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Los diferentes mundos del inicio y del fin de la guerra en El Salvador

La Guerra Fría, que había dominado el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, estaba llegando a su fin. El Salvador no tenía gran importancia estratégica, pero sus problemas internos pasaron a ser parte de esa Guerra Fría, en parte por teorías como la del dominó, inspirada del juego de mesa, que consideraba que la caída de un país conduciría inevitablemente a la caída de otros países, con el consiguiente éxito de la expansión del comunismo internacional.

Por Francisco Galindo Vélez

En 1989, la realidad del mundo y de El Salvador eran muy diferentes de lo que habían sido en 1980, el año que dicen los expertos comenzó la guerra. Ahora bien, si se consideran también sus prolegómenos, es decir, el tiempo que llevó construir la guerra, entonces fue bastante más larga. En todo caso, para 1989 la guerra se había hecho muy larga, la población estaba cansada de tanta sangre y muerte, de la indecible violencia y sufrimiento y de la indescriptible destrucción. La población salvadoreña quería la paz. 

Para las partes en conflicto, aunque algunos todavía se negaban a aceptarlo, ya estaba claro que la guerra como opción estratégica había llegado a su fin, pues ya ninguna de las dos podía pensar en una victoria militar, pese a que había suficientes armas para continuar la guerra durante algún tiempo.

La Guerra Fría, que había dominado el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, estaba llegando a su fin. El Salvador no tenía gran importancia estratégica, pero sus problemas internos pasaron a ser parte de esa Guerra Fría, en parte por teorías como la del dominó, inspirada del juego de mesa, que consideraba que la caída de un país conduciría inevitablemente a la caída de otros países, con el consiguiente éxito de la expansión del comunismo internacional. Desde esa perspectiva, Cuba había caído en 1959 y Nicaragua en 1979, y si no se detenía esa expansión la caída de El Salvador y de otros países en la región sería solo una cuestión de tiempo.  En aquella época, vale recordar, algunos coreaban: “Si Nicaragua venció El Salvador vencerá, Guatemala le seguirá, Honduras no aguantará, y Centroamérica libre será”.

El fin de la Guerra Fría permitió a los Estados Unidos cambiar su política de la “línea en la arena” contra la expansión del comunismo que había anunciado el presidente Ronald Reagan, para brindar un apoyo primordial a un acuerdo negociado. Comprendieron que en la nueva realidad mundial la instalación de un gobierno revolucionario que les fuera hostil no era inminente, y, de esa manera, tuvieron un papel fundamental para convencer a sus aliados salvadoreños de la importancia de negociar el fin de la guerra.

Así las cosas, como afirma Barbara Messing en su artículo titulado El Salvador, parte del libro que editaron Melaine Greenberg, John H. Barton y Margaret E. McGuiness, Words Over War (que puede traducirse libremente como palabras sobre la guerra, publicado el año 2000), la administración del presidente George H. Bush hizo saber a los funcionarios salvadoreños que la mengua de la Guerra Fría, y los cambios que acaecían en Europa oriental, hacían poco probable que el Congreso siguiera proporcionando ayuda al nivel de los años 80. El papel del Congreso de los Estados Unidos había sido significativo a lo largo de la guerra, estableciendo requisitos para la aprobación de la ayuda a El Salvador y limitando el número de asesores militares estadounidenses en el país, pero en 1989 también recibía fuerte presión de buena parte de la población que estaba indignada por el asesinato de los padres jesuitas, su colaboradora y su hija adolescente.

Además, la invasión de Panamá en diciembre de 1989 y la derrota electoral de los sandinistas en Nicaragua en febrero de 1990, habían eliminado cualquier sospecha de amenaza regional, y el gobierno estadounidense no podía justificar la continuación de su anterior política en El Salvador. En su intervención ante el Congreso en febrero de 1990, el secretario de Estado James A. Baker marcó claramente el cambio de política al manifestarse favorable a una solución negociada al conflicto. Ante estos cambios, el gobierno y las fuerzas armadas de El Salvador se vieron obligados a ser flexibles porque la presión del Congreso y del gobierno de los Estados Unidos era enjundiosa.

