Dora Ayala, medio siglo de piñatas en el corazón de San Jacinto
Con 82 años, Dora Ayala mantiene viva la tradición de la piñata en San Jacinto, donde en 1970 fundó “La Única”, la primera piñatería del barrio.
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elsalvador.com
Publicado el 17 de septiembre de 2025
Dora Ayala, fundadora de “La Única”, abrió la primera piñatería del Barrio San Jacinto en 1970. Durante décadas elaboró cientos de piñatas semanales para escuelas, alcaldías y fiestas patronales. Hoy, a sus 82 años y tras un accidente que afectó su brazo, apenas produce unas 15 piñatas con ayuda de su hija. Aunque el barrio y las costumbres cambiaron, Dora mantiene vivo su oficio.
En el Barrio San Jacinto hay una casa que guarda medio siglo de tradición. Allí, entre papeles de colores, engrudo y figuras que cobran vida, Dora Ayala ha dedicado su existencia a las piñatas. Su negocio, bautizado como “La Única”, abrió sus puertas en 1970.
El nombre de “La Única” nació porque, en ese tiempo, no había otra piñatería en San Jacinto. La suya fue pionera y se convirtió en punto de referencia para generaciones enteras.
Dora recuerda que la antigua casa familiar funcionaba primero como minisúper y tienda de lácteos. Era reconocida en toda la zona, pero con el paso de los años las ventas empezaron a caer. Fue entonces cuando vio en las piñatas una oportunidad para innovar.
No todos creyeron en ella. “Mejor regalá esas piñatas o las botas. Eso no te va a servir”, le repetía su madre con insistencia. Dora, firme en su convicción, respondía: “Mamá, déjeme a mí. Sé lo que estoy haciendo”. Esa seguridad sería el motor que mantuvo viva su apuesta por décadas.

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El inicio de una tradición
Cuando “La Única” comenzó, Dora compraba y revendía piñatas. Sin embargo, con el tiempo aprendió por sí misma a elaborarlas. Observó talleres, practicó en casa y dominó la técnica. “Fue donde mi productividad aumentó el doble”, asegura.
Con ese aprendizaje vinieron los años dorados. Hace unas tres décadas, la demanda era tan grande que Dora podía elaborar hasta 250 piñatas en una semana. Alcaldías, colegios, escuelas y hasta mesones enteros acudían a ella para celebrar sus convivios y fiestas patronales.
“Mi habilidad era increíble, podía estar día y noche haciendo piñatas. Todo con tal de sacar los pedidos. Las alcaldías me pedían entre 300 y 500 piñatas. Yo ni dormía, pero me dio de comer porque cada una podía costar unos quince dólares de colón”, recuerda con nostalgia.

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Un barrio que cambió
El San Jacinto que Dora conoció en los setenta ya no es el mismo. Antes había colegios, mesones y espacios llenos de niños. Hoy predominan talleres mecánicos, carpinterías y locales de reparación de electrodomésticos. Esa transformación del entorno también cambió las costumbres.
La tradición de “quebrar” una piñata en cumpleaños y convivios poco a poco se fue perdiendo. “Si usted organiza una fiesta debe invitar a más gente, comprar pastel, piñata y más cosas. Ahora prefieren salir a un restaurante porque está entre más gente pero no les está dando a nadie, solo a su familia”, reflexiona Dora.
Lo que antes era un barrio lleno de risas y fiestas, ahora se siente distinto. La infancia de aquella época creció, y con ella desaparecieron prácticas que parecían eternas.
La rutina de hoy
A sus 82 años, Dora ya no produce las enormes cantidades de antes. Una caída sufrida hace un año le dejó secuelas en el brazo, lo que le provoca un dolor intenso si trabaja durante mucho tiempo. Aun así, elabora unas 15 piñatas semanales, con el apoyo constante de su hija.

A pesar del accidente, Dora agradece que puede caminar sin bastón, andadera ni silla de ruedas. Ese espíritu de resiliencia la mantiene activa, aunque más despacio que antes.
En la fachada de su casa ya no figura el rótulo de la piñatería. “La Única” desapareció de las paredes luego de que la alcaldía impusiera cobros extra por mantener anuncios visibles. Dora consideró excesivo ese gasto y decidió borrarlo. Pero, aunque el nombre ya no se lea en letras grandes, su esencia sigue viva cada vez que una piñata cobra forma en sus manos.
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