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La sociedad abierta y sus enemigos

Es y seguirá siendo un desafío para la ciudadanía, defender sus libertades y derechos, lo que solo es posible en una sociedad abierta; y por tanto, luchar en contra de la tiranía, que pisotea los derechos de la gente, en función de su proyecto político nada democrático.

Por Juan Antonio Durán
Juez y profesor universitario

Uno de los debates más encarnizados en el plano filosófico-político, en la segunda mitad del siglo XX, fue la lucha ideológica y la puesta en práctica de dos modelos de pensamiento antagónicos: El liberalismo democrático y la democracia totalitaria; que se materializó después de la Segunda Guerra Mundial y con el inicio de la carrera armamentista, en la guerra fría. 

Pero, ¿qué queda de ese debate? ¿Siguen vigentes esos postulados y esa lucha? ¿O el actual escenario ha superado esa antigua disputa?

Karl Popper (1902-1994), filósofo y politólogo austriaco, escribe en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el libro que lleva el nombre de este artículo (aparte de escribir sobre el método falsacionista en “Conjeturas y refutaciones”, valioso para el método científico y la búsqueda de la verdad), e intenta identificar a los enemigos de la democracia, señalando a Platón (especialmente en “La República”, con el filósofo rey), a Hegel (con el método historicista que sería fundamento del fascismo y el nacional socialismo) y Marx (con la dictadura del proletariado materializado en el bolchevismo).

La sociedad abierta se caracteriza porque en ella la población goza de libertades y ejerce sus derechos sin ser censurado o castigado por ello, hay movilidad social, las personas pueden luchar por sus beneficios, defendiendo sus libertades y conquistando sus sueños, se respeta el disenso y se fomenta el debate en la toma de decisiones; mientras que las sociedades cerradas, se caracterizan por la ausencia de esas libertades, por un único discurso unidireccional, con lenguaje ilocucionario, de quien detenta el poder hacia sus súbditos; y se identifica a estas con los gobiernos teocráticos (donde no puede oponerse a la visión del gobernante sin recibir castigo, pues es la visión de la divinidad) y los regímenes totalitarios, que tampoco permiten el disenso y solo vale el discurso oficial; silenciando, censurando, persiguiendo, reprimiendo o pulverizando la voz disidente, crítica, opositora o que reivindica sus derechos.

Las anteriores definiciones siguen siendo válidas para identificar nuestras sociedades actuales, posmodernas, posmetafísicas y posindustriales, como las califica Baumann.

La sociedad actual es conceptualizada por Zygmunt Baumann (1925-2017), sociólogo de la posmodernidad, por ser una “sociedad líquida”, donde todo es relativo y se adapta a una especie de utilitarismo pragmático: ¿me conviene o no?, ¿qué provecho saco? Así que aquellos grandes valores y principios que antes eran sólidos y graníticos, no negociables, ni vendibles, ni renunciables, ahora se pueden canjear al mejor postor. Lo mismo puede decirse de la ética, de la política, de la religión, del amor: todo es descartable, temporal, provisional, y reemplazable. Úselo y bótelo, que ya vendrá otro.

Giovanni Sartori (1924-2017) caracterizaba a la humanidad actual como Homo videns, porque nuestra gente ya no lee, se actualiza con audiovisuales (TV, cable, aparatos inteligentes); además, en palabras de Guy Debord (1931-1994) vivimos en la sociedad del espectáculo, donde las noticias duran un par de días y luego vendrá otra, aunque sea trivial, invisibilizará a la más importante: lo trivial se vuelve importante y lo importante, trivial. Además, vivimos en una época de posverdad, donde a la gente no le interesa la verdad, menos la verdad judicial, ni siquiera la veracidad que se exige al periodista, pues basta formular un enunciado, hacer una afirmación acusando, señalando, halagando, atribuyendo determinada acción, y repitiéndola muchas veces en distintos medios, para que la gente lo crea, sin cuestionarse siquiera si es verdad: lo cree como cierto. Además, vivimos en un contexto de fakenews o noticias falsas, con granjas de troles y de boots que manipulan la información a su antojo y al mejor postor, ese es su negocio y es muy rentable, los creadores de contenido ganan más que los médicos especialistas; y cuando el poder o el gobernante logra asir o construir una maquinaria mediática para manipular la percepción ciudadana y la opinión pública, estamos frente a una dictadura perfecta. La gente aplaude el látigo y lame la bota que lo pisotea.

Pero más allá de esta y otras características que identifican la actual sociedad, en el fondo, el problema del manejo de la política y el papel del Derecho, siguen planteándose los mismos cuestionamientos: ¿Debe la política decidir el Derecho, o debe el Derecho contener a la política?

Elías Díaz (1934), el iusfilósofo español, dice que el Estado de Derecho es el poder sometido al Derecho. Y no al revés, la política no debe, ni debería, manipular las reglas y principios a su antojo o conveniencia. Las reglas y principios tienen su razón de ser, impedir la concentración del poder, y con ello, impedir la dictadura y la tiranía. De ahí la importancia de la separación de poderes, la independencia judicial y la revisión judicial de la ley y de los actos de gobierno, propia del constitucionalismo estadounidense.

En todo caso, está en el fondo el problema de la democracia liberal o de la democracia totalitaria, esta última se jacta de estar legitimada y responder a los intereses de las mayorías, pero que en la práctica se vuelven en su contra. Mientras que un liberalismo excesivo también presenta el problema con un estado gendarme y mero espectador, permitirá abusos de unos pocos sobre las grandes mayorías. Un dilema irresoluble. 

Hay una consideración también necesaria para hacerle justicia a Platón: En “La República”, propone la figura del “filósofo rey” como el mejor modelo es el que gobierna el más sabio. Esa propuesta la llevó a la práctica con su discípulo Dion, que luego se convertiría en el tirano de Siracusa y tuvo un desenlace fatal, lo que motivó a escribir a Platón, veinte años después “Las Leyes”, donde formula la famosa frase que es preferible ser gobernado por malas leyes que por buenos hombres, porque aunque las leyes sean malas, la ciudadanía tiene certeza en la expectativa del comportamiento del gobernante; pero si es gobernado por buenos hombres, estos pueden cambiar de parecer y de actitud de un momento a otro, dadas las pasiones humanas, y pueden convertirse en tiranos.

De ahí que es y seguirá siendo un desafío para la ciudadanía, defender sus libertades y derechos, lo que solo es posible en una sociedad abierta; y por tanto, luchar en contra de la tiranía, que pisotea los derechos de la gente, en función de su proyecto político nada democrático.

Juez y profesor universitario 

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