francisco Rubio

Por Evelyn Chacón

2020-10-18 11:40:47

Una cicatriz puede significar una nueva vida, si se trata de una cesárea; un acto de amor para quien ha donado un riñón, una nueva oportunidad para seguir vivo; también puede significar la mutilación de una parte del cuerpo, un cambio profundo de vida y el recuerdo de una batalla ganada. ¿Puede esta cicatriz convertirse en una imagen hermosa?

Oneida Argüello ha decidido que sí porque ella es una mujer valiente, que ha librado una batalla contra el cáncer de mama, enfrentó la mutilación de uno de sus senos y decidió llenar de rosas, pájaros y una pluma las tres cicatrices que dejó la enfermedad.

 

Oneyda es sobreviviente de cáncer de mama. A pesar de haber realizado constantes chequeos, siempre obtenía resultados negativos.

 

Pero esa es la imagen actual; hace casi cuatro años el escenario, para esta enfermera de profesión, era diferente. Este es su relato:

“Sentía inflamadas las mamas y eso me hizo acudir al médico. Me hicieron exámenes, ultrasonografías; el médico me dijo que todo estaba bien, que era cuestión hormonal. Pero un día estaba viendo televisión y cuando me acosté sobre un cojín, sentí un dolor punzante. Me senté y revisé, fue entonces que sentí una bolita en el seno. Para mí fue sorprendente porque yo me hacía el autoexamen todos los meses, nunca identifiqué nada y las ultrasonografías salían negativas, no había nada anormal. Pero en ese momento la masa estaba grande.

“Para mí antes cáncer era muerte, pero ahora para mí es una oportunidad, ver la vida desde otra perspectiva, valorar las cosas que no lo hacía y hacer de lado cosas que consideraba importantes, pero que no lo son. A las mujeres que están pasando por eso les digo: nada es eterno, y que sí se puede superar y vivir después de un cáncer”

Oneida Argüello, .

Le comenté al compañero médico, con el que trabajaba en ese momento, y me recomendó hacerme la mamografía. Fui a hacermela al ISSS, también resultó negativa, pero yo me palpaba la masa. Por eso decidí consultar en lo privado.

Ahí me hice una ultrasonografía y el diagnóstico fue un lipoma, un tumorcito formado de grasa; el doctor en ese momento me dijo que no me preocupara, que era benigno.

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‘Solo que crezca demasiado o duela podemos programar una cirugía’, fue lo que me dijo, pero yo sabía que no era normal que lo tuviera, que no estaba bien en mi cuerpo; por eso insistí y le pedí a mi ginecóloga de cabecera que me quitara la masa y la enviara a estudio.

También consulté a otros médicos mi situación, porque yo quería estar bien segura de que lo que tenía no era maligno.

Oneida Roxanna Argüello, sobreviviente de cáncer, decidió cubrir la cicatriz de la reconstrucción con un tatuaje floral. Foto EDH/ Francisco Rubio

Consulté a una médico mastóloga (especialista que previene, diagnostica y trata las dolencias de las mamas) en San Miguel. Ella me repite los estudios y me hace una biopsia, pero el resultado sale igual, que era un lipoma y me vuelve a decir que no me preocupe, que no había por qué alarmarse, que era benigno.

Pero en mi corazón algo me decía que no debía tenerlo, que me lo quitara.

En esos días se acercaban mis vacaciones anuales y regresé con mi ginecologa para pedirle que me programara la cirugía y que mandara a estudio la masa.

La biopsia se hizo en el Seguro Social y luego de cuatro semanas llamé por teléfono para preguntar sobre el resultado.

Uno presiente por la forma como a uno le contestan; la persona que me atendió hubo un momento que se quedó callada y algo en mi corazón dijo: ¿qué está pasando?

Tuve que esperar a que me regresaran la llamada. Treinta minutos después me llaman y me dice alguien: “ Dicen que se venga mañana, que le van a dar prioridad a su caso porque es enfermera”.

