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OPINIÓN: Contra los ladrones de todo

El autoritarismo que hoy avanza en El Salvador tiene esa misma disposición totalitaria: después de haberse tomado nuestro presente por asalto, ahora quiere expoliar nuestro pasado y usurpar nuestro futuro.

Por José Marinero
Abogado

La vocación natural del autoritarismo es tomarlo todo, dominarlo y nunca soltarlo. Pasa con las herramientas del poder, pasa con los recursos de todos y también puede pasar con los intangibles, con aquello que no podemos medir del todo, pero que también ocupa un espacio en eso que llamamos país. Esa forma de autoritarismo también ansía controlar las ideas, las creencias, los ánimos, las esperanzas y los valores compartidosde la identidad sobre la que pretende gobernar.

El autoritarismo que hoy avanza en El Salvador tiene esa misma disposición totalitaria: después de haberse tomado nuestro presente por asalto, ahora quiere expoliar nuestro pasado y usurpar nuestro futuro.

El ejercicio del poder político tiene hoy pocos límites y ninguno es institucional. El proyecto oficialista ha desmantelado todos los controles del poder, comenzando con la justicia independiente. Ha capturado, marginado o directamente asaltado al resto de instituciones que en nuestra imperfecta democracia estaban llamadas a ejercer -en nombre de la ciudadanía- algún tipo de control sobre el poder. Bajo su amparo o permisividad, también se expande en el país impunemente una industria de la corrupción que expolia los escasos recursos del Estado.

Aún más importante, su desprecio por la ley, preferencia por la oscuridad, matonería frente al que no comulga con su doctrina y desdén por las ideas ajenas, por la razón en general, contagiando todo lo que toca. El problema no está en que su corte de leales súbditos y su amplia red de oportunistas repita hasta el hartazgo los dogmas mercadológicos del infalible líder, sino en que ese credo difunde por todos lados sus antivalores y paranoias y corroe así el ánimo ciudadano. El miedo, la sumisión, la adulación, el arribismo, y el tráfico de influencias se expanden rápidamente y desarman el respeto a las reglas, la solidaridad y las libertades.

Así como el bukelismo ha secuestrado el Estado de derecho, también lo hecho con el estado ánimo de la ciudadanía o, al menos, con buena parte de ella. Hartos de un sistema incapaz de responder a sus demandas y expectativas, le apostamos -por acción u omisión- a un imposible espejismo de cambio rápido, radical y próspero por el que incluso parece estamos dispuestos a renunciar a nuestros derechos.

El bukelismo también ha asaltado furiosamente el pasado. Quiere que pensemos que todo lo que vino antes de él fue un engaño y por ello hay que derribarlo y refundar el país desdecero. Desde la ley hasta la historia, desde las instituciones hasta el lenguaje común, todo debe ser destruido. El bukelismo niega la historia no porque no la entiende, sino porque sabe que su contribución a ella no será sino un pie de página de mentiras y abusos. En su torpeza parece no advertir que sin lo que vino antes habría sido imposible elegir libremente a un presidente cuya promesa de cambio fue siempre una estafa.

A los ladrones del pasado les entusiasma repetir que nunca se había hecho, dicho o visto tal o cual cosa, por trivial o absurdo que parezca. No es la verdad lo que importa, sino la revisión a su medida que hacen de la historia. Así, han vuelto los Acuerdos de Paz blanco favorito de sus furibundos ataques y en el camino insultan a miles de víctimas de un conflicto que nadie quiere repetir. Adulteran la memoria histórica en la que tienen su cordón umbilical.

Sin embargo, el mayor peligro es el que se cierne sobre el futuro de nuestro país. Así como se ha avasallado sobre nuestro presente, así como corroe nuestro pasado, ahora el bukelismo se prepara para saquear nuestro futuro. Presente, pasado y futuro, en ese orden.

El despojo de nuestro futuro colectivo iniciará con el asalto final al poder por la vía de una reelección ilegítima, seguirá con la reforma de la Constitución y de todas las reglas del juego para cerrar los espacios de oposición política y resistencia ciudadana. Irá luego a la consolidación de facto de un modelo de partido único, intolerante a la menor crítica, profundamente corrupto y rapaz de toda oportunidad, progreso y vida.

Pero el botín último del bukelismo es conquistar -para siempre, claro- la mente y los corazones de los salvadoreños. Vaciar sus aspiraciones, sus sueños, sus ganas de defender lo propio. Achatar nuestras ideas, secar nuestro deseo de cambio y normalizar la obediencia ciega, la renuncia a nuestros derechos. Los fantoches que hoy nos gobiernan quieren volverse indispensables, irremplazables e irrevocables y nos necesitan callados, desentendidos de los demás y dispuestos a tranzar derechos por lentejuelas. Que nadie se salga de línea: desde el servidor público al periodista, desde el empresario al religioso, desde el campesino al estudiante.

Los ladrones de todo están robando frente a nuestros ojos mientras seguimos pensando que en algún momento se detendrán y, finalmente, se pondrán a trabajar en todo lo que prometieron. Ello no ocurrirá porque el plan siempre fue expoliar el país de todos, hacerlo suyo desde sus recursos e instituciones hasta su identidad y futuro.

Pero lo que pasa con el presente no tiene porque pasar con el futuro. La salida, claro, no vendrá por milagro ni nos será concedida por un poder lejano. Supone que cada uno decida que ya ha sido suficiente y entender que no estamos solos en nuestro desencanto, que el país no debe ser más el botín del poderoso de turno. Nuestra desidia y desencanto solo beneficia a los ladrones de todo.

El nuestro debe ser un compromiso con la libertad, con la libertad de elegir un rumbo para nosotros y nuestras familias y la libertad de elegir un rumbo para el país en el que quepamos todos. Contra los ladrones de todos solo es útil la unidad y la responsabilidad colectiva. Más memoria para defender el pasado, más valentía para proteger el presente y más ciudadanía para construir el futuro.

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