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Turistas hacen senderismo en La Puerta de Diablo.

La Puerta del Diablo estuvo a punto de ser “Puerta de los Ángeles”, el episodio que pocos recuerdan

Hace más de 50 años, un sacerdote de Los Planes de Renderos bendijo una cruz de madera, exorcizó simbólicamente el famoso mirador y anunció que, desde ese momento, se llamaría “Puerta de los Ángeles”. El acto ocurrió tras la trágica muerte de la artista Morena Celarié.

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Por Leidy Puente
Publicado el 14 de noviembre de 2025

 

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La Puerta del Diablo, uno de los miradores más emblemáticos de El Salvador, estuvo a punto de cambiar de nombre en 1972, cuando un sacerdote intentó rebautizarla como Puerta de los Ángeles tras la trágica muerte de la bailarina Morena Celarié. Aunque el ritual buscaba expulsar lo “maligno”, vecinos, historiadores y artistas rechazaron la propuesta para preservar la identidad del lugar. Con raíces en deslaves históricos y leyendas que marcaron su fama, el sitio mantuvo su nombre original. Medio siglo después, sigue siendo un punto lleno de historia y misticismo, donde vos podés apreciar una vista única cargada de memoria colectiva.

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La Puerta del Diablo es uno de los miradores más icónicos de El Salvador, un punto turístico cargado de leyendas, tragedias y paisajes que han marcado la memoria colectiva. Pero lo que pocos recuerdan es que, en 1972, el lugar ubicado en Panchimalco estuvo cerca de perder su nombre.

Todo ocurrió el 3 de mayo, cuando el párroco de Los Planes de Renderos, Bonicio Morín, llegó hasta el peñasco con una cruz de madera rociada con agua bendita. Su objetivo era bautizar el sitio como “La Puerta de los Ángeles” y expulsar de ahí cualquier presencia maligna asociada al nombre tradicional.

El acto fue peculiar. Según publicó El Diario de Hoy el 4 de mayo de ese año, el sacerdote afirmó ante los asistentes que él era “la única autoridad para maldecir al diablo y expulsarlo de aquel lugar”. Incluso pidió que esa presencia “no se fuera para el lado de Panchimalco porque ahí hay gente buena”, una frase que quedó registrada como parte del ritual.

La cruz fue colocada a pocos metros de donde, semanas antes, había muerto la reconocida bailarina y embajadora del folclor salvadoreño, Morena Celarié.

El Diario de Hoy publicó en 1972 sobre el cambio de nombre a Puerta de los Ángeles. Foto / Archivo

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La tragedia que detonó la polémica

La muerte de Celarié, ocurrida el 21 de abril de 1972, conmovió al país. La artista salió de su casa la mañana del día 20, vestida de amarillo limón y lista para impartir una clase de baile en los Planes de Renderos tras recibir una llamada telefónica. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente, al fondo del precipicio. El reporte forense detalló múltiples fracturas, estado de putrefacción y alrededor de 30 horas de fallecida.

Las autoridades nunca determinaron si la caída fue accidental, si se trató de un suicidio —pues atravesaba crisis nerviosas— o si alguien la empujó. Su muerte generó conmoción nacional y reavivó la conversación sobre las tragedias asociadas al lugar.

Ese contexto fue el que motivó al sacerdote y a algunos ciudadanos, entre ellos la artista y compositora María de Barata, a impulsar un cambio de nombre. Entre las sugerencias también figuró “Puerta al Cielo”.

Pertenencias de Celarié localizadas en el lugar de su muerte. Foto / Archivo

A pesar de la intención religiosa y simbólica, la iniciativa no prosperó. Desde el mismo 2 de mayo, un día antes del acto, habitantes de Los Planes de Renderos firmaron una carta para pedir que no se alterara el nombre.

Argumentaban que “La Puerta del Diablo” ya era un atractivo turístico reconocido y que modificarlo afectaría su identidad cultural.

La Asamblea Legislativa tampoco respaldó el cambio. Aunque el entonces alcalde de Panchimalco, Nolberto Benítez, estuvo presente en el ritual, después desestimó el acto. Historiadores, estudiantes, políticos y vecinos se opusieron abiertamente. Para ellos, el nombre no debía cambiarse por razones religiosas o morales, sino preservarse como parte de la historia local.

Entre esas voces destacó la del cineasta y publicista Alejandro Cotto, quien envió una extensa carta a la redacción de El Diario de Hoy explicando con argumentos históricos por qué el sitio debía seguir llamándose así. “Muchas veces he tratado de entender por qué esa tendencia nuestra de cambiar los nombres sonoros, hermosísimos, testimoniales…”, escribió.

Carta de Alejandro Cotto publicada en El Diario de Hoy en 1972. Foto / Archivo

¿Por qué se llama La Puerta del Diablo?

Aunque existen leyendas sobre supuestas apariciones del diablo mientras el antiguo propietario, Harrison Esteh, extraía piedra del lugar, los documentos históricos cuentan una historia distinta, más vinculada a la tragedia natural.

En su carta, Cotto citó dos registros parroquiales que dan pistas claras del origen del nombre:

  • La inundación del 8 de octubre de 1762, documentada por Fray Joseph Miguel Buenvezino, cuando un deslave del cerro conocido como El Chulo arrasó con viviendas, mató a numerosos pobladores y dejó cuerpos que fueron encontrados incluso en playas lejanas.
  • El doble deslave de septiembre de 1906, descrito por el padre Manuel de Jesús Escobar, que volvió a desprender el cerro tras un fuerte temporal. Hubo temblores, estruendos y destrucción que dejaron cientos de damnificados.

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Ambos hechos marcaron la geografía del peñasco y alimentaron, por décadas, la idea de un lugar peligroso, impredecible y asociado a fuerzas naturales devastadoras.

Según algunos historiadores, fue en la década de los 50 —cuando El Salvador impulsó su proyección turística— que el sitio adoptó oficialmente el nombre con el que es conocido hoy.

Peñon de La Puerta del Diablo.
Vistantes con sus mascotas en uno de los peñones. Fotografía/ Lissette Monterrosa

Medio siglo después

Ni el ritual del sacerdote, ni las propuestas posteriores —incluida una de 2015 que quiso rebautizarlo como Puerta de Jesús— han logrado arraigar un cambio. Para los salvadoreños, La Puerta del Diablo sigue siendo un nombre cargado de historia, tragedias, leyendas y memoria colectiva.

El peñasco continúa como uno de los miradores más visitados del país, un sitio donde convergen la belleza natural, el misticismo y episodios que, como este, recuerdan que hay historias que nunca logran borrar lo que el pueblo ya decidió conservar.

Turistas suben peñón acompañados de un guía del lugar.
Turistas suben a uno de los peñones acompañados de un guía del lugar. Fotografía/ Lissette Monterrosa

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