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De las pinturas del Paleolítico al arte del antiguo Egipto

El buen cristiano se dice a sí mismo “si llevo en el corazón a Cristo puedo también representarlo”, no solo en la figura del “Buen Pastor”, el joven que está al lado de su rebaño o lleva en hombros la oveja que estaba perdida, como en los primeros tiempos, sino asimismo en dibujos, en pinturas para decorar altares, en iconos para tener en pequeños altares de un hogar.

Por El Diario de Hoy |

Desde sus orígenes en el Cristianismo, a diferencia del Islam, representar las figuras de Jesús y la Virgen María, de santos y mártires, de paisajes, animales y ciudades, ha sido una común práctica, como lo fue desde que el hombre tomó conciencia de sí mismo y pintó en las paredes de las cavernas donde se guarecía representaciones de animales, de grupos de cazadores hasta de sus propias manos.


Las pinturas de “Les Caux” en Francia son tan coloridas, su composición de tal gracia que las han llamado “La Capilla Sixtina” del Paleolítico, como a un nivel un tanto menos esplendoroso se encuentran las cuevas de Altamira en el norte de España.


Los sumerios pintaban, al igual que los egipcios y más tarde los griegos y los romanos, que además de murales como los que se han descubierto en Pompeya, usaron técnicas diversas para formar extraordinarios mosaicos, algunos que han llegado hasta nuestros días en un asombroso estado de conservación.


Las pinturas y murales egipcios no solo se ocupan de deidades sino que exponen la vida diaria de la gente, a lo que se suman, como en los relieves babilonios, batallas, cautivos e inclusive personajes individuales, como el muy famoso escriba atesorado en el museo del Louvre que representa un personaje que literalmente “nos mira”, vivo, a varios milenios de distancia.


Ya hemos narrado cómo Champollion, un experto en lenguas en un país libre, pudo descifrar la escritura egipcia, lo que habría sido imposible para los egipcios de ese entonces o de hoy en día dadas las restricciones que sus creencias les imponen.


El buen cristiano se dice a sí mismo “si llevo en el corazón a Cristo puedo también representarlo”, no solo en la figura del “Buen Pastor”, el joven que está al lado de su rebaño o lleva en hombros la oveja que estaba perdida, como en los primeros tiempos, sino asimismo en dibujos, en pinturas para decorar altares, en iconos para tener en pequeños altares de un hogar.


En un momento comenzaron a surgir pintores que a la vez de ceñirse a las normativas eclesiásticas de su época que definían el color del manto de la Virgen María, etc., artistas como Simone Martini, Lippo Memmi (cuñado de Martini y también pintor), Guido de Siena, Bartolo di Fredi…


Así llegamos al “arte por el arte” al esplendor pictórico de hoy
La tradición pictórica ya encauzada en desarrollar estilos diversos llega hasta el gran maestro Cimabue (1249 al 1302), quien un día al pasear por el campo cerca de Florencia encontró a un joven pastorcito dibujando figuras en la tierra de tal gracia que de inmediato se lo llevó a su taller de pintura.


El jovencito era Giotto del Bondone, un pintor y arquitecto que imprimió un nuevo rumbo a la pintura universal, siendo el Campanile (campanario) de la Catedral de Florencia, Santa María del Fiori, su obra más conocida.


De Giotto queda la maravillosa decoración de la capilla Scrovegni cerca de Padua, al norte de Italia.


De allí se llega a Musacchio, el gran maestro naturalista que introdujo la perspectiva cromática que culmina en “Las Hilanderas” de Velásquez, hasta que llegamos al “arte por el arte”, Delecroix, los impresionistas, Van Gogh, Kandinsky y el arte abstracto, cubismo, Monet, Picasso…

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