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Renunciar a pensar

Sin libertad de pensamiento ni educación que la fomente es imposible que haya pluralidad en la sociedad; e inviable cualquier discusión intelectual; una condición sine qua non para que haya posibilidad de que aparezcan nuevas ideas, y soluciones creativas para los problemas.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Una comunidad social crece en función de su diversidad intelectual. Lo saben muy bien los historiadores y los sociólogos, los politólogos, los científicos sociales y los intelectuales. Sin embargo, esa diversidad tiene con frecuencia un poderoso enemigo: el afán de poder que obliga a quien se impone sí o sí a los demás, a querer gobernar en sociedades de pensamiento único (el suyo… por supuesto).

En la medida en que hay libertad -y por lo mismo diversidad- de pensamiento, manifestada en libertad de prensa, de cátedra, de los padres para educar a sus hijos según sus valores familiares, etc.; pero, sobre todo, porque la educación en la sociedad es de muy buena calidad, y el sistema educativo no produce sujetos en serie que “piensan” con clichés,irreflexivamente; todos ganamos… con excepción, claro está, de los tiranos.

Así, uno de los factores más importantes para lograr que todos podamos progresar y vivir una vida verdaderamente humana es, como ya habrá adivinado el lector, la educación. Pero no “cualquier” educación, sino solo la que sortea tanto el riesgo de la uniformidad: vamos a llamarla educación de molde; como la que evade el peligro del relativismo.

Si los espacios sociales y educativos funcionan solamente a partir de la repetición de unas pocas “verdades” impuestas desde la centralidad del poder (sin importar que se hable del poder de los votos, el de los políticos, el de la mercadotecnia, el de la ideología, o el de los fanáticos religiosos), se vuelven -más tarde que temprano- más parecidos a la barbarie que a la civilización. Y, ya se sabe, en la jungla lo que importa es el tamaño de los colmillos, que resuelven muy bien los problemas de supervivencia de quien los ostenta, pero que complican la mera supervivencia de quienes carecen de ellos.

Dicho esto, hagamos una acotación. Es indiscutible que los problemas: económicos, de marginación de las minorías, de violencia, de falta de educación, etc., estarán eternamente presentes en cualquier comunidad humana, debido a que son consustanciales con la condición humana. Mientras, por otra parte, la tentación de creer que la única manera de resolverlos es que aparezca un iluminado que tenga todas las soluciones, no es el menor de los problemas que todos enfrentamos al vivir en sociedad. Sin embargo, entregarse al líder con armas y bagaje mental, no es una tentación insuperable, puede ser evitada, sobre todo cuando se cae en cuenta de que su atractivo es inversamente proporcional al nivel educativo de quien la sufre.

Sin libertad de pensamiento ni educación que la fomente es imposible que haya pluralidad en la sociedad; e inviable cualquier discusión intelectual; una condición sine qua non para que haya posibilidad de que aparezcan nuevas ideas, y soluciones creativas para los problemas. En cambio, con la posibilidad del contraste de ideas, creencias, soluciones, todas las propuestas se refuerzan mutuamente, las inoperantes se desechan sin drama y poco a poco se abren paso las mejores soluciones.

Pero todo eso se pierde cuando las riendas de la sociedad las lleva una única persona, una facción de pensamiento único, una camarilla de afectos al líder, con el consentimiento (explícito o meramente producto de la indiferencia) de las personas que componen la sociedad. Entonces, no solo no se solucionan los problemas, sino que suelen aparecer otros, que perjudican, principalmente -gran paradoja- a los de menor educación y menor capacidad de análisis, que son los que más empecinadamente se aferran a no pensar.

Apuntarse a la cultura de la cancelación, esa que simple y sencillamente prescinde de las ideas contrarias a los intereses de quienes tienen la sartén por el mango; vender la propia libertad de pensamiento simplemente por el temor a la responsabilidad que acarrea tener ideas propias, es -la historia lo demuestra una y otra vez- la mejor manera de perder vitalidad intelectual y posibilitar la perpetuación de los problemas.

Ingeniero/@carlosmayorare

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