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Asomarse a las vidas ajenas

“El chico de la última fila”, la más reciente producción de Teatro Luis Poma, nos enfrenta con este conflicto entre lo íntimo y lo público a partir de las metáforas del teatro.

Por David Rocha |

Las sociedades actuales han dibujado líneas muy delgadas entre lo público y lo privado. La eclosión de las redes sociales, la rapidez con que se mueve la información, las líneas difusas entre quienes miran y quienes son observados son algunos elementos recurrentes en nuestro cotidiano. En nuestro contexto, la vigilancia es una forma de ejercer el poder y atraviesa lo cotidiano, lo político, lo cultural, lo urbano, en fin, atraviesa todas las esferas de nuestro día a día.

“El chico de la última fila”, la más reciente producción de Teatro Luis Poma, nos enfrenta con este conflicto entre lo íntimo y lo público a partir de las metáforas del teatro. El texto original del español Juan Mayorga logra dialogar con las audiencias locales a través de la puesta en escena de Roberto Salomón. Como público, nos sumergimos en la historia de los seis personajes. Nosotros también formamos parte de ese mundo con fronteras difusas. A través de la mirada de un joven, el chico de la última fila, nos adentramos en la vida íntima de una familia. El chico, empujado por su maestro de literatura, nos narra detalle a detalle los conflictos ajenos a su mundo y al nuestro. Paulatinamente la obra nos hace participes de la invasión. Ni el personaje, ni nosotros podemos poner un alto y vamos cuesta abajo a un final inesperado.

La relación que el personaje principal construye con los demás personajes y con la historia misma, es una metáfora de esas fronteras difusas de nuestras sociedades actuales. La obra nos muestra los riesgos cotidianos de que nuestras historias, nuestra información íntima pueda ser expuesta por cualquiera y a través de cualquier medio. El personaje logra construirse a partir de giros que se acentúan en la dosificación de la información. Es decir, al iniciar la puesta en escena no dimensionamos las torsiones que tiene este personaje. Se muestra como cualquier chico tímido, de cualquier secundaria básica, se nos muestra como uno más. No nos percatamos que él tiene un poder crucial: la información.

También la obra nos interpela en relación a la construcción de la mirada. ¿Cómo se construye nuestra forma de mirar? ¿Desde dónde se nos condiciona? ¿Cuáles son los mecanismos sociales que operan en el acto de mirar? Estas interrogantes se materializan en las metáforas de la familia, la escuela y el arte como tres ejes desde los que el espectáculo nos habla. Los personajes están inmersos en estos mundos y en el escenario hay fronteras también difusas. Vemos al elenco pasar de un lugar a otro, vemos como los límites se rompen y esta imagen que propone la obra también hace eco de lo que vivimos en el cotidiano.

Elliot Martínez, Gabriel Pinto, Patricia Rodríguez, Dinora Alfaro, Henri Urbina y Óscar Guardado van representando la historia frente a nosotros. Dan vida a los seis personajes que nos sumergen en una historia que de pronto nos puede parecer muy cotidiana y que nos empuja al peligroso placer de asomarse a las vidas ajenas.

Catedrático del Dpto. de Comunicaciones y Cultura de UCA, El Salvador; coordinador de la Escuela de Espectadores de Teatro Luis Poma. Máster en Estudios Culturales con énfasis en memoria, cultura y ciudadanía por UCA, Managua y Licenciado en Teatrología por Universidad de las Artes de La Habana. 

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Arte Opinión Teatro

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