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Las iglesias evangélicas y el Estado

Entendida así la Iglesia no puede tener una relación con ningún Estado, porque se trata de una entidad meta histórica y universal en tanto que todos los Estados están limitados a un tiempo y lugares específicos.

Por Mario Vega

Las iglesias evangélicas son una realidad históricamente reciente en El Salvador. De acuerdo con nuevas investigaciones, los primeros indicios de labor evangelizadora se ubican en 1856 con el trabajo del misionero inglés Frederick Crowe en San Miguel. Desde entonces, las iglesias evangélicas fueron ganando terreno hasta ocupar en el presente un espacio social importante. Al resultar socialmente significativas, comenzaron a ser del interés de los partidos políticos. En la medida que las iglesias fueron siendo solicitadas, cobraron conciencia de su rol en el ámbito político. Lastimosamente, esa conciencia no surgió de una reflexión a partir del Evangelio sino de los oportunismos electorales.


Las elecciones presidenciales de 2003 fueron la ocasión cuando mayor cantidad de pastores se decantaron por uno de los candidatos, que al final resultó ganador, en una relación de réditos mutuos. La fórmula despertó el interés de otros políticos que se sumaron al asedio proselitista de los evangélicos. Algunos pastores e iglesias hicieron así su primera incursión en política, pero desgraciadamente, desde el arribismo. Otros, en cambio, fueron movidos a preguntarse seriamente: ¿Cuál debe ser el papel de la Iglesia frente al Estado? ¿Qué tipo de relación debe entablar con el Estado de acuerdo con las Escrituras? ¿O no se puede dar ninguna relación? Y si se da ¿qué características deberá tener su participación y compromiso? Tratemos de responder a ellas.


Al preguntarnos sobre las relaciones entre la iglesia y el Estado debemos en primer lugar definir qué es la Iglesia. La palabra “iglesia” aparece en el Nuevo Testamento 115 veces. De ellas, 95 veces se usa para referirse a una iglesia local. Las otras 20 veces se refiere a la iglesia en un sentido místico, como Cuerpo de Cristo. En este último sentido, la Iglesia es una entidad meta histórica. Es decir, va más allá del tiempo y del espacio. Ella nació el día de Pentecostés y su presencia en la tierra terminará con la parusía. Lleva aproximadamente dos milenios y, desde ese punto de vista, es atemporal. Pero, además, no está circunscrita a un lugar específico sino generalizada en muchos lugares del planeta donde ha tenido mayor o menor presencia. Entendida así la Iglesia no puede tener una relación con ningún Estado, porque se trata de una entidad meta histórica y universal en tanto que todos los Estados están limitados a un tiempo y lugares específicos.


Pero, desde el otro sentido de “iglesia”, el más frecuente, como una asamblea local, la relación se vuelve posible. Las iglesias locales están basadas en un lugar geográfico específico, en un momento de la historia. Comparten un mismo lugar y tiempo con un gobierno político. Al existir convivencia espacial y temporal, la relación se establece de manera necesaria. Esto va más allá de los deseos de esas iglesias locales, pues sean cuales sean sus ideas de si se debe o no tener una relación con el Estado, ésta siempre quedará establecida. Por ejemplo, las iglesias que piensan que no deben tener ninguna relación con el Estado, la tienen desde el momento en que deciden no involucrarse. La indiferencia o la neutralidad son ya maneras de relación dentro de un Estado y la historia ha mostrado que tales posiciones, a la larga, terminan siendo las más riesgosas y dañinas.


Por su parte, las que piensan que sí deben relacionarse lo pueden hacer para bien o para mal. Todo depende de los paradigmas sobre los que se pretende establecer esa relación. Eso nos conduce al elemento más importante: el aspecto ético de la interacción. Esta discusión ha tenido una historia de siglos. Incluye la discusión sobre si el Estado debe ser cabeza de la Iglesia o si la Iglesia debe ser cabeza del Estado. Quedaron atrás los tiempos cuando los papas coronaban a los emperadores, pero siguen los tiempos cuando, por ejemplo, el rey se convierte en el gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra. No obstante, la discusión ha sido zanjada sobre la base del principio de separación de Iglesia-Estado. De acuerdo con este principio, el Estado no interviene en los asuntos de las iglesias y éstas no intervienen en los asuntos del Estado. Pero esto no implica la anulación de las relaciones; por el contrario, es la base para construirlas. Sobre este tema continuaremos la próxima semana.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Iglesia Evangélica Opinión

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