“¿Seré yo el próximo que muera?”, el dramático testimonio de un médico contagiado por COVID-19

Vivió de cerca la crisis sanitaria que se dio en Ecuador y pese a que día a día pensaba que podía morir o contagiar a su familia, no dejó de hacer su trabajo.

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Por N. Hernández / Agencias

2020-05-07 6:29:12

El Covid -19 ha dejado más de tres millones de personas infectadas y cerca de 250 muertos, muchos de ellos han sido trabajadores de salud, quienes fueron los primeros en enfrentarse a la enfermedad y trata de salvar la vida de los pacientes.

Médicos, enfermeras y demás equipo médico han tenido que redoblar sus esfuerzos para luchar con la pandemia, testimonios desgarradores se han dado a conocer de estas personas que son madres, padres, hijos, hijas, pero que no tienen otra opción más seguir enfrentando el virus y salvando a personas.

En América Latina, Ecuardor es uno de los países más afectados por la pandemia. Según el Colegio de Médicos ecuatoriano cerca de 1,500 médicos resultaron infectados por COVID -19 y de ellos han fallecido 21.

En México, la cifra de médicos infectados por el nuevo coronavirus era de 329, mientras que en Brasil, el país más afectado de América Latina, solo en la ciudad de Sao Paulo hay cerca de 2,000 de ellos en aislamiento debido a que muestran síntomas del virus. En el caso de El Salvador se desconoce cuántos trabajadores de salud están contagiados y cuántos son sospechosos.

Es evidente que en este contexto, el personal médico y sanitario está en primera línea de combate del virus está más expuesto y tiene mayores riesgos de contagiarse. En muchos casos, los profesionales de salud reclaman que no han contado con los equipos de protección adecuados o suficientes desde que se inició la pandemia en sus países.

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BBC mundo habló con un médico que resultó positivo a la prueba de COVID -19, este es el relato:

En BBC Mundo hablamos con tres médicos que resultaron infectados por el virus. Así nos relataron sus experiencias.

“Me preguntaba todo el día: ¿Seré yo el próximo médico que va a morir?”

“Mi nombre es Juan Carlos (nombre ficticio). Trabajo como médico en la sala de cuidados intensivos de uno de los hospitales de Guayaquil, Ecuador. El virus aquí ha sido una tragedia.

Hemos visto que los hospitales y los centros de salud han colapsado. Personas infectadas y sin poder respirar haciendo fila para ingresar a urgencias para ser atendidas.

También hemos visto morir a muchas personas. Yo puedo contar la muerte de varios amigos cercanos, docentes universitarios. Y cuatro familiares.

ADEMÁS: Yo también estuve infectado por el Covid-19 y tuve mucho miedo de morir.

La primera vez que supe del nuevo coronavirus fue por las noticias. Por allá en enero. Escuché que había un virus en China, que se estaba propagando con rapidez. Pero no creímos que podía llegar hasta el Ecuador.

Además, y ése ha sido nuestro gran problema, no sabíamos nada sobre el virus. Nunca lo vimos con claridad. En las noticias también vimos cómo llegaba a Italia y a España y comenzaban a morir pacientes incluso en los mejores hospitales.

Una de las razones por las que escogí la terapia intensiva como mi especialidad es que, a pesar de que la tasa de mortalidad en una sala de cuidados intensivos puede ser muy alta, la satisfacción de salvar la vida de una persona también es muy alta.

Sin embargo, esto nos desbordó más allá de nuestras capacidades.

Recuerdo el primer caso positivo en Guayaquil: 29 de febrero, una mujer que había regresado de Europa. La enfermedad estaba en casa. Tengo que admitir que no estábamos preparados y que el Estado fue perezoso en reaccionar.

El 3 de marzo llegó el primer caso al hospital: una mujer de más de 60 años en condición crítica. Tuvimos que conectarla a un respirador, pero después de nueve días de agonía, falleció.

Ahora la enfermedad no sólo estaba en la ciudad, sino que la estábamos mirando a los ojos en cada paciente.

Después el hospital se desbordó. La gente, algunos sin poder respirar, hacía largas filas. La oficina encargada de designar a dónde iba cada caso dentro del hospital no contaba con recursos humanos suficientes. La Unidad de Cuidados Intensivos tuvo que ser ampliada.

Comenzamos a vestirnos como astronautas. Los guantes, los vestidos. Las gafas que te aprietan el rostro.

Muchos debíamos ponernos nuestros nombres con un marcador en los trajes para reconocer quién era quién. Muy incómodo trabajar así durante más de 24 horas que puede llegar a durar un turno.

Además, sin poder hablar con nuestros pacientes: estaban conectados a sus respiradores y a duras penas podíamos saber cómo se sentían.

A esto se sumaba que no había un tratamiento, sino varios. De las otras enfermedades teníamos mucha información, documentos enteros. Del nuevo coronavirus, poco menos que nada.

Después de turnos de 15 horas muy duros, el 3 de abril comencé a tener fiebre muy alta. Pedí una cita dentro del hospital para hacerme un test. Me la dieron para el 4 de mayo.

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Así que me fui para mi casa. Uno de los peores miedos que tenía cuando la enfermedad llegó a Guayaquil era contagiarme e infectar a mis padres: yo vivo con ellos, tienen más de 65 años y varias condiciones preexistentes. Yo soy el que cuido de ellos.

Así, tuve que instalarme en un apartamento que me conseguí dentro del mismo edificio donde vivía. Me llevé un televisor, una cama y un computador. Desde allí solicité una prueba particular que uno puede enviar por correo.

A las 72 horas me confirmaron que tenía covid-19.

La mayoría de los síntomas, tos y fiebre brutal, eran nocturnos. Pero a los pocos días comencé a tener problemas para respirar. Iba a lavarme los dientes y jadeaba. Así que mientras por la noche lidiaba con los síntomas, en el día lidiaba con mi cabeza.

Comencé a sentir una paranoia sobre la enfermedad. Aunque había visto que el virus afecta más a las personas mayores, en la sala de Cuidados Intensivos habíamos recibido personas de todas las edades.

Incluso de la mía.

Y yo sabía que no había un tratamiento, que había varios. Así que si me tocaba ir al hospital porque los síntomas se complicaban, no sabía si ellos iban a poder saber con exactitud cuál era el adecuado para salvarme.

Yo había estado en la misma situación dentro de la sala de cuidados intensivos. Esa duda me angustiaba muchísimo. Durante los días en que peor me sentía, tenía mucho miedo de morir.

‘¿Seré yo el próximo?’, pensaba constantemente.

Pero no tuve que ir (al hospital). Poco a poco comencé a mejorar. Después de recuperarme completamente -tuve que pedir otro test particular para saber si seguía infectado o no-, decidí regresar a trabajar.

¿Las razones? Una es que ahora sé que puedo utilizar tratamiento del plasma con los anticuerpos. Y si algunos de mis padres se infecta, puedo utilizarlo con ellos.

Y segundo, creo que es el momento de ayudar. Esta epidemia ha sido una tragedia para Ecuador. Nunca vi algo parecido, ni adentro ni afuera del hospital.

Cuatro familiares cercanos han muerto. Docentes que me dieron clase y que eran respetados maestros de medicina. Amigos.

La gran lección que nos deja esto es que no tenemos una educación sanitaria adecuada. Debemos invertir en salud y educación. Porque si la hubiéramos tenido, en el preciso instante que conocimos la noticia de que un virus muy contagioso se expandía en China, habríamos estado preparados para cuando llegara a esta parte del mundo.

Y nunca pudimos estar preparados”.

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