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Ante la incertidumbre, ¡más educación!

Ahora es el momento de enseñar a las nuevas generaciones a ser resilientes y creativas, fomentando un desarrollo con un fuerte enfoque humanístico. Incluso podríamos asistir al renacimiento de las artes liberales, fundamentales en la educación occidental desde sus orígenes.

Por Juan José Fortín-Magaña F

Recientemente he estado escribiendo sobre la naturaleza y el alcance de la Inteligencia Artificial. Entre esas cosas he discutido cuál debería ser nuestra respuesta como individuos ante aquélla y cómo beneficiarse de ella, así como también los límites metafísicos de la misma. Sin embargo, esta vez quiero tomar un enfoque más práctico y hablar sobre un elemento del presente y el futuro próximo, que debe empezar a evaluarse y que para mí es fundamental para marcar el futuro de nuestras sociedades: la educación en un mundo de inteligencia artificial.


Desde la aparición de internet y las computadoras, la educación ha experimentado un cambio drástico, pasando de la necesidad de buscar información exclusivamente en bibliotecas a tener acceso instantáneo a un vasto mar de datos a través de Wikipedia y Google. Estos cambios ya habían presentado desafíos en la educación, como controlar el plagio y adaptar los incentivos para promover el esfuerzo, además de reconsiderar qué habilidades son verdaderamente necesarias en un mundo donde el acceso a la información es instantáneo. Sin embargo, parece que ese cambio tan drástico se quedó corto con la revolución que significa la IA en la educación.


Ahora, la IA amenaza con reemplazar no solo las habilidades de investigación de las personas sino también la necesidad de sintetizar y analizar información. Herramientas como ChatGPTpueden elaborar ensayos completos o responder preguntas complejas de tareas escolares y universitarias en segundos, con una calidad de redacción impecable. Pero el desafío de la IA no se limita solo a la metodología de enseñanza; afecta también la creación del contenido escolar y currículos, llevándonos a preguntarnos ¿qué habilidades serán necesarias en un mundo donde todo esté bastante automatizado y la IA esté integrada a casi todos los trabajos? ¿Qué tal si las materias que estudiamos terminan siendo desfasadas y esos trabajos quedan obsoletos? Ante tal incertidumbre, ¿vale la pena estudiar?


Frente a esta interrogante, que ya es tema de discusión en la academia y foros internacionales, sostengo que la respuesta es clara: necesitamos más educación, no menos. Pero es imperativo abandonar la visión utilitaria que hemos tenido hasta ahora de la educación, para adoptar un enfoque centrado en la formación integral. La educación debe permitir a las personas desarrollarse y alcanzar un mayor nivel de completitud, donde la capacidad de pensar de manera abstracta y creativa sea tan valorada como tener un criterio ético sólido y la disciplina para enfrentarse a un mundo lleno de distracciones.


Memorizar toneladas de información ya no será esencial en el futuro (probablemente ya no lo era), pero sí lo será poseer las capacidades cognitivas vinculadas a la memoria. Asimismo, aunque las tecnologías puedan realizar ecuaciones complejas sin dificultad, no debemos dejar de enseñar la lógica detrás de estas operaciones matemáticas. Podremos tener herramientas que redacten textos por nosotros, pero la habilidad de saber comunicarse, argumentar y razonar jamás dejarán de ser necesarias.


Las ocupaciones pueden transformarse, pero los talentos y capacidades que definen a un buen profesional permanecerán. Ahora es el momento de enseñar a las nuevas generaciones a ser resilientes y creativas, fomentando un desarrollo con un fuerte enfoque humanístico. Incluso podríamos asistir al renacimiento de las artes liberales, fundamentales en la educación occidental desde sus orígenes. Precisamente porque la IA puede asistirnos, pero no reemplazar nuestra intencionalidad, es crucial comprender los desafíos futuros y asegurar que quienes lideren las generaciones venideras utilicen estas tecnologías para el bien de la humanidad.


Ni la educación escolar ni la universitaria pueden garantizar el éxito laboral en el futuro, tal como, en realidad, no lo hacían hasta ahora. Sin embargo, serán cruciales para que las personas no solo sean capaces de trabajar y ganarse la vida, sino también para que encuentren felicidad en un mundo que nos empuja hacia la complacencia y el confort. Noah Harari, en una entrevista reciente, señalaba nuestra incapacidad para predecir con certeza qué conocimientos serán relevantes para la próxima generación en veinte años. Pero se me ocurren muchísimas que seguirán siendo relevantes hoy mañana y siempre: filosofía, historia, ética, lógica, literatura, arte, música, matemáticas, lenguaje, ciencias… etcétera. No en vano Platón, Aristóteles, Newton, Pitágoras, Mozart, Da Vinci o Cervantes llevan muertos cientos de años, pero su sabiduría y creaciones siguen siendo tan necesarias como lo fueron en su tiempo.

Precisamente, lo que debemos hacer es abandonar ese enfoque utilitarista de la educación y valorar formar personas integrales y no solo empleados de corporaciones.


Es probable que la IA traiga consigo muchas cosas buenas y adelantos increíbles, pero también mucho sufrimiento a un mundo que de por sí ya tiene muchos problemas. Ante este escenario de incertidumbre tenemos que apostar por más educación, pero no una orientada solo a ser mano de obra de los empleos del futuro, sino una que cree a las mentes y personas que hagan un mejor futuro, una que forme y no solo eduque.


Lic. en Economía y Negocios, Master en Psicología y Comportamiento del Consumidor

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Inteligencia Artificial Opinión

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