Yo sentí que el mundo se me vino encima. No me lo esperaba. Empecé a llorar y llorar. Llamé a mi ginecóloga, que también es mi amiga, y le pedí que me recibiera porque yo no estaba tranquila y no sabía los resultados. Ella me dijo que llegara el siguiente día, pero ¿cómo iba a dormir esa noche sin saber lo que me pasaba? Yo me fui para el Seguro. Cuando la vi y ella me miró, se puso a llorar, yo igual … ya no necesitaba que me dijera que el resultado era positivo.

Tenía 36 años y no me esperaba tener cáncer. Por ser enfermera he conocido muchos casos de personas que tuvieron cáncer, antes que yo.

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En ese momento que a uno le dicen tenés cáncer, lo asocia con muerte. Yo lloré, lloré y lloré. La doctora me abrazó y me dijo: ‘Oneida, Dios no pone una carga que uno no pueda llevar, y vamos a superar esto’.

Pasé media hora llorando, luego le dije: ya lloré y ahora ¿qué vamos a hacer?.

En el Seguro le dieron prioridad a mi caso, como me habían dicho, y en esa semana me programaron cita con la oncóloga de la unidad. Y me habían programado la cirugía a finales de abril.

Pero yo no estaba satisfecha de cómo habían manejado mi caso. Yo quería una segunda opinión. Como personal de salud y como persona, yo quería una segunda opinión.

Casualmente hablé con un médico, ex compañero de trabajo, quien me aconsejó que buscara ayuda en San Salvador, que había un doctor muy bueno, a quien me recomendaba. Se lo comenté a mi mamá, ella no estaba de acuerdo y me dijo: ‘Cuando Dios va a usar a alguien, puede ser el peor, todo es que tengas fe’.

Pero yo tenía en la mente que quería una segunda opinión, porque en San Miguel lo que me ofrecían era quitarme la cuarta parte de mi pecho.

Uno como mujer piensa cómo se va a ver; más yo que no me había casado, no tenía hijos, uno piensa en eso, cómo se va a ver físicamente, cómo se va a sentir luego de una cirugía de ese tipo.

Lo que yo quería era una opinión que me dijera ‘le vamos a poner quimioterapia o radioterapia pero sin quitarle el seno’.

Me vine a San Salvador y fue bien irónico; en San Miguel el médico me ofreció quitarme la cuarta parte, pero en la capital fue drástico, me lo quitaban todo.

El médico de la capital me dijo: ‘por el tamaño del tumor que tiene y por su edad, el cáncer es bien agresivo. Yo no me voy a arriesgar. Tengo que hacerle la mastectomía total’. Incluso me habló de quitarme las dos mamas.

Las mujeres somos vanidosas y lo primero que pensaba era en la apariencia física. Yo decía: si me quita los dos senos físicamente no seré agradable para nadie y pensaba en el momento en que me fuera a casar, si me iba a aceptar así alguien. Fueron muchas cosas que se me vinieron a la mente. Fue difícil tomar la decisión.

Y pensaba que el doctor tenía razón en lo que me había explicado, y me decía mejor que me quite las dos y no solo una. Hasta ese momento yo no sabía que podía optar a una cirugía reconstructiva.

El doctor me dio tiempo para pensarlo, para analizar si quería tratarme con él. Era un miércoles y me dio cita el lunes.

La forma como ese médico me habló me dio confianza y decidí tratarme en San Salvador, en el ISSS.

La cirugía fue programada, tuve que hacer estudios previos y alertaban que la otra mama podía tener tejido maligno.

El médico me explicó que el día de la cirugía de mastectomía iba a sacar tejido de la mama izquierda y lo iba a mandar a estudio de congelación; mientras, haría la amputación del derecho. Al tener el resultado, que se lo daban durante la cirugía, decidiría si amputaba también el otro seno.

Así quedamos. Entré al quirófano. De eso no recuerdo nada. Cuando desperté, estaba ahí el doctor y me dijo “le tengo una buena noticia”.

Yo pensé: ‘no me hizo la cirugía’.

Pero lo que él me dijo fue: ‘No le quité el otro seno, la biopsia salió negativa, no tiene ningún problema’.

Yo ya había aceptado, asimilado, que me quitaría las dos mamas y me decía que así no se me va a notar el problema que había tenido. Yo tenía temor de que pudiera haber cáncer en el otro seno.

