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La insoportable liviandad de la sociedad actual

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Por Manuel Hinds
Máster Economía Northwestern

Milan Kunderas publicó una novela en 1984 con el sugestivo título “La insoportable liviandad del ser”, que hacía referencia a la liviandad que da a las decisiones el hecho de que la vida nunca se repasa, se vive sin haberla ensayado. Esto, según Kunderas, tiñe de irresponsabilidad al ser. Esta irresponsabilidad pareciera estar empeorándose en nuestro tiempo, extendiéndose de la vida individual (que era el tema de la novela) al manejo de gobiernos y empresas, que cada vez más está en manos de personajes de la farándula, expertos en el show pero en nada más.


Hay una película en NETFLIX llamada Inventando a Anna que es la historia real de una joven europea de muy pocos recursos económicos que emigra a Nueva York y logra dar la impresión de ser la heredera de una gran fortuna y conseguir grandes prestamos de bancos supuestamente respetables sin tener ningún respaldo ni económico ni de conocimientos, basados en mentiras.


Esta historia, difícil de creer por la manera ligera en la que los financistas aceptaron sin chequear lo que la aventurera les decía, se queda pálida frente a la historia de Elizabeth Holmes, que dijo haberse inventado un método para hacer exámenes de sangre para todos los propósitos con solo un pinchón. Todo el mundo le creyó y ella fundó una empresa llamada Theranos para desarrollar y explotar la invención, y le dio una junta directiva de gente de gran peso que incluía a Henry Kissinger y George Schultz (exsecretarios de estado), William Perry (exsecretario de defensa), Jim Mattis (general de cuatro estrellas retirado de los Marines) y Richard Kovachevich (expresidente ejecutivo de Wells Fargo). Uno hubiera esperado que estos personajes hubieran chequeado la existencia del invento antes de darle sus nombres a la empresa para que consiguiera cientos de millones de dólares de capital. En realidad, le dieron la oportunidad de estafarlos. Elizabeth Holmes acaba de ser condenada a once años de prisión por estafa.

Los casos presentados por Bitcoin y otras criptomonedas son todavía más espectaculares en la magnitud de las estafas y el calibre de las mentiras que la gente se tragó para que la estafaran. Por ejemplo, Binance, la famosa plataforma, no puede operar en Nueva York por no tener las reservas requeridas para hacerlo y haber ocultado el hecho. Muchas de las otras empresas del sector operan en la sombra, sin cumplir con regulaciones y ni estar sujetas a supervisión. Pero dentro de ellas había una que era el orgullo del sector, una que gastaba enormes cantidades en construirse una imagen de honestidad y eficiencia y que públicamente abogaba por establecer regulaciones para proteger a la clientela. Esa era la plataforma FTX, segunda en tamaño a Binance.


John Ray III, el interventor nombrado por un juzgado para manejar su bancarrota, que sucedió hace un par de semanas, reportó lo siguiente en su primer informe, redactado al nomás llegar a las instalaciones de la empresa:
“Nunca en mi carrera he visto una falla tan completa de los controles corporativos y una ausencia tan completa de información financiera confiable como ocurrió aquí. Desde la integridad comprometida de los sistemas y la supervisión regulatoria defectuosa en el extranjero, hasta la concentración del control en manos de un grupo muy pequeño de individuos inexpertos, poco sofisticados y potencialmente comprometidos, esta situación no tiene precedentes”.


En todos estos casos hay un factor común: los estafadores toman como víctimas a gente que no se quiere quedar por fuera en una supuesta oportunidad de hacer dinero sin entender cómo lo van a hacer. Eso ha sido así siempre, como en los casos de GRAMCO, Allen Stanford, y Bernie Madoff. Pero hay algo en los casos actuales que no había pasado en esas otras estafas. Diferente de esos casos, lo increíble es que entre los inversionistas que han perdido su dinero se incluyen grandes empresas profesionales de inversiones (tales como BlackRock, Tiger Global, Insight Partners y similares), que cualquiera pudiera asumir que, antes de invertir el dinero de sus clientes, habrían chequeado una y otra vez, no solo la naturaleza dudosa del negocio sino las cosas básicas que el interventor ha notado tan deficientes.


Todos estos casos (y otros muchos similares) son manifestaciones de un comportamiento no solo criminal sino también liviano, irresponsable, como si millones de dólares no representaran las magnitudes que representan, como si las decisiones sobre ellos se tomaran sin tomar las precauciones mínimas que se requieren para manejarlos.


En El Salvador, el gobierno todavía no sabe cómo va a pagar unos bonos de cientos de millones de dólares que se vencen dentro de unas semanas. Parece estar esperando un milagro. Es como si mucha gente ha perdido la medida y la disciplina necesaria para manejar empresas y gobiernos. Es el tono de nuestra época.

Máster en Economía
Northwestern University

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