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Política y fe

Las maquinarias de propaganda buscan proyectar a sus políticos a través de diversas estrategias: 1) Vincular al político como un enviado divino; 2) Asociarlo con experiencias místicas, trascendentes o milagrosas; 3) Proyectar al político como un creyente incólume; 4) Vender la idea que el político está cumpliendo una misión mesiánica o salvífica; 5) Fotos y videos con pastores o líderes religiosos;

Por Óscar Picardo Joao

Ignacio Ellacuría en “Teología política” (1973) planteó audaces hipótesis sobre la historia de la salvación como la salvación de la historia, la secularización como determinante del quehacer cristiano, el carácter político de la misión salvífica. Este aporte respondía al décimo aniversario de la encíclica “Pacen in Terris” de Juan XXIII (1963) y al nuevo “lugar teológico”: Latinoamérica en pobreza, injusticia y represión.


En el pasado, y desde épocas medievales, la relación entre fe, filosofía y política pasó del cesaropapismo inquisidor, las cruzadas, la batalla de Lepanto y Pío V, hasta llegar al debate profundo escolástico, que culminó en el apotegma anselmiano: “Fides quaerens intellectum” (la fe busca comprenderse).

Habría que esperar hasta el “Espíritu de las Leyes” (1748) de Montesquieu, para llegar al Estado laico y la separación de poderes, como una nueva etapa ilustrada de la humanidad y una inédita relación entre la religión y la política.
El término «Estado» suele emplearse para referirse a un fenómeno político que surgió en Europa a partir del hundimiento del feudalismo con las características fundamentales de territorialidad, centralización, soberanía, diferenciación e institucionalización. Los cuatro principios básicos del Estado de derecho son: El imperio de la ley; la división de poderes; el respeto de los derechos y las libertades fundamentales; y la legalidad de la administración.
Pero una cosa es el Estado y otra el “Estado laico”; un Estado laico reconoce, protege y garantiza la libertad de conciencia, la libertad religiosa y de culto para todas las personas y garantiza la igualdad, y la no discriminación porque reconoce el valor de las expresiones de esas creencias personales. El contrario de un Estado laico es un Estado confesional. En éste último, la religión oficial se impone como norma para toda la colectividad ya que los y las representantes estatales pueden intervenir en políticas públicas imponiendo su moral y su religión aún a las personas que no las comparten.


La educación laica -como base del Estado laico- se inicia después de la revolución liberal de 1871; comienza un diálogo complejo entre el Estado y la Iglesia Católica. En 1881 se funda el Liceo Salvadoreño por el Presbítero y Doctor don Adolfo Pérez. Para 1886 se cuenta con una nueva Constitución liberal. En 1893 se desarrolla el Congreso pedagógico centroamericano con una visión positivista, y luego aparecen en escena Alberto Masferrer y Francisco Gavidia como precursores de la educación laica; a esto sumemos las nacientes ideas teosóficas y masónicas que emergen en el país. Ya en el siglo XX de funda Instituto Ixeles (1916); mientras la Universidad de El Salvador lucha desde 1841 hasta 1927 por su autonomía, entre ideas conservadoras y liberales.


La tesis doctoral de Juan González Torres “Del ciudadano católico al ciudadano laico …”(UCA, 2012) se propuso como objetivo esencial realizar un análisis lo más exhaustivo posible del nuevo perfil o modelo del futuro ciudadano laico que el Estado salvadoreño se propuso formar en las escuelas públicas primarias, a raíz de la reforma educativa anunciada durante el segundo mandato presidencial de Rafael Zaldívar, pero ejecutada, finalmente, por el Gobierno de Francisco Menéndez, entre los años 1887-1890. Algunas conclusiones de este trabajo académico señalan: El debate entre la Iglesia Católica y los movimientos liberales fue complejo. Fueron Rafael Zaldívar, Antonio J. Castro, Baltasar Estupinián, Rafael Reyes, Julio Interiano, David J. Guzmán, Francisco Menéndez, etc. quienes emprenderían la lucha decisiva por hacer de la escuela pública primaria un espacio laico. Fue la Constitución de 1883 la que sancionó por primera vez el carácter laico de la escuela pública, pero no fue hasta 1889, con la sanción de un nuevo reglamento de educación primaria, que la enseñanza de la doctrina católica desapareció definitivamente del currículo de las escuelas. Fue Antonio J. Castro, en calidad de SubSecretario de Instrucción Pública, allá por 1880— emprendió la lucha por hacer de las escuelas de la República escuelas laicas, a nivel operativo.

Más allá de estas vicisitudes de la historia, la relación entre Estado y Religión en nuestro medio ha tenido otras peculiaridades más recientes; aquí podríamos incluir el antiguo Partido Demócrata Cristiano, las Comunidades Eclesiales de Base, el rol de Mons. Oscar Romero, los aportes de Ignacio Ellacuría, la teología de la liberación, entre otros fenómenos que han configurado el devenir del país. Hoy debemos agregar el rol de las iglesias evangélicas y su incidencia en la política.


La teología política contemporánea, impulsada por de Metz y Moltmann, implica que las dimensiones de fe y política en el accionar humano posibiliten un proceso de humanización de la persona. Es aquí donde se ubica el debate fe-política, en la identidad del cristiano, la legitimación de una determinada acción, praxis y reflexión teológica.
Pero este artículo no trata sobre este debate sofisticado, sino sobre el uso político de la religión; algo cada vez más común en las tradiciones autoritarias y populistas latinoamericanas. Hacer un uso instrumental y reduccionista de la fe para obtener más votos.

Hace unos días, un buen amigo me envió un video sobre una entrevista realizada a Santiago Kovadloff, en la cual al describir al peronismo y algunas figuras de este movimiento definía: “En la política contemporánea hay figuras sacralizadas (…) donde hay fe no hay duda, y dónde no hay dudas hay paz interior”.


En este contexto hay dos vertientes importantes: a) Las sociedades latinoamericanas son profundamente creyentes y conservadoras; poseen una fe infantil pautada por religiones y catequesis superficiales; y b) La clase política ha leído la idiosincrasia religiosa, la integra y la utiliza en su marketing político.


Las maquinarias de propaganda buscan proyectar a sus políticos a través de diversas estrategias: 1) Vincular al político como un enviado divino; 2) Asociarlo con experiencias místicas, trascendentes o milagrosas; 3) Proyectar al político como un creyente incólume; 4) Vender la idea que el político está cumpliendo una misión mesiánica o salvífica; 5) Fotos y videos con pastores o líderes religiosos; 6) Imágenes en postura de recogimiento religioso u orando; 7) Programar visitas a templos; 8) Incluir en sus discursos o narrativa citas bíblicas o alusiones a hechos religiosos, incluyendo conclusiones o saludos como “puesta nuestra fe en Dios, “Dios bendiga a la nación”, “lo lograremos con la ayuda del creador”, etcétera.

El uso de la religión y de las iglesias en la política es simple y llanamente “manipulación”. Pobres los pastores, sacerdotes y feligreses que caen en esta trampa e integran en su canon de creencias a políticos. Seguro caminarán sobre las aguas, repartirán panes y peces y luego se irán con sus 30 monedas de plata…


Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu

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