Fue traumático verme después de la cirugía. Una de las partes que a mí me gustaba más de mi cuerpo eran mis senos y el verme por primera vez en el espejo, la gran herida y no tener el seno, fue difícil.

Para mí antes el cáncer era muerte, pero ahora para mí es una oportunidad, ver la vida desde otra perspectiva, valorar las cosas que no lo hacía y hacer de lado cosas que consideraba importantes, pero no lo son. Foto EDH/ Francisco Rubio

Ese fue el segundo momento más difícil, el primero fue en abril de 2016, cuando me dijeron que tenía cáncer. Y la tercera ocasión, cuando se me cayó el cabello.

El mismo doctor que me hizo la cirugía me explicó que por mi edad podía someterme a una cirugía reconstructiva; pero eso sería hasta después de terminar el tratamiento con quimioterapia o radioterapia porque si me ponían un implante, a veces, con la radioterapia puede dañarlo. Desde que me comentó lo de la reconstrucción, siempre lo tuve presente. Luego de seis meses, el 16 de diciembre de 2016, cuando tuve la última quimioterapia, me dieron referencia para cirugía plástica.

La cita la tuve en febrero, en el hospital General. Pero ese día la cirujana plástica que me iba a evaluar, tuvo un contratiempo y no llegó. Me sentí frustrada. Yo había esperado tanto ese momento para que me evaluaran y me dijeran qué opciones tenía, pero me iba a regresar a San Miguel sin ninguna evaluación y tenía que reprogramar la cita.

Le expliqué a una enfermera mi caso, que venía de lejos por nada y ella me dijo que si tenía paciencia iba a tratar de pasarme.

Me evaluó el cirujano plástico William Chicas y me explicó que por mi edad lo mejor era hacerme una reconstrucción con tejido de mi propio cuerpo.

Pero me puso un reto. En ese momento, luego de la quimioterapia, yo pesaba 185 libras, y mi reto era bajar por lo menos 30 libras.

Tenía tantas ganas de someterme a la cirugía reconstructiva que fui con la nutricionista, me sometí a la dieta pero no perdía peso, quizá por la ansiedad. La cita la tenía en tres meses.

El primer mes solo baje cinco libritas y ya se venía la fecha para la evaluación. Me fui al gimnasio.

Cuando llegué a la cita, había perdido más del peso que el doctor me había indicado. Cuando el doctor ve el expediente, él no creía que hubiera perdido ese peso, así que me pesó y me dijo ‘sí, realmente lo bajaste’. Entonces me programó la cirugía.

Yo en ese momento, y hasta hoy, tengo el temor de que me dé cáncer en el otro seno.

En ese momento hablamos con el doctor Chicas de hacer la reconstrucción del seno derecho, quitar el izquierdo y hacer inmediatamente la reconstrucción.

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Pero la cirugía se prolongó y solo se hizo la reconstrucción del seno derecho, que era donde apareció el cáncer.

Aún quedaron pendientes dos cirugías más, para la reconstrucción del pezón y la pigmentación de la aureola. Solo me hice la cirugía donde le da la forma al seno. Las otras dos ya no las quería y le dije al doctor que me iba a hacer un tatuaje para cubrir un poquito. Y fue lo que hice. No todas podemos tener la misma opinión, pero para mí la reconstrucción fue hacerme sentir bonita, sentirme bien, verme en el espejo y sentirme una mujer normal. Ha sido un proceso largo, pero satisfactorio”.

Un listón rosa con la fecha de la mastectomía, rosas rojas, hojas y estrellas cubren el seno y las cicatrices de Oneida. En su espalda pájaros, una pluma y un nombre cubren otra cicatriz. Las rosas florecieron luego de un largo camino lleno de espinas y fueron regadas con lágrimas en la batalla contra el cáncer. Las aves emprendieron el vuelo en la espalda de Oneida, porque hay que abrir las alas y tocar el cielo, junto a los que se aman, para poder ganarle al cáncer.

El tatuaje en la espalda de Oneida, que cubre la cicatriz de donde le extrajeron el material para hacer la mama, tiene una ave por cada miembro de su familia, una pluma y un nombre.