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Consuelo de Saint Exupéry: De El Salvador a Francia y un Principito

Consuelo, pintora, escultora y escritora, palpitaba vida, inventaba historias imaginarias y mágicas y tenía una risa que contagiaba felicidad, optimismo y esperanza.

Por Francisco Galindo Vélez

“Ser la mujer de un piloto es un oficio, ¡pero serlo de un escritor es un sacerdocio!”, afirmó Consuelo de Saint Exupéry. 

Consuelo Suncín Sandoval y Antoine de Saint Exupéry, ella oriunda de la ciudad de Armenia, Departamento de Sonsonate, en El Salvador, y el de Lyon, Francia. Y así, años más tarde esta salvadoreña de familia de cafetaleros y este aristócrata francés se encontrarían en Buenos Aires.

Después de vivir en los Estados Unidos y en México, Consuelo llegó a Europa de la mano de José Vasconcelos, ex Secretario de Educación de México, ex candidato a la presidencia de su país, abogado, filósofo y autor de muchos y afamados libros, entre ellos La raza cósmica, un libro que habla de una nueva raza en el continente Americano, resultado de un vasto mestizaje de todas las razas  del mundo que crearía una nueva civilización llamada Universópolis, capaz de superar todos  los problemas de razas y nacionalidades por un destino común de la humanidad. La llamaba la “Sherezade del trópico” por su habilidad como cuentista, y gracias a él conoció al monumental Diego Rivera; un encuentro valioso, de acuerdo con algunos especialistas del arte, que tiempo después se manifestaría en   el lado evocador, sugestivo y avispado de sus lienzos.

En Francia, se casó con -y al poco tiempo enviudó- del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, la manifestación perfecta del centroamericano culto, cosmopolita y controvertido por su relación con el presidente de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, y por el rumor infundado de haber entregado a la legendaria espía Mata Hari; escribió El misterio de la vida y la muerte de Mata Hari para aclarar las cosas. Su verdadero nombre era Enrique Gómez Tible, pero decidió usar ambos apellidos de su padre, Agustín Gómez Carrillo por la broma que le hacían: Enrique Gómez Tible, Enrique Comestible.

Se conocieron en una recepción que el pintor holandés Kees van Donguen ofreció al historiador, poeta, ensayista y diplomático mexicano Alfonso Reyes. Y Consuelo entró a aquella Francia que empezaba a descubrir las rítmicas y apasionantes notas del jazz estadounidense, al que al poco tiempo introduciría características propias desarrollando el Jazz manouche, cuya singularidad, por lo menos en su versión original, era excluir instrumentos de percusión y de aire, “sin tambor ni trompeta”, pues se tocaba con dos guitarras, violín y contrabajo, a veces también con clarinete, bajo y acordeón, y que tuvo egregios exponentes como el inolvidable violinista Stéphane Grapelli y el guitarrista virtuoso  Django Reindhart, fundadores del Quintette du Hot Club de France; y a aquel París de Pablo Ruiz “Picasso”, Salvador Dalí, Henry Matisse, Paul Poiret, Lucie Delarue-Mardrus, Maurice Maeterlinck, Benjamin Crémieux, André Breton, Gabriele D’Annunzio, Josephine Baker, que muchas veces contó con el acompañamiento del reputado guitarrista argentino Óscar Marcelo Alemán, y Gertrude Stein, Erza Pound, F. Scott Fitzgerald, John Dos Passos y toda la lost generation, como la llamó Ernest Hemingway en sus libros Fiesta (The Sun Also Rises), y París era un fiesta. Solo unos cuantos de una larga lista.

Consuelo, pintora, escultora y escritora, palpitaba vida, inventaba historias imaginarias y mágicas y tenía una risa que contagiaba felicidad, optimismo y esperanza. Así, un día, Benjamín Crémieux le dijo: “cuando no ríe, su cabello se pone triste, es el que más se cansa. Sus bucles caen como niños que se duermen. Es curioso, cuando usted se anima, cuando cuenta historias de magia, de circo, de volcanes de su país, su cabello recupera la vida. Si quiere ser bella, ría siempre…” Y lo romántico siempre fue parte de su vida, pues a Centroamérica llegó la hablilla de un duelo con floretes, por ella, entre Vasconcelos y Gómez Carrillo, en un momento en que el guatemalteco era considerado uno de los mejores espadachines de París. La novelería de este duelo corrió por Centroamérica.

