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¿Se puede construir patria desde las artes escénicas?

“Al conmemorar las fiestras patrias y revisitar el grito de independencia, este texto propone revisar algunas ideas en torno al teatro y a la construcción de la nación. Se propone que el teatro tanto como arte en sí mismo y como edificio es atravesado por los discursos de la nación salvadoreña de los albores del siglo XIX”.

Por David J. Rocha Cortez | Sep 21, 2023- 10:21

El edificio del teatro capitalino fue utilizado como oficina de los juzgados de paz, alcaldía, policía municipal, biblioteca y sede de la Radio Nacional. Fotos: archivo EDH

El teatro ha funcionado como un espacio mágico donde convergen las audiencias y los artistas, donde hay uno que ve y otro que representa, que actúa; juntos construyen una relación antigua, fundante, milenaria. En ese encuentro, en ese convivio, en ese aquí y ahora de la representación es donde nace, muere y revive el teatro.

El teatro es comunidad que también comprende al tejido social y a otras producciones discursivas como la idea de nación. Para Benedict Anderson, historiador norteamericano, la nación es: “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Para que esta idea imaginada tenga un sentido de consenso debe estar determinada y suturada por una legitimidad profunda, por un cruce complejo de fuerzas históricas y debe tener signos/ideas modulares, es decir que puedan ser trasplantadas y que perduren en el tiempo. El teatro ha sido uno de los depositarios y diseminadores de las ideas de nación.

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Al conmemorar las fiestas patrias y revisitar el grito de independencia, este texto propone revisar algunas ideas en torno al teatro y a la construcción de la nación. Se propone que el teatro tanto como arte en sí mismo y como edificio es atravesado por los discursos de la nación salvadoreña de los albores del siglo XIX. Para la oligarquía salvadoreña, el teatro logra ser otro de los signos del capital cultural de la reinvención nacional. En aquel momento, se pretendía sepultar los tres siglos de Corona española, dotar al país de nuevas formas estéticas y a la vez lograr configurar: un corpus espiritual, identidades intransferibles y ciudadanías cultas.

Un edificio escénico en San Salvador...

El primer proyecto de la construcción de un Teatro Nacional salvadoreño fue promulgado por el liberal general Gerardo Barrios. Sin embargo, no se llevó a cabo debido a la guerra que se libró contra Guatemala en 1863. El presidente conservador Francisco Dueñas desarrolla el proyecto de El Coliseo, hecho de lámina troquelada y madera que queda en uso a partir del 8 de diciembre de 1867. Es meritorio señalar que esta construcción no quedó concluida para su inauguración sino que se fue terminando paulatinamente hasta finalizarse en 1879.

Teatro Nacional de San Salvador
Artículo sobre el teatro publicado en El Diario de Hoy, en noviembre de 1954. Foto: archivo EDH

La creación de El Coliseo puso a la nación salvadoreña dentro del mapa cultural trasatlántico. Si bien en esta época surgen los primeros dramaturgos nacionales como Francisco Esteban Galindo, Román Mayorga, Francisco Díaz y Francisco Gavidia, quienes llevan sus obras a la escena de este primer teatro, la mayoría de espectáculos presentados eran de compañías itinerantes que venían de España, México o Suramérica. Sus espectáculos eran óperas, operetas y zarzuelas; en menor medida, comedias y dramas del Siglo de Oro. Muchas veces las funciones quedaron suspendidas por falta de espectadores. Además, el teatro como edificio fue utilizado para conferencias de intelectuales nacionales y fiestas de recepción de la élite salvadoreña.

En 1903, se impulsa la remodelación y ampliación de El Coliseo, pero este es calcinado por un incendio en febrero de 1910. En septiembre del mismo año, la Junta de Fomento de San Salvador aprueba las bases de un concurso internacional para construir un nuevo Teatro Nacional. El ganador fue el arquitecto francés Daniel Beynard, con una propuesta arquitectónica ecléctica que tiene como referencia estilística predominante el Neoclasicismo francés y como modelo de construcción el sistema Hennebique de cemento armado que dota de estabilidad y solidez a toda la estructura, previniendo incendios y derrumbes por terremotos.

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En 1911, el presidente Manuel Enrique Araujo coloca la primera piedra; es inaugurado en 1917 por el presidente Carlos Meléndez. Este edificio es el que sobrevive hasta la actualidad. Los primeros 16 años de esta edificación no suponen muchos cambios en la praxis teatral del país y constituye una continuidad de la tradición liberal decimonónica. Siguen presentándose compañías internacionales itinerantes, zarzuelas, operetas y comedias ibéricas. Sin embargo, del impulso de Gerardo de Nieva y su Escuela de Prácticas Escénicas, inaugurada en 1929, nace una generación de actores y actrices locales.

Desde 1867 hasta 1933, además de la construcción del edificio del Teatro Nacional, no hubo por parte del Estado políticas culturales significativas, ni un programa estratégico que impulsara su funcionamiento. La nación liberal decimonónica y los gobiernos sucesivos enfatizaron mantener el monocultivo cafetalero y el orden político heredado de los conflictos de la posindependencia. El teatro como espacio arquitectónico, significó para la primera propuesta de nación un lugar civilizatorio y de difusión del arte europeo.

