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¡Que el Niño Dios viva en nosotros!

Es cuando debemos descubrir la misión específica de cada uno, esa estrella que Dios nos haya deparado; hacer la travesía del desierto de la vida sin miedo, con coraje, con decisión, sin desviarnos por el camino equivocado, para llegar a contemplar, cuando el momento se llegue, el rostro de Jesús que María contempló amorosa, arrobada, en la humilde cuna que le preparó

Por María Alicia de López Andreu
Empresaria

En alguna otra Navidad les compartí este pensamiento (“Simple Abundance”, de Sara Ban Breanthnack), cuya actualidad permite repetirlo en esta ocasión. Dice: “Si, como Herodes, llenamos nuestra vida de cosas y, nuevamente, de más cosas; si nos consideramos tan poco importantes que debemos llenar todos los momentos de nuestra vida de acción, ¿cuándo tendremos el tiempo para hacer la larga y lenta travesía del desierto que hicieron los Reyes Magos? ¿O para sentarnos y contemplar las estrellas, como hicieron los pastores? ¿O para meditar sobre el nacimiento del Niño, como hizo María? Cada uno de nosotros debemos atravesar un desierto. Descubrir una estrella. Y un ser dentro de nosotros mismos, al que debemos darle vida”.

Dentro de la fe que cada uno profesamos, siempre tenemos devoción especial por alguna advocación mariana o por algún santo. Pero también existen otros personajes y eventos bíblicos que nos despiertan especial simpatía. En mi caso, se trata de San Dimas, el Buen Ladrón, y de Melchor, Gaspar y Baltasar, los tres Reyes Magos. Porque ellos vivieron la fe a toda prueba, como debe ser: Dimas, al pie de la cruz, al lado de un supuesto malhechor, tan malo que merecía ser crucificado, pero en quien él reconoció al verdadero Hijo de Dios. Y los tres Magos porque, sin más guía que el vocabulario de las estrellas, siguieron a la más luminosa, la más bella, la que los llevaría a encontrar al Rey de Reyes.

Y así, atravesaron países y desiertos, interrogaron a cuanta persona se cruzaron, preguntaron incluso al rey Herodes, pero en ningún momento se desviaron de la misión que se habían trazado. Hasta que hallaron a los pastores que, llenos de infinita alegría, les señalaron la gruta de Belén, donde encontraron a Dios hecho niño, en brazos de su Madre y al cuidado de José. Allí le adoraron y entregaron los tres presentes que tradicionalmente recordamos: oro, por ser verdadero Rey, incienso, por ser verdadero Dios y mirra, porque por su naturaleza de verdadero hombre debería, en algún momento, conocer la muerte y ser amortajado, como efectivamente sucedió 33 años después.

Vuelvo al pensamiento que cité al inicio: con esta vida que llevamos, con tanta complicación, con los momentos políticos turbulentos, mentirosos, imprevisibles, con nuestro afán diario de encontrar lo necesario para nuestra familia, con el deseo de cumplir responsablemente nuestras obligaciones, ¿guardamos algunos momentos para ocuparnos de nuestra vida espiritual?

Pues la Navidad es el tiempo para hacerlo: que nazca ese nuevo ser que Dios quiere que seamos y que llevamos dentro, pero lo tenemos rezagado detrás de miles de actividades diarias que nos ocupan en lo urgente y nos apartan de lo importante. Es cuando debemos descubrir la misión específica de cada uno, esa estrella que Dios nos haya deparado; hacer la travesía del desierto de la vida sin miedo, con coraje, con decisión, sin desviarnos por el camino equivocado, para llegar a contemplar, cuando el momento se llegue, el rostro de Jesús que María contempló amorosa, arrobada, en la humilde cuna que le preparó. Y que, en ese momento, con humildad, pero llenos de fe y de confianza, podamos decirle “misión cumplida, Señor”.

Para cada salvadoreño deseo que Dios Niño se aloje en nuestros hogares y corazones, trayéndonos fe, esperanza y caridad, que tanta falta nos hace.

¡Feliz Navidad!

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