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¿Dónde está Karla?

Un caso como el de la desaparición de una menor embarazada, golpeada por el ejército y desaparecida por el Estado, adquiere inevitablemente dimensiones monumentales. Medios de comunicación en todo el planeta, gobiernos extranjeros están observando con atención.

Por Óscar Landaverde
Diplomático

Gobernantes déspotas han existido en la historia. No hay pueblo que se libre de ellos. Cuenta la Palabra que en tiempos antiguos, el Faraón, haciendo uso de su poder, consignó a su ejército para asesinar infantes. También, la Biblia nos relata cómo Herodes hizo lo mismo: ordenó matar a niños en Belén, para tratar de impedir que nuestro Rey y Señor Jesucristo hiciera justicia en la tierra, a los hombres de buena voluntad. Esos borrascosos acontecimientos no parecen ajenos a El Salvador de hoy día.


La vida cotidiana en los cantones del interior de la República es diferente a la de las grandes urbes y ciudades. En esos lugares podemos encontrar gente amable, que todavía saluda con un “buenos días” cada vez que sale el sol; se conocen unos con otros, los problemas de uno son los problemas de todos. Gente buena y trabajadora que comparte el susurro del viento al atardecer.


Porque la vida es así. En esos caseríos rurales, con ritos diferentes a los de las ciudades, las madres suelen mandar a vigiar la llegada de los buses al lugar. Y es que nadie sabe la hora exacta que la camioneta arribará. Un día, como uno de esos días, estaba Karla en el país equivocado, con el gobernante equivocado, frente a la parada del autobús, porque su madre así se lo pidió, cuando de repente, soldados cumpliendo las órdenes de un régimen represivo, un régimen que captura inocentes para hacerlos pasar como culpables, bajaron de un vehículo particular; allí estaban, una persona y también la joven, con un bebé en su vientre.

Pero en la malvivencia de un régimen represivo, hambriento de capturar a “sospechosos”, poco importó a los militares la condición de Karla; la capturaron, le dieron una paliza y se la llevaron con rumbo desconocido, como sucede en un burdo secuestro; simplemente, la desaparecieron.


Semanas después, las redes sociales estallaron de indignación al conocer el caso de la niña desaparecida por el Estado de El Salvador. Ciudadanos salvadoreños en el territorio y de todas partes del mundo generaron un movimiento orgánico, denunciando la captura por parte de efectivos de la Fuerza Armada de una menor de edad, de quien se había perdido toda señal de vida de acuerdo a lo declarado por la madre de la menor, no sin antes informar que el bebé de su hija había sido abortado, probablemente dentro de algún calabozo o clínica desconocida.
Ante la denuncia, la reacción de ese monstruo, al que le llaman fascismo, no se hizo esperar, y como bestia herida, intentó desvirtuar las denuncias expresadas en el mundo entero sobre un grave delito de Lesa Humanidad. De esa manera, en jaque, el régimen desató hordas de troles y consignó a funcionarios, como la mismísima vicepresidenta de la Asamblea Legislativa, para desprestigiar a la niña, a quien sin ninguna prueba acusó de “pandillera activa”. También el Presidente de la República, con quizá “cargo de conciencia”, se refirió al caso, nervioso, dubitativo, tartamudo, en cadena nacional.


Un caso como el de la desaparición de una menor embarazada, golpeada por el ejército y desaparecida por el Estado, adquiere inevitablemente dimensiones monumentales. Medios de comunicación en todo el planeta, gobiernos extranjeros están observando con atención. Seguramente, organismos internacionales de defensa de Derechos Humanos y valientes ciudadanos salvadoreños estarán recopilando, analizando, documentando, todas las pruebas para presentar un caso a las cortes penales, para que se juzgue el crimen y se castigue a los responsables, para que no quede en la impunidad. Seguro está, ¡que de esta no se salvan!

Dios tarda pero no olvida, reza la sabiduría popular. Así como los crímenes cometidos por gobernantes déspotas que asesinaron inocentes en tiempos antiguos no quedaron impunes ante la justicia de Dios Todopoderoso; igual, todos los responsables de la desaparición de la menor recibirán su merecido castigo, tanto en los tribunales de la tierra, así como, y peor aún, en las cortes celestiales, que condenarán las almas de los perseguidores, para que se quemen en el infierno por la eternidad.

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