Enfermos

Cada vez más priorizamos el trabajo en detrimento del tan necesario tiempo personal. Por esto, estamos viviendo una epidemia del sueño moderna, con la variante de que son nuestros hábitos de descanso los afectados

descripción de la imagen
Foto Referencia. EFE

Por Jorge Martínez Olmedo

2022-01-09 3:27:20

La idea de que el valor de una persona está ligado a su productividad es generalizada. Recuerdo que, durante el primer curso de Economía que recibí, el planteamiento de que los mercados asignaban un valor financiero a las personas, basado en sus antecedentes demográficos, me resultó impactante. A pesar de los argumentos fundados en la racionalidad económica que explican este análisis, siempre lo aprecié como algo deshumanizante. Mi impresión no ha cambiado. Sin embargo, si nos detenemos a pensar un momento, la culpa no es toda de los economistas; de hecho, también nosotros reducimos nuestro valor a uno meramente económico con nuestras decisiones y prioridades (influenciados por los economistas, claro).

El año pasado leí un artículo periodístico sobre un término que se popularizó en la jerga de internet: el desvelo en venganza. Cada vez más priorizamos el trabajo en detrimento del tan necesario tiempo personal. Por esto, estamos viviendo una epidemia del sueño moderna, con la variante de que son nuestros hábitos de descanso los afectados. Aquella noticia, que publicó la BBC, contaba cómo millones de jóvenes trabajadores en China reclamaban estar tan inmersos en el trabajo que sacrificaban su descanso a cambio de un breve momento de recreo personal. La agudeza de la situación provocaba que hubiese personas que no se reconocían a sí mismos como personas independientes de la oficina.

Este es un fenómeno innegable. Al otro lado del Hemisferio, tanto mis amigos como yo vivimos a diario esta situación aparentemente contagiosa y cansina en la que nos encontramos debiendo tiempo a nosotros mismos. La diferencia radica en que durante la mayor parte del tiempo no somos ni siquiera conscientes del problema pues así hemos sido programados y limitamos nuestro campo de visión de forma involuntaria.
En primera instancia, estas actitudes están ligadas al instinto de proveer, para lo cual el trabajo es el medio que obliga a las personas a centrarse en su capacidad de suplir sus necesidades. Sin embargo, desde un plano conductual, este enfoque total hacia el trabajo puede estar ligado a factores culturales e institucionales que trascienden, pero complementan, lo económico. Como ejemplo, pienso en el sistema de recompensas condicionadas dentro de la escuela o la cultura de la competencia, donde imprimen en nuestro ideario que, socialmente, más esfuerzo se traduce en mejores posibilidades de vida personales.

Al final, como producto de la sociedad que somos, aprendemos a estimar el valor de nuestro tiempo bajo los estándares que propone el statu quo y terminamos sobreexigiéndonos. Esto propicia un estado de insatisfacción perpetuo donde nos autosaboteamos por no poder alcanzar los parámetros que nos planteamos. Así acabamos secuestrando nuestro tiempo y nos enajenamos. Me basta levantar la cabeza para saber que esta no es una situación atípica y que, probablemente, sea el sentimiento que, de una forma u otra, une a una generación que está fragmentada en cualquier otro aspecto.

A pesar de que la estructura laboral actual manda a mi generación un sobreesfuerzo para afrontar los costos de la vida y la incertidumbre latente, creo que, tarde o temprano, germinará dentro de la discusión una solución viable a este problema evidente. Las medidas podrán gestarse de diferentes formas, desde una reflexión colectiva hasta reformas a la legislación laboral. Mientras tanto, nos queda solamente hacer conciencia sobre este problema que se encubre en hábitos que con el tiempo hemos normalizado y adoptado como parte de nuestras rutinas. Valoremos nuestro recurso más valioso.

Jorge S. Martínez Olmedo

Miembro del Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)