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En ruta al norte de El Salvador

Cuánto tiempo ha pasado ya, desde la guerra y la posguerra y la zona norte se ha sabido reinventar en el tiempo, con desarrollo urbano y social y, por supuesto, el turismo.

Por Carlos Francisco Imendia

A inicios de los Años Noventa conocí la zona norte del país, después del cruento conflicto armado que devastaba esas zonas con dolor, sangre y destrucción. Alguien recordará aquellas imágenes de casas en algunos poblados, como Suchitoto, caladas por los balazos y las esquirlas de las granadas. Recuerdo que para ir a La Palma, Chalatenango, en una excursión de un grupo juvenil al que pertenecí tuvimos que atravesarnos Mariona para conectarnos con Apopa. Y pasamos sobre el río Lempa en el puente Colima, que era un improvisado tipo Bailey. En ese entonces se miraba algo despoblado, deprimido, la gente aún tenía caliente el recuerdo y la tristeza de la guerra a las sombras del emblemático Cerro de Guazapa, bastión de las guerrillas subversivas, atacado siempre de día y de noche por el Ejército salvadoreño.


Cuánto tiempo ha pasado ya, desde la guerra y la posguerra y la zona norte se ha sabido reinventar en el tiempo, con desarrollo urbano y social y, por supuesto, el turismo. En el itinerario de mi gira norteña pude apreciar un moderno centro comercial en Apopa, la última gran obra de un prominente empresario salvadoreño que falleció hace pocas semanas; pueden apreciar también ferreterías, tiendas, pequeños centros comerciales, las personas vendiendo las cosechas de las fértiles tierras, elotes recién cortados y el inigualable frijol nuevo aún en vaina. También se puede apreciar, cerca del sitio arqueológico de Cihuatán, ganaderías y cultivos de caña de azúcar por la proximidad de los ingenios, así también una planta solar en la zona, la gente ocupa mucho la bicicleta, que es un medio de transporte económico y saludable. Llegando al puente Colima se puede apreciar el río que nos da vida a los salvadoreños, majestuoso como siempre y responsable de la fertilidad de muchas tierras y cultivos en la zona, aunque sus aguas turbias producto de la sedimentación de las lluvias en su serpenteo. Mucho ha mejorado la zona desde Apopa hasta el desvío hacia la Nueva Concepción y Chalatenango.


Carreteras en buen estado, en las que se puede apreciar el movimiento comercial que va a montaña arriba. Porque hay un momento en que el clima comienza a cambiar y la orografía es distinta a la habitual, el tipo de suelo y vegetación, los famosos bosques de ocotes y el delicioso clima arriba de los mil metros, el mismo municipio de La Palma ha cambiado, desde que Fernando Llort lo hizo resaltar del mapa hasta que fue uno de los principales chisperos de paz en El Salvador en los Años Ochentas. Un pueblito colorido, turístico y rodeado por el famoso Pital y el peñón de Cayaguanca, el mercadito de artesanías con las singulares formas y diseños enseñados por Llort a los habitantes de La Palma únicos en el mundo. Sin duda un paseo ameno, placentero y que nos enseña a valorar nuestro país en su equilibrio de la naturaleza y el turismo. A pesar de la inflación en dicho municipio, los comerciantes mantienen precios justos a los turistas.


En cuanto a los hoteles que ofrecen esa conexión con la naturaleza, son únicos en el país, se esmeran por mantener inalterables los bosques y praderas que los rodean, pero siempre sobre sale la mala educación de las personas que dejan sus desechos o sus marcas de suciedad en los recintos naturales, los chucos. A pesar de que en teoría las distancias no son largas, la noche va sorprendiendo en la bajada y uno se va dando cuenta de que en algunos aspectos como la iluminación de esa carretera y de los municipios por los que se pasa aún no han cambiado.


Desde Aguilares, El Paísnal, el puente Colima, Guazapa hasta Apopa se tiene que ir a tientas y con el agravante de la lluvia. Mucha oscuridad en la carretera para estar en el siglo XXI y para vivir recordando la noche oscura del conflicto de los Años Ochentas. Rastras en la carretera, que exponen a los automovilistas, y en unos tramos hasta chatarra de vehículos ocupando el carril de emergencia, ir a alta velocidad con el mínimo de iluminación es retar a la muerte, y muchos automovilistas lo hacen.


Alguna iluminación de sodio se puede apreciar, pero compiten con las lucecitas de las luciérnagas y poca señalización como colocación de pintura reflectante o los famosos ojos de gato. Sinceramente existe un gran esfuerzo por evolucionar en el tiempo en esa zona, las comunas deberían poner de su parte haciendo que el esfuerzo valga la pena y se generen más polos de desarrollo, donde predomine la seguridad, seguridad vial, la movilidad segura, peatonal, el monitoreo en carreteras, para dejar de ir bajando todos los santos del cielo y evitar percances que puedan opacar un bonito día de paseo en familia en una lamentable tragedia.


Publicista y Ambientalista. En Twitter: @Chmendia

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