A pesar de los avances médicos del siglo XXI, la lepra, también conocida como enfermedad de Hansen, sigue presente en diversas regiones del mundo. Aunque es una de las enfermedades más antiguas registradas en la historia de la humanidad, persiste como un problema de salud pública en países con condiciones de vida precarias, estigma social y falta de acceso a atención médica oportuna.
Según Cleveland Clinic, la lepra es una enfermedad infecciosa crónica causada por la Mycobacterium leprae, una bacteria descubierta en 1873 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen, de quien toma su nombre alternativo. Esta bacteria tiene una afinidad particular por la piel, los nervios periféricos y, en algunos casos, las mucosas del tracto respiratorio superior.
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Una de las particularidades de la M. leprae es su lento crecimiento. A diferencia de otros patógenos bacterianos que se multiplican rápidamente, esta bacteria puede tardar entre dos a 12 años en manifestar síntomas clínicos, lo que dificulta su detección temprana.
Aunque se sabe que la transmisión ocurre principalmente por vía respiratoria, a través de gotículas que se expulsan al toser o estornudar, no todas las personas expuestas desarrollan la enfermedad. La mayoría de los individuos tienen un sistema inmunológico capaz de eliminar la bacteria sin mayores consecuencias.
Señales silenciosas pero persistentes
De acuerdo con información publicada por Cleveland Clinic, esta enfermedad afecta principalmente la piel y los nervios periféricos. Entre sus síntomas más frecuentes se encuentran: manchas hipopigmentadas o rojizas en la piel, con pérdida de sensibilidad al calor, al tacto o al dolor; engrosamiento de nervios periféricos, particularmente en áreas como codos, rodillas, muñecas o cara, debilidad muscular, especialmente en las extremidades; úlceras o heridas que no cicatrizan y pérdida de cejas o pestañas, en casos avanzados.

En fases más graves, si no se trata, esta afección puede causar deformidades en manos, pies y rostro, discapacidad física permanente y ceguera.
El diagnóstico de la lepra es clínico en primera instancia, es decir, se basa en la observación de síntomas característicos y en la evaluación del paciente. El médico realiza una revisión detallada de las lesiones cutáneas y prueba la sensibilidad al tacto o al calor en las áreas afectadas.
“Un profesional de la salud diagnostica la lepra mediante un examen físico, la observación de la piel y una biopsia de nervio o piel . También puede solicitar análisis de sangre o realizar pruebas de nervios o músculos (como pruebas de conducción nerviosa )”, informó Cleveland Clinic en su sitio web.
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En casos de duda o para confirmar el diagnóstico, se pueden utilizar métodos como: baciloscopía, que es un raspado de lesiones para observar la presencia del bacilo bajo el microscopio; biopsia de piel, en la que se hace la extracción de una muestra para análisis histopatológico, y pruebas moleculares (PCR), la cuales cada vez son más utilizadas.
El diagnóstico temprano es vital, no solo para evitar complicaciones en el paciente, sino para detener la cadena de transmisión de la enfermedad.

Un camino hacia la cura
Desde la década de 1980, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la terapia multidroga (MDT) como tratamiento estándar. Esta combinación de antibióticos tiene una duración de 6 a 12 meses, dependiendo de la forma clínica de la lepra.
El tratamiento es gratuito en muchos países gracias a programas de salud pública respaldados por la OMS. Con él, la persona deja de ser contagiosa tras las primeras dosis, lo que refuerza la importancia del diagnóstico precoz y el acceso a medicamentos.
¿Se puede erradicar la lepra?
Si bien la lepra ya no es considerada una pandemia ni una enfermedad incurable, su erradicación completa es un desafío complejo. La larga incubación, la estigmatización social y la falta de acceso a servicios de salud en comunidades vulnerables son obstáculos importantes.
La OMS tiene como meta reducir los nuevos casos a menos de 1 por cada 100.000 habitantes en todos los países, y eliminar por completo las formas infantiles y discapacitantes de la enfermedad. Esto requiere no solo atención médica, sino educación, inclusión social y políticas de salud pública eficaces.
La lepra es, sin duda, una enfermedad cargada de simbolismo y temor histórico. Hoy, en pleno 2025, sigue latente en algunas regiones del mundo, afectando principalmente a las personas más vulnerables. El conocimiento médico actual permite tratarla y curarla, pero el reto radica en romper las barreras del estigma, garantizar el diagnóstico oportuno y asegurar el tratamiento para todos los que lo necesiten.
La lepra nos recuerda que, aunque muchas batallas sanitarias se han ganado, la lucha contra la desigualdad en salud aún continúa.

¿Quiénes son los más vulnerables?
Aunque cualquier persona puede contraer lepra, existen ciertos factores de riesgo que aumentan la probabilidad de infección:
Contacto estrecho y prolongado con personas infectadas sin tratamiento.
Condiciones de pobreza, como hacinamiento y desnutrición.
Sistema inmunológico debilitado por otras enfermedades o tratamientos.
Determinantes genéticos: se ha observado cierta predisposición genética en algunas poblaciones.
Contrario a ideas erróneas del pasado, la lepra no se transmite por contacto casual, como dar la mano, compartir alimentos o por relaciones sexuales.
La lepra en cifras: presente en 2025
Según datos actualizados de la OMS, en 2024 se reportaron más de 200.000 nuevos casos de lepra en el mundo, con los mayores focos en India, Brasil e Indonesia. África y algunas regiones de América Latina también registran casos importantes.
En México, por ejemplo, se diagnosticaron cerca de 400 nuevos casos en 2024, especialmente en los estados de Guerrero, Oaxaca y Michoacán. Aunque estas cifras no representan una emergencia sanitaria, sí alertaron sobre la necesidad de vigilancia epidemiológica continua.
Del miedo al entendimiento
* La lepra ha sido históricamente una de las enfermedades más estigmatizadas. En la Edad Media, las personas afectadas eran excluidas de la sociedad, obligadas a vivir en “leproserías” y, en muchos casos, consideradas “muertas en vida”. Se les obligaba a portar campanas o vestimentas especiales para advertir de su presencia.
* En la Biblia, la lepra es mencionada como una maldición divina, y su interpretación como castigo o impureza alimentó el rechazo durante siglos. No fue sino hasta el siglo XIX que se empezó a comprender su verdadera naturaleza bacteriana.
* Uno de los casos más conocidos es el del sacerdote belga Damián de Molokai, quien en el siglo XIX dedicó su vida al cuidado de personas con lepra en Hawái. Su labor humanitaria lo llevó a ser canonizado por la Iglesia Católica en 2009.
* En la literatura, la lepra ha sido símbolo de marginación y redención. Obras como “El nombre de la rosa” o “Los miserables” incluyen personajes afectados por la enfermedad como representación del sufrimiento social.
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