18 años preparando ayote en miel en Tonacatepeque, conocé la historia de María Luz Calleja
Cada 1 de noviembre, miles de salvadoreños llegan a Tonacatepeque para vivir el Festival de la Calabiuza. Entre tambores, antorchas y personajes mitológicos, hay un elemento que nunca falta: el ayote en miel.
Por
Leidy Puente
Publicado el 02 de noviembre de 2025
Cada 1 de noviembre, María Luz Calleja, de 68 años, endulza la Calabiuza de Tonacatepeque con su tradicional ayote en miel, una receta heredada de su abuela. Desde hace 18 años, prepara entre 1,000 y 1,200 ayotes junto a su familia, para repartir gratuitamente entre los visitantes. Su labor representa el corazón de una costumbre que antecede al festival y que mantiene vivo el espíritu comunitario del pueblo. Mientras las leyendas desfilan por las calles, María Luz conserva el sabor que une generaciones: el dulce que da identidad, memoria y hogar a la Calabiuza salvadoreña.
Cada 1 de noviembre, cuando cae la tarde en Tonacatepeque, el olor dulce del ayote en miel empieza a inundar la zona del parque central. Ahí, entre vapor, leña y grandes peroles hirviendo, se encuentra María Luz Calleja de Mazariego, de 68 años. Con manos expertas, revuelve una receta que lleva casi dos décadas preparando para compartir con los asistentes del Festival de la Calabiuza.
"Preparamos entre 1,000 y 1,200 ayotes”, cuenta mientras revisa la cocción. Para ella, cada pieza tiene un propósito, endulzar la noche de los visitantes y mantener viva la tradición más antigua asociada a esta fiesta.
La Calabiuza se ha convertido en una celebración emblemática, pero este dulce estuvo presente desde mucho antes, cuando no había desfile, ni personajes, ni luces.
“Antes no era así, no había festival de la Calabiuza. Salíamos de casa en casa a pedir ayote”, recuerda María Luz. Los niños repetían un estribillo que aún sobrevive: “Ángeles somos del cielo, venimos pidiendo ayote para nuestro camino”.
Sin embargo, no siempre obtenían miel. A veces, solo recibían pedazos de ayote salcochado o algunos dulces caseros. Con el tiempo, la tradición tomó forma y el ayote en miel se convirtió en un elemento clave de la celebración.

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Una receta heredada
María Luz explica que el secreto del sabor que ahora disfrutan miles no nació con ella, sino que viene desde generaciones atrás. “La receta secreta es herencia de mi abuela”, afirma con orgullo.
Aunque su abuela ya había fallecido cuando ella tomó las riendas, su legado quedó escrito en la memoria familiar. María Luz creció viendo cómo se preparaban dulces artesanales y poco a poco desarrolló la habilidad para continuar ese oficio con dedicación.
Su conocimiento no se limita al ayote, “podemos hacer de toda clase de dulce artesanal”, dice. Pero hoy, el protagonista absoluto es este fruto tan propio de la temporada.
Con un equipo que la acompaña —hijos, sobrinos o vecinos que siempre se suman— se encarga de cada paso: seleccionar los ayotes, limpiarlos, cortarlos, cocinarlos con panela y darle el toque exacto de miel que, según ella, es una cuestión de experiencia… y de amor.
“Es un toque que le damos con mucho amor para todas las personas que vienen a disfrutar”, asegura.

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De los hogares al festival
Actualmente, la municipalidad se encarga de proporcionar los ayotes que se utilizarán en el festival, todo debe estar listo para repartir durante la tarde y al anochecer, antes de que el desfile llegue al centro del pueblo con personajes como la Siguanaba, el Cipitío o el Padre sin Cabeza.
La entrega del ayote en miel es el complemento perfecto para quienes viven la Calabiuza por primera vez y para los que regresan cada año. El público hace fila para recibir su porción de manera gratuita, como dicta la costumbre, y ese gesto simbólico conecta a las nuevas generaciones con una tradición que ha evolucionado sin perder sus raíces.
“Primeramente Dios, que sí se entreguen todos”, expresa María Luz, deseando que cada porción llegue a manos de un visitante que disfrute este sabor histórico.
Para ella, la Calabiuza es una mezcla de trabajo duro y satisfacción. Asegura que mientras tenga salud, seguirá preparando el dulce para el pueblo. “Primeramente Dios, yo le pido que sí”, dice con esperanza.

De esta menera, su rol en la celebración se ha convertido en un símbolo más de la identidad de Tonacatepeque. No sale en el desfile, ni se maquilla como leyenda, pero su aporte es clave. La Muerte, los Cadejos y la Siguanaba pueden sorprender al público… pero el ayote en miel es lo que lo hace sentir en casa.
Cada cucharón que reparte María Luz lleva historia: la de su familia, la de su distrito y la de quienes se niegan a dejar morir las tradiciones salvadoreñas.
Porque este 1 de noviembre, como cada año desde hace 18, Tonacatepeque sabe a ayote… y a la dedicación de una mujer que sigue endulzando la Calabiuza con el legado de su abuela.
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