Francisco Gavidia y la fundación de un teatro nacional

Francisco Gavidia es uno de los dramaturgos más importantes de la historia teatral salvadoreña. Además, es el único de su generación que se sigue representando hasta hoy. El romanticismo y el teatro histórico son dos corrientes estéticas que influencian su obra. Particularmente está marcada por Víctor Hugo, uno de los autores más representativos del romanticismo después de los alemanes del Sturm und Drang. El movimiento romántico se oponía al clasicismo y al canon ortodoxo. Pasiones desbordadas, subjetividad que se enfrenta a la razón; deseo y pasión por encima del orden. Elementos que Gavidia retoma y vuelca en su teatro.

Caricatura de Francisco Gavidia en portada de EDH de 1939
Portada de El Diario de Hoy de 1939 con la caricatura de Francisco Gavidia firmada por el gran Toño Salazar. Foto: archivo EDH

La obra Júpiter es la más conocida, difundida y publicada. Sin embargo, existen otros textos que exploran distintas estrategias escriturales, incluso novedosas para la época y el país. Desde la dramaturgia, el autor propone una reinvención de la nación tomando datos y hechos históricos puestos en situaciones de ficción. Además, abona a la mitificación de un pasado indígena valiéndose del exotismo y de los artificios del lenguaje para reconfigurar la tradición.

Júpiter nos ubica en los momentos climáticos de la independencia salvadoreña: 1811. El texto nos lleva a conocer los pormenores que viven los héroes independentistas. El Doctor Santiago Celis es el personaje protagónico, es el héroe de la tragedia, Sin embargo, en el personaje Júpiter, esclavo afordescendiente, es donde el escritor pone el acento.

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La obra se publica a finales del siglo XIX, al hacer una lectura desde la construcción de ciudadanías de la nación de aquella época vemos como el texto retrata la instrumentalización del subalterno por parte de la oligarquía criolla. En este caso Júpiter es empujado por Celis para que haga la revolución, sobre el esclavo descansa la posibilidad de llegar a la independencia por la vía armada. Mientras que Celis o José Matías Delgado son personajes racionales que evocan la ilustración, a Voltaire, a la revolución francesa desde lo conceptual y como paradigma de lo que podría ser la nueva nación salvadoreña. Júpiter termina suicidándose al no poder concretar su pasión, su amor, su desborde por Blanca Celis, hija de su nuevo dueño. La obra nos mueve por diferentes planos que nos develan no solamente el conflictivo y oscuro pasado nacional sino que, en un giro romántico, arroja luces sobre el presente y el futuro de la nación. Además, nos deja enormes interrogantes: ¿Gavidia compartía esas visiones racistas/clasistas fundantes de la nación?, ¿la obra es una crítica que el autor logra poner en escena y pasa desapercibida dada la magistral construcción escritural?, si el mito del mestizaje indio-español es fundante ¿por qué poner a un esclavo afrodescendiente como personaje central? Acaso Gavidia utilizó sus recursos dramatúrgicos para exponer otras zonas de esa sociedad.

Plaza Morazán frente al Teatro Nacional
Ilustración de la plaza Morazán, frente al teatro de San Salvador. Foto: archivo EDH

Francisco Gavidia también legó varios textos sobre lo que para él debía ser un teatro nacional como práctica, como arte. Estos textos fueron reunidos en La máscara del teatro nacional. Si bien, Gavidia asume el rol de creador teatral como dramaturgo su pensamiento se desborda a las concepciones filosóficas de la puesta en escena. El autor proponía un antinaturalismo, volvía su mirada a la forma en que se producía el teatro shakesperiano, desprovisto de todo artificio escenográfico y centraba el trabajo del actor/intérprete en el texto, en la buena recitación, esto lo aprende a través del teatro de Victor Hugo; proponía que el intérprete debía ser un maestro, un ilustrado que debía trasladar su conocimiento a las audiencias. Por otro lado, se preocupaba por la subsistencia del artista dramaturgo. Pensó en la función del teatro en relación a las otras artes, pensaba en el teatro como un arte de gran valía y al mismo nivel que cualquier otra disciplina.

Teatro Nacional de San Salvador
Vista lateral del edificio del Teatro Nacional en San Salvador, sobre la 2° avenida sur. Foto: archivo EDH

¿Refundar la nación?

La herencia teatral de los primeros dramaturgos nacionales ha sido una latencia a lo largo del siglo XX en El Salvador. Aquellos artistas fundaron un teatro logocéntrico, que dialogaba con determinadas ciudadanías, que ponía en valor los elementos culturales del mestizaje, que formaba parte de la modernización y del progreso, de un relato nacional que era “independiente” pero mantenía un sustrato colonial. Sin embargo, el trabajo incanzable de diversas generaciones de teatristas han puesto en crisis las nociones de patria, de indentidad, de nación. A finales del siglo XX y a incioes del XXI se hace visible en la escena salvadoreña otra mirada, crítica, que pone a dialogar teatro, nación y ciudadanías. Las claves fundamentales han sido la construcción de otras estéticas, evidenciar las heridas sociales profundas y dialogar con las audiencias que siempre, siempre son actuales.

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