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Grandeza de un dormido que camina con los ojos abiertos. En el día del natalicio de Salarrué

“Salarrué es el escritor, el artista más completo de EI Salvador. Poeta, cuentista, pintor, novelista, escultor; su labor sorprende en este país donde muy pocos se interesan por la cultura y donde eI hombre de ideas, el escritor, es siempre un sospecho, cuando no una persona tenida por chiflada o extravagante, y, últimamente, es mi deber decirlo, como elemento perturbador, agitador de la buenísima conciencia de nuestra sociedad. Sorprende el caso de Gavidia, y más aún el de Salarrué, ambos, intérpretes de las casas nuestras, de la salvadoreñidad en ciernes” (“Palabras en homenaje a Salarrué”, publicado en La Pájara Pinta)

Por Luis Alvarenga |

Salarrué, quien tiene un lugar especial en el corazón literario salvadoreño, fue un hombre del Renacimiento. No es esto un elogio desmedido. Los grandes artistas y humanistas del Renacimiento europeo, como se sabe, distaban mucho del tipo de intelectual letrado moderno. Este último se dedica a cultivar una determinada rama del conocimiento e, incluso, una porción o molécula dentro de dicha especialidad. Nada más alejado de ese intelectual-especialista que tiene una mirada fija en una región de la realidad, que la del sabio renacentista, que cultivaba las artes plásticas, la ciencia, la política, la literatura, las humanidades clásicas… A lo mejor haya algo de mítico en esto, a lo mejor también el desarrollo del conocimiento posibilitaba para estos talantes intelectuales semejante mirada abarcadora de la realidad. Pero también es cierto que este perfil intelectual fue una aspiración viva para muchas mujeres y hombres que se habían dedicado a la reflexión y a la creación.


Podríamos aventurar que en el panorama intelectual de El Salvador de la primera mitad del siglo XX hay dos nombres que tienen este perfil renacentista: Gavidia y Salarrué. Ambos son creadores y “meditadores”, por así decir, polifacéticos. Gavidia tiene una raíz filosófica, de búsqueda racional de la realidad, que vertebra y da coherencia a sus múltiples concreciones e inquietudes intelectuales. La raigambre de Salarrué es poética, espiritual, intuitiva. Ambos encarnan esa búsqueda por aproximarse a la profundidad de lo real: Ora por la vía de la razón filosófica, como Gavidia; ora por el camino de la razón poética (recuerden a María Zambrano) como el gran sonámbulo cuyo nombre es Salarrué.


La suya, parafraseando el título de la gran novela de Yolanda Oreamuno, no es la “ruta de la evasión”. El juicio del crítico argentino Enrique Anderson Imbert, que citamos al principio de estas líneas, no lo sentimos como despreciativo. Es una mirada intuitiva, que penetra en la realidad salvadoreña por medio del arte y la mística, ambas formas de dar cuenta de la realidad que se encuentran fuertemente vinculadas entre sí, como lo prueba la gran tradición poética de san Juan de la Cruz o santa Teresa de Ávila. Es muy acertado el juicio de Ítalo López Vallecillo con motivo del homenaje de la Academia Salvadoreña de la Lengua, ofrecido a Salarrué y a Claudia Lars, el 4 de junio de 1969, que reproducimos aquí:


“Salarrué es el escritor, el artista más completo de EI Salvador. Poeta, cuentista, pintor, novelista, escultor; su labor sorprende en este país donde muy pocos se interesan por la cultura y donde eI hombre de ideas, el escritor, es siempre un sospecho, cuando no una persona tenida por chiflada o extravagante, y, últimamente, es mi deber decirlo, como elemento perturbador, agitador de la buenísima conciencia de nuestra sociedad. Sorprende el caso de Gavidia, y más aún el de Salarrué, ambos, intérpretes de las casas nuestras, de la salvadoreñidad en ciernes” (“Palabras en homenaje a Salarrué”, publicado en La Pájara Pinta).


El mismo López Vallecillos retrata a Salarrué como un hombre sencillo, pleno en su realización como artista más allá del dinero, que nunca tuvo en abundancia -600 dólares al mes fue lo más que ganó en su vida, y eso durante su tiempo como agregado cultural en Nueva York-; más allá también de los “prestigios ganados a base de publicidad lábil y engañosa”, como dice López Vallecillos. La suya fue, más bien, una vida basada en el amor a la literatura, a la maravilla de contar historias, de recrear la realidad a través de imágenes, ya sean imágenes hechas de palabras o de formas, colores, luces y sombras. Cuenta Hugo Lindo, en el prólogo al primer volumen de sus Obras escogidas, que a Salarrué, cuando era niño, no le gustaban los juegos corporales, bruscos. Se entretenía, más bien, contando relatos a otros niños. “Contar fue desde siempre su modo de resistir en el mundo”, escribió Sergio Ramírez en la antología El ángel del espejo (Colección Biblioteca Ayacucho, 1977). “Y desde esa resistencia solitaria, su obra narrativa vindica el oficio de escritor en Centroamérica”, sentencia Ramírez, en palabras que acaso también podrían resultar premonitorias acerca de su destino personal y el de otros escritores de su país y Centroamérica.


Vayan estas líneas en celebración de la obra múltiple de este hombre que caminaba como dormido, pero con la conciencia despierta. Con los actuales recursos tecnológicos, podemos aproximarnos más a su obra a partir de la Colección Virtual Salarrué, que se encuentra en el repositorio virtual de la UCA. La colección, que reúne fotografías, revistas y otros materiales del autor, fue coordinada por el historiador Sajid Herrera y contó con la valiosa labor de investigación del poeta Miguel Huezo Mixco. Puede consultarse en: https://docs.google.com/document/d/1J_9_SiH-wShINYSielSYBX-tZ_M1yRO04jsGS3paK6I/edit#.

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