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¡Lágrimas!

En nuestra sociedad actual, además de la tendencia a reprimir las emociones en público, tenemos un concepto de las lágrimas equiparándolas con la debilidad. A aquellos que aún piensan de esta manera, deberíamos recordarles el versículo más corto de la Biblia, Juan 11,35: “Y Jesús lloró” (Edakrysen ho Iēsous, del Griego Koiné) en el contexto de la muerte de su amigo Lázaro.

Por Mario Aguilar Joya

Todos hemos llorado. De hecho, invariablemente la vida de casi todos inicia con un llanto. Para el equipo médico que atiende el parto, así como a la ansiosa madre que espera que todo esté bien, este llanto inicial es la señal que todo está dentro de la normalidad esperada.

En la antigüedad se creía que teníamos lágrimas que provenían algunas del corazón y otras del cerebro, de acá el término “llorar con el corazón”. Pero en 1662 el científico danés Niels Stensen demostró que las lágrimas se producían en las glándulas lagrimales. Cuando Charles Darwin (1809-1882) publicó su libro La expresión de la emoción en el hombre y los animales en el año 1872, en este, noto que su pequeño hijo William Darwin “emitía gritos antes de aparecer las lágrimas”, afirmando que “los seres humanos expresaban sus emociones con lágrimas para aliviar la angustia”.

Pero se tuvo que esperar hasta el siglo XX para demostrar en términos científicos que las lágrimas se dividen en tres tipos 1.- Las basales o de lubricación, pues mantienen húmeda y protegen la córnea del ojo; 2.- Emocionales, porque responden a diferentes estímulos como la tristeza, frustración o alegría; 3.- Lágrimas reflejas puesto que se generan como una respuesta a irritantes oculares, como el polvo, polen o el humo.

Un hallazgo interesante, es que las lágrimas no solamente están constituidas por agua, también tienen sales, minerales, proteínas e incluso vestigios de hormonas. Más interesante aun, es que la composición química de cada tipo de lagrima es diferente a las demás, en otras palabras, por ejemplo, las lágrimas emocionales contienen más proteínas y hormonas que las lágrimas de lubricación o las lágrimas reflejas.

En cuanto a la composición química entre las lágrimas de los niños y los adultos no hay mucha diferencia, la discrepancia se observa en las cantidades de cada componente. Lo que si sucede a medida que envejecemos es que se producen menos lagrimas basales por lo que el fenómeno de “ojo seco” es más común en la tercera edad.

Las lágrimas emocionales tienen una connotación social importante: cuando los que lloran recibe apoyo de las personas cercanas se siente mucho mejor que aquellos que lloran en un sitio aislado o con personas que no muestran empatía. A pesar de esto la tendencia general es llorar en solitario, a menos que las circunstancias desborden el llanto.

En 2017 e investigador C.V. Bellieni en su estudio “Significado e Importancia del Llanto” publicado en la revista New Ideas Psychology, demostró que la mayor cantidad de proteínas en las lágrimas emocionales hace que se adhirieran a la piel por más tiempo y por tanto que fueran visibles por un mayor número de personas.  Por otro lado, la presencia de hormonas en estas lágrimas hace que se liberan endorfinas, una sustancia parecida a la morfina que ayuda a aliviar el dolor. Esta cantidad de endorfinas liberadas es similar a las que se producen por el contacto físico como un abrazo o una caricia, lo que nos demuestra que es un comportamiento dinámico con efectos positivos en la salud y la interacción social.

Desafortunadamente, en nuestra sociedad actual, además de la tendencia a reprimir las emociones en público, tenemos un concepto de las lágrimas equiparándolas con la debilidad. A aquellos que aún piensan de esta manera, deberíamos recordarles el versículo más corto de la Biblia, Juan 11,35: “Y Jesús lloró” (Edakrysen ho Iēsous, del Griego Koiné) en el contexto de la muerte de su amigo Lázaro. Un llanto silencioso pero lleno de emoción que sin lugar a dudas le da un contexto especial al milagro que sucedería después: La certeza de la Resurrección de Lázaro.

Médico y Doctor en Teología.

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