Gómez Carrillo, segundo esposo de Consuelo, autor de El Evangelio del Amor, de Treinta años de mi vida, El Alma Encantadora de París y El Encanto de  Buenos Aires, entre tantos otros escritos, que pasó parte de su infancia en El Salvador, en la ciudad de Santa Tecla, recorrió buena parte del mundo y escribió crónicas de sus viaje, aunque no intentó comprobar si la vuelta al mundo en realidad podía hacerse en los 80 días de Phileas Fogg, el personaje de Julio Verne, pero como sí lo hizo en 1889 la escritora estadounidense Nellie Bly (Elisabeth Jane Cochram era su verdadero nombre), y que acortó el tiempo a 72 días, ocho menos que Fogg.

Para muchas de sus crónicas, que se convirtieron en piezas fundamentales, tal vez la propia fuente del desarrollo del imaginario romántico de París en el espíritu hispanoamericano, Gómez Carrillo usó la gran ciudad como su lienzo: “Una fiebre deliciosa                      obligábame a andar, a andar sin rumbo, a andar como un alma perdida, oyendo siempre la palabra mágica: ¡París!... A mi lado pasaban las parisienses. Yo las conocía, como conocía los edificios. Las había visto en los poemas, en las novelas, en las estampas... Entre un callejón sórdido y una alameda de palacios, apenas notaba la diferencia. Y es que mis ojos no miraban hacia afuera, sino hacia dentro. Lo que iba contemplando era mi París, mi ciudad                                   santa, mi Meca”.

Desde entonces, “el viajero hispanoamericano a París busca con frecuencia afirmar y confirmar los fundamentos de su imaginario a la vez que desea ser parte de éste y de alguna forma regresar, en persona o no, marcado por la cultura de París”, y quiere convertirse en ese “flâneur”,que inventó Charles Baudelaire, pues “para el ‘flâneur baudelariano’, la ciudad se plantea como un espacio semiótico...un espacio-escenario en el cual se lleve a cabo  la gran representación de las infinitas posibilidades de la ciudad...Porque el flâneur es, sobre todo, un lector instantáneo, un lector repentino que logra ir más allá de lo que cualquier teoría ha logrado, un ‘philosophe de la ville’ (filósofo de la ciudad) cuyo conocimiento o misma filosofía proviene de las distintas y abiertas experiencias de la ciudad”. También gracias a Gómez Carrillo se conocieron los poetas malditos en Centroamérica, en la versión ampliada que Paul Verlaine publicó en 1888, y en la que él mismo se incluyó bajo el apelativo de Pauvre (Pobre) Leilan.

Y París en el centro y con mayúscula exaltación, como en el Alma Encantadora de París en que dice: “Y es que París es un mundo, es que en París hay cien ciudades y cien aldeas, es que París tiene todos los cielos, todos los climas, todas las bellezas, todos los contrastes...” Pero fue gracias a Rubén Darío, el afamado poeta nicaragüense, que Gómez Carrillo llegó a París: “…entonces yo señalé el camino de París. ¡El camino de París! ¿Sabría Gómez Carrillo que era el de su tierra prometida?... Era, pues, quizás, el camino de Madrid que hubiese tomado, sin mi dichosa intervención, el futuro autor de tantos libros de prosa danzante, preciosa y armoniosa, que había de ser tenido después como un parisiense adoptado y alabado por escritores de renombre en esta capital de capitales. Llegó a París a luchar, y luchó”. Darío “le puso la rosa de los vientos en la dirección de París”, y llegó en la plenitud  del simbolismo, que tuvo a Charles Beaudelaire como precursor con sus Flores del Mal (Les Fleurs du mal), y que contó con un Manifiesto que publicó Jean Moréas en un suplemento del cotidiano Le Figaro en septiembre de1886, y si bien las crónicas de Gómez Carrillo fueron modernistas, los estudiosos rápidamente insisten en recordar que, en general, la influencia del Simbolismo y del Parnaseanismo en el Modernismo son innegables.


Ex Embajador de El Salvador en Colombia y en Francia, ex representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Francia, Tayikistán, Colombia y Argelia y exrepresentante adjunto del ACNUR en México, Yibuti, Egipto y Turquía. También fue jurado del premio literario Le Prix des Ambassadeurs en París, Francia.

Este escrito no tiene la pretensión de presentar una verdad histórica, sencillamente contar lo aprendido de muchas lecturas y lo que dos de sus compatriotas me contaron sobre Consuelo.

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