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Culpen a la amígdala

Hay que generar educación real a las personas para que aprendan a controlar mejor esas conductas automáticas, aprendidas. Pero también generar condiciones de prevención en eventos con potencial generador, con suficiente presencia de las autoridades que ordenen y garanticen que…la amígdala no tomará el control!

Por Edward Wollants
Médico y abogado

Cuando acontecen eventos trágicos como los sucedidos el sábado antepasado en el Estadio Cuscatlán, donde una aglomeración de personas, aficionadas al deporte predominante en nuestra cultura, termina protagonizando una “estampida humana”, con el saldo de 12 seres humanos muertos y cientos heridos, si no es que miles afectados psicológicamente; todos nos sentimos conmocionados, todos queremos respuestas y, como es costumbre, muchos quieren culpables.


Querían entrar a ver el juego de dos de los equipos con las “barras” más grandes y animosas del ámbito, la adrenalina empezó a fluir, horas de espera, cansancio, tensión, sumado a las conductas aprendidas y automáticas de no hacer fila, de aglomerarse, de empujar, etc. Cualquier avezado y poco reflexivo diría que tuvieron la culpa por estar empujando, por quererse meter a la fuerza, etc. Otros dirán que es culpa de la PNC porque brilló por su ausencia. Pero es una aseveración no sólo temeraria e imprudente, sino además falsa. No fue su culpa el querer y el hacer, sino la automatización de la conducta y el bloqueo cerebral.

Vamos a explicarlo: el evento se da en la entrada de una de las zonas donde acceden los sectores populares, que vienen de vivir las experiencias más duras del día a día en una crisis cada vez peor y con más situaciones en contra que a favor; llegan a ver a “su equipo”, esperando ser parte subjetiva de la vivencia, ojalá del éxito, pero al menos de la lucha que hacen 22 hombres abajo y miles en los graderíos; quieren gritar “¡GOOOL!” y abuchear al equipo contrario, para sentir las descargas de dopamina que les produce un placer inmediato, ese tipo de placer que es como una droga que embota los sentidos, que los hace disfrutar de una felicidad aunque sea momentánea, pero vital. Esto, sumado a las condiciones que describimos dos párrafos arriba, lleva a un bloqueo de la zona de nuestro cerebro encargada de que actuemos de manera reflexiva, la que está atrás de nuestra frente, llamada corteza prefrontal.


Y cuando se bloquea, ¿quién toma el control? La amígdala cerebral, que desempeña un papel importante en la respuesta al estrés, especialmente en situaciones de estrés agudo. Es una estructura del sistema límbico que está involucrada en la regulación de las emociones, la memoria emocional y las respuestas de lucha o huida. En situaciones de estrés crónico, como las que vive el salvadoreño promedio, puede estar hiperactiva o tener una respuesta exagerada. Esto se debe a que el estrés crónico puede provocar cambios en la plasticidad y la función de la amígdala, lo que puede resultar en una mayor sensibilidad y una respuesta emocional más intensa a estímulos estresantes.
Cuando la amígdala está hiperactiva, puede desencadenar respuestas de miedo y ansiedad de manera excesiva, incluso en situaciones que no representan una amenaza real. Esto puede contribuir a la aparición de trastornos de ansiedad y aumentar la vulnerabilidad a problemas de salud mental relacionados con el estrés crónico, que pueden desencadenar incluso episodios violentos.

Así que ese tipo de conducta tiene explicaciones neurofisiológicas. Claro, por este tema es que en países desarrollados se ve en circunstancias similares a grandes contingentes policiales en el exterior e interior de las instalaciones deportivas, para poder contrarrestar a la amígdala y sus efectos. Las personas a cargo de los sistemas de protección civil y policial deben saber y aprender de estos temas para anticiparse y prevenir.


Ese mismo proceso fisiológico que lleva a buscar recompensas inmediatas a través de los “disparos” de dopamina se busca en el alcohol, comida, cigarrillo, sexo, compras por internet (de noche sobre todo) y en la búsqueda incesante y hasta “enfermiza” de popularidad por las redes sociales, manifestada a través de “likes”, siendo que estos se ha demostrado que en los fanáticos de redes sociales implican grandes fuentes de placer.


Eso también fue lo que aconteció con las doctoras que seguro no son las únicas que postean sobre los temas más íntimos de su trabajo, buscando el placer de los “likes” de seguidores, al estilo más común de los políticos de la modernidad líquida.

Por supuesto que lo anterior es desconocido por los profanos que no están en el mundo científico, y se entiende que emiten opiniones sin base, muchas veces solo para obtener otro “like”; pero no puede ser que quienes debemos saberlo lo pasemos por alto a la hora de tomar decisiones o evaluar conductas y nos expresemos como cualquier hijo de vecino.


Esto no es tema de vocación, es tema de fisiología cerebral, de neurociencias. Si van a buscar culpables…allí está ¡LA AMÍGDALA!


¿Y qué hacer para que no pasen estas cosas nuevamente? Pues hay que desmontar las conductas automáticas, que no es fácil, ni se hace a través de redes sociales. Hay que generar educación real a las personas para que aprendan a controlar mejor esas conductas automáticas, aprendidas. Pero también generar condiciones de prevención en eventos con potencial generador, con suficiente presencia de las autoridades que ordenen y garanticen que…la amígdala no tomará el control!


Y a las doctoras, como a todo el personal de empleados públicos que viven metidos en las redes sociales, deben recibir entrenamiento a través de terapias cognitivo-conductuales, para ayudarles a superar en la medida de lo posible esa “adicción” a vivir posteándolo todo.

Médico Nutriólogo y Abogado de la República.

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Opinión Tragedia Estadio Cuscatlán

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