El testimonio de una enfermera de pacientes COVID-19 en cuidados intensivos: “Apago el respirador y los ayudo a morir en paz”

Muchos de los pacientes mueren solos y el personal médico es el único que puede acompañarlos en ese momento.

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Foto de referencia / AFP

Por N. Hernández / Agencias

2020-04-22 5:00:26

Juanita Nittla tiene 42 años y lleva trabajando 16 para el Servicio Nacional de Salud (NHS por sus siglas en inglés) británica como enfermera especializada en cuidados intensivos.

“Desconectar el respirador es algo muy traumático y doloroso a nivel emocional. A veces siento que soy en cierta forma responsable de la muerte de esa persona”, dice Juanita Nittla, jefa de enfermeras de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario Royal Free de Londres, Reino Unido.

Para muchos pacientes contagiados de COVID-19 tener acceso a un respirador artificial puede suponer la diferencia entre vivir o morir porque estos aparatos ayudan a llevar el oxígeno a los pulmones y a expulsar el dióxido de carbono cuando el paciente no lo puede hacer por sí mismo.

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Pero en época de pandemia los aparatos no han dado abasto y el personal de salud se enfrenta a la difícil decisión de quién debe recibir o no un respirador y a quién deben interrumpir el tratamiento.

Esto le ocurrió la segunda semana de abril a Juanita, su turno iba empezando cuando los médicos de la UCI le dijeron que tendría que poner fin al tratamiento de una paciente con COVID -19. La paciente era una enfermera de unos 50 años de un centro de salud comunitario, Juanita tenía que hablar con su hija y explicarle el proceso médico que seguía.

“Le garantice que su mamá no estaba sufriendo y que parecía estar tranquila. También le pregunté sobre sus últimos deseos y las necesidades religiosas de su madre”, recordó.

En la UCI, las camas están una al lado de la otra. Su paciente terminal estaba rodeada de otras personas también inconscientes.

“Estaba en un compartimiento con ocho camas. Todos los pacientes estaban muy enfermos. Cerré las cortinas y apague todas las alarmas”.

Enfermera especializada en cuidados intensivos. Foto Facebook Juanita Nittla

El equipo médico también tomó una pausa por un momento.

“Las enfermeras dejaron de hablar. La dignidad y la calma de nuestros pacientes es nuestra prioridad”, dijo Juanita.
Colocó el teléfono al lado de la oreja de la paciente y le pidió a su hija que hablara.

“Para mí, fue una sola llamada. Pero para la familia fue algo muy importante. Querían hacer una videollamada, pero por desgracia no se permiten celulares dentro de la UCI”.

La familia de la paciente le pidió que reprodujera un video de música específico y así lo hizo. Después desconecte el ventilador.

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“Me senté a su lado en la cama dándole la mano hasta que se murió”, narró.

La paciente murió a los cinco minutos después de haber apagado la asistencia: “Vi las luces parpadeantes en el monitor y el ritmo del corazón alcanzar el cero; apareció la línea plana en la pantalla”, describió Juanita.

Después Juanita desconectó los tubos que administraban los medicamentos de sedación. En el teléfono, la hija de la paciente seguía hablando a su madre y rezando para su eterno descanso.

Juanita dijo sentir un dolor indescriptible cuando tomó el teléfono y le comunicó a la hija de la paciente que su madre había muerto.

Después de la traumática experiencia tuvo que seguir con su trabajo porque este no termina cuando el paciente muere: “Con la ayuda de un colega, la limpié en la cama, la envolví en una mortaja blanca y la deposité dentro de una bolsa de cadáveres. Puse la señal de la cruz en su frente antes de cerrar la bolsa”.

La decisión de desconexión e interrupción del paciente se toma teniendo en cuenta la edad de la persona, condiciones médicas previas y posibilidad de recuperación. Antes de la pandemia era la familia quién decidía si retirar el tratamiento o no, incluso se permitía que los familiares más cercanos entraran a la UCI antes de desconectar a los pacientes, pero ahora no se puede.

“Es triste ver a alguien morir”, dice Juanita. Quien asegura que ha visto a pacientes luchando y jadeando para intentar respirar y eso ha sido “muy difícil de presenciar”.

“Tengo pesadillas. Me cuesta dormir. Me preocupa contagiarme, lo hablamos entre colegas y todos estamos asustados (…) Las personas me dicen que no debería estar trabajando. Pero esto es una pandemia y es mi trabajo. Cuando termino el turno pienso en los pacientes que han muerto, pero trato de desconectar cuando salgo del hospital”, concluye Nittla.