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Reflexiones acerca de la maldad

Por Alonso Correa
Periodista panameño

Es eso que nos aterra y nos acojona pensar que podamos llegar a poseer; ese germen de horrores que deambula generando conflicto, sacrificios y pesadillas. El origen de aquello de lo que nos queremos separar. El fertilizante de todas las fobias que habitan en la sociedad. Su fuerza, su poder, su control, hace desaparecer estados y esclavizar poblaciones. La rapidez con la que trabaja asfixia la virtud, ahorca el honor y eclipsa la razón. La maldad. La maldad es ese oscuro diamante que está adherido a nuestro ser. Es esa suave y tranquila voz que nos llama a pecar. La maldad está dentro de todos, es parte de lo que llamamos ser ‘humano’.

El mal siempre está presente, en cada respiración entrecortada, en cada duda, en la gota de sudor que recorre el cuello del que está próximo a la horca, en la mirada del verdugo que tensó la cuerda, en la sonrisa del público que presencia la ejecución, el mal se encuentra en todos nosotros. Hacemos el mal, reconocemos la maldad cuando la vemos, pero ¿podemos sentirla? ¿Acaso podemos, con ese sentido inherente que parece estar ligado al ADN de todo ser en la naturaleza, descifrar las máscaras y ver la malignidad escondida en un alma?, ¿somos capaces de ver ese grito que exuda malicia en el corazón del hombre? De ser afirmativas ambas preguntas, de poder sentir una inusual alteración en el aire cuando algo malvado está cerca, entonces qué se puede decir de aquellos que se codean con los que son, de manera clara y llana, malvados. Qué sucede con esos padres que invitan a pasar la tarde al pedófilo disfrazado de vecino, ignorando los ladridos y gruñidos del perro; o los que se codean joviales desconocedores de las atrocidades que ha cometido ese que llaman ‘amigo’, ajenos a la visión perdida y muerta que cargan sus ojos. Qué pasa con aquellos muchachos que encuentran en la vida callejera, en el calor de una pandilla, el amor del que carecen en casa, siguiendo maléficas órdenes de psicópatas y antisociales, ignorantes del daño de sus acciones; o con los amantes de la madre que ahogó en la bañera a sus hijos porque veía en ellos una cárcel de la que no quería ser habitante. ¿Son todas estas personas malvadas por no saber leer la evidencia del mal escrita en la cara de los que los rodean?

¿Estamos tan ciegos acaso que no podemos apreciar el horror que escupen las pupilas de los malvados o será que, así como apartamos al perro que gruñe y se eriza, achacamos la evidencia de la vileza a algo circunstancial y pasajero? ¿Acaso eso no nos hace malvados también? ¿O será que eso que llamamos mal, eso que etiquetamos como vil y ruin se esconde en lo ignoto del futuro dejando a los habitantes del presente indefensos ante la incertidumbre de lo que vendrá cediéndole el trabajo de catalogar lo que es malo de lo que no a los muertos del pasado? Porque no podemos, por moral, por ética, por justicia, juzgar algo que aunque no ha sucedido, un acto que aún no se ha cometido, una conclusión que aún no ha llegado. Entonces, la maldad solo vive en el hoy, en el ahora, manifestándose de manera única en los segundos que recorren el ya. Por ende, la maldad no se puede llegar a sentir, porque no está ligada al futuro, sino al presente y al pasado. Solo se puede criticar la maldad una vez ocurrida, una vez haya causado caos y daños. Pero, ¿es que acaso eso no nos hace también malvados cómplices de la maldad? Entonces, ¿cómo se lucha contra la maldad? [FIRMAS PRESS]

*Escritor panameño.

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