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Triste estoy porque mi estrella muere al salir el sol

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Por Carlos Balaguer |

Los rhunos sobrevivientes al holocausto se dispersaron en las profundidades de los montes de fuego. Lacsmi -en sus años dorados de amor y felicidad- había tenido razón al decir a su amado que era mejor olvidarse del mañana para recordar la dulzura del presente. Porque -según ella- era la única miel que llegábamos a poseer. “Vive este día porque es vida -le aconsejaba, citando un proverbio sagrado de su tribu. La verdadera vida de la vida. En su breve transcurso verás desfilar ante tus ojos las cosas grandes y pequeñas; las cosas breves y eternas; las luminosidades y oscuridades; lo tuyo y lo ajeno; lo feliz y lo triste; lo posible y lo imposible; lo divino y lo profano; lo bello y lo feo; lo cierto y lo irreal. El ayer es sólo un sueño y el mañana una ilusión. Pero el hoy -bien vivido- hace de cada ayer un sueño de amor y de cada mañana una ilusión de esperanza.” Pero -al igual que el legendario cazador de astros, esfinges y gacelas- Susmitananda sabía que el destino de los hombres era decir adiós, en cada lugar que fueran en las lejanías de su largo andar. Entonces -abrazando a su amada con apremio- sus ojos se llenaban de lágrimas, a pesar de tener en sus brazos la felicidad. “¿Por qué lloras mi amado?” -preguntaba intrigada la bella montañés. “¡Es porque mi estrella muere cuando nace el sol y nuevamente tengo que decirle adiós!” respondía aquel, mirando al infinito de sí mismo. (LXXXV) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>

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