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Una lección de vida

Los dieciséis supervivientes del accidente aéreo cambiaron todos los códigos que hasta entonces conocían en sus vidas acomodadas y se adaptaron a la calamidad con inmensas dosis de madurez y de arrojo. Sin duda hubo diferencias, y en la película se reflejan, pero dominó el sentimiento de sacrificio y entrega hacia los demás, porque sólo así podrían burlar ese casi cien por ciento de probabilidad de no salir con vida de aquella pesadilla de hielo perpetuo.

Por Gina Montaner
Periodista

Hace unos meses escribí sobre La sociedad de la nieve, la nueva película del director español J.A. Bayona. La vi en un pase en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, en Madrid, antes de su estreno en los cines y en ese momento me deslumbró. Pasó el tiempo y, lejos de olvidarme del filme –inspirado en el siniestro aéreo ocurrido en los Andes en 1972 del que sobrevivieron dieciséis personas después de más de dos meses desaparecidas–, la historia ha permanecido presente en mis pensamientos.

Antes del anuncio de que el filme de Bayona competirá en la ceremonia de los Oscar en la categoría de Mejor Película Internacional y en la de Maquillaje y Peluquería, volví a verla y me pareció mejor aún. Pude fijarme más en los detalles de una dirección y una puesta en escena cuidadísimas, con las que el director se esmera por recrear esa íntima comunión que los supervivientes del accidente del avión de las fuerzas armadas de Uruguay –casi todos integrantes de un equipo de rugby juvenil que iba a jugar un partido en Santiago de Chile– forjaron con la esperanza de salir con vida en las circunstancias más adversas.

Bayona partió del libro homónimo que escribió el periodista Pablo Vierci, antiguo compañero de colegio de algunos de los supervivientes. Desde una perspectiva que guarda sorpresas para el espectador, el cineasta ilustra de forma magistral lo que significó que esos jóvenes forjaran esa particular “sociedad de la nieve”. Y es ese proceso al que se vieron abocados lo que se le queda prendido por dentro al espectador (al menos hablo por mí), como una llama que aviva un sentimiento adormecido: el del amor más comprometido que implica el sacrificio último por tus congéneres. Mi hermano me lo dijo muy acertadamente: “La sociedad de la nieve es, sobre todo, una historia de amor.”

Hay dos momentos cruciales en el filme, centrado en los 72 días que pasaron los supervivientes en un glaciar en los Andes no apto para la vida humana o animal. Primero, cuando debaten la necesidad de recurrir a la antropofagia para salvarse de morir de inanición. Se trata de la muy dolorosa decisión (con los lógicos matices éticos y religiosos que surgieron) de alimentarse de los cadáveres de las víctimas mortales, que eran sus compañeros, amigos y hasta familiares. Segundo, seleccionar a los más fuertes y mejor preparados del grupo para que se aventuraran a caminar en las condiciones más inhumanas, con el anhelo de que alcanzaran un enclave donde hubiera civilización. Llegan a dos amargas conclusiones: para vivir había que practicar el canibalismo y los que tuvieran más fuerza debían caminar por los demás para ser rescatados. Eran sus dos únicas salidas en un escenario en el que todos los elementos estaban en su contra.

Los dieciséis supervivientes del accidente aéreo cambiaron todos los códigos que hasta entonces conocían en sus vidas acomodadas y se adaptaron a la calamidad con inmensas dosis de madurez y de arrojo. Sin duda hubo diferencias, y en la película se reflejan, pero dominó el sentimiento de sacrificio y entrega hacia los demás, porque sólo así podrían burlar ese casi cien por ciento de probabilidad de no salir con vida de aquella pesadilla de hielo perpetuo.

Bayona, sostenido por un sólido guion, enfrenta al público a la posibilidad real de tener que tomar decisiones críticas en situaciones extremas: ¿Cómo lo afrontaríamos? ¿Estaríamos dispuestos a dar la vida por nuestros amigos? Cuando la voz del narrador se pregunta a lo largo del metraje, “¿Qué sucedió en la montaña?” inevitablemente también uno se pregunta, “¿Qué haría si tuviera la certeza de que el mundo nos ha abandonado?” Todas las disyuntivas que a lo largo del filme se plantean los supervivientes representan un colosal ejercicio mental y físico que el espectador siente como propio.

No sé si La sociedad de la nieve se alzará con el muy codiciado Oscar a la Mejor Película Internacional, pero, tal y como ha dicho de ella el actor español Javier Bardem, nos emplaza “a ser mejores”, que no es poco. Lo que les sucedió en aquella inhóspita montaña a los supervivientes nos sirve como una lección de vida. [©FIRMAS PRESS]

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