Por su parte, la Unión Soviética, como resalta Francisco A. Blandón en su escrito El Salvador: An Example of Conflict Resolution (El Salvador, un ejemplo de resolución de conflictos, de junio de 1995), la Unión Soviética le había hecho saber al FMLN que no debía contar con su apoyo si, por alguna razón, lograba tomar el poder en El Salvador. Durante una visita a Managua, el ministro soviético de Asuntos Exteriores había dicho al FMLN que apoyaban las iniciativas de resolución negociada del conflicto y que no seguirían apoyando movimientos revolucionarios. Igualmente, como señala Frida Ghitis en su libro The End of Revolution: A Changing World in the Age of Television (El fin de las revoluciones, un mundo cambiante en la era de la televisión, de 2001), el presidente Mijaíl Gorbachov había confirmado a líderes del FMLN que se habían entrenado en la Unión Soviética y que habían contado con un importante patrocinio financiero de Moscú, que si llegaban al poder no recibirían apoyo de la Unión Soviética.

Agrega que la “ofensiva hasta el tope” que lanzó el FMLN en noviembre de 1989 había sido una revelación, pues había mostrado la capacidad militar de ambas partes, pero, sobre todo, había demostrado que no había victoria militar posible para ninguna de ellas. Añade que también había sido una revelación para la administración de presidente Bush, los militares estadounidenses y el gobierno salvadoreño, ya que había acabado con cualquier ilusión de que el FMLN se estuviera desvaneciendo como fuerza militar. Aunque había un sentimiento de que la ofensiva le había costado mucho, también había una creciente convicción de que continuar con una estrategia militar para derrotar al FMLN no produciría resultados significativos durante varios años. Finalmente, considera que la derrota electoral de los sandinistas en Nicaragua había significado: (1) para el FMLN, la pérdida de uno de sus principales apoyos; (2) para los Estados Unidos, la posibilidad de acelerar cambios en su política hacia Centroamérica; y (3) para el pueblo salvadoreño, un ejemplo de la capacidad de encontrar la paz después de años de conflicto.

Así las cosas, para 1989 tanto el gobierno como el FMLN tenían claro que la única alternativa realista para terminar la guerra era un acuerdo negociado. Los expertos en resolución de conflicto tienen dos conceptos que vale la pena recordar: el punto de “madurez” de los conflictos que desarrolló el profesor William Zartman, que consiste en que los beligerantes finalmente llegan a un impase en el que solo pueden hacerse más y más  daño sin ninguna perspectiva de lograr una ventaja militar sobre el adversario; y BATNA, que significa best alternative to a negotiated agreement, traducido al español como la mejor alternativa a un acuerdo negociado (MAAN), que desarrollaron los profesores de la Universidad de Harvard Roger Fisher y William Udry, y que consiste en analizar las alternativas para definir cuál es la mejor, y en el caso de El Salvador, la continuación de la guerra no era la mejor alternativa.

En su discurso de toma de posesión de 1º de junio de 1989, el presidente Alfredo Cristiani declaró: “La Constitución le ordena al Presidente de la República procurar la armonía social en el país. Cumpliremos escrupulosamente ese mandato, buscando entendimientos legales y políticos con todos los sectores. El FMLN es uno de esos sectores, y buscaremos de inmediato entrar en contacto con ellos, no para plantearles propuestas a fin de que ellos hagan contra-propuestas, y continuar un juego sin fin, que solo sirve de ejercicio propagandístico”.

En ese mismo discurso declaró: “No estamos buscando la rendición de nadie, pero tampoco podemos aceptar que la armonía social se base en la violación de la Ley”.  Además, anunció las bases fundamentales para la negociación:

  • “Analizar los mecanismos prácticos que puedan ser los más factibles para impulsar un diálogo permanente”.
  • Constituir una Comisión de Diálogo que entre “en contacto con las personas que designe el FMLN, a fin de que se constituya un organismo de trabajo que estudie, según el programa previamente acordado por ambas partes, los puntos necesarios para lograr la incorporación de todas las fuerzas del país a la vida pacífica y a los mecanismos de la democracia representativa”.
  • “Señalar, como uno de los principios fundamentales que, una vez iniciado el Diálogo, según la calendarización convenida, no se suspenderá unilateralmente por ningún motivo”. Esto se puso a prueba apenas 8 días después, el 9 de junio de 1989, cuando saboteadores de la negociación asesinaron al ministro de la Presidencia José Antonio Rodríguez Porth, pero no lograron su objetivo de descarrilar el proceso que apenas empezaba.
  • “Proponer desde ya, que, para la mayor libertad de Diálogo, así como los acuerdos de mecanismo previo, el trabajo entre las partes, al menos durante un tiempo prudencial, se realice fuera de El Salvador de ser posible en países hermanos de Centro América”.

El cambio de la realidad mundial significó que las posiciones de la Guerra Fría no determinarían la negociación de la paz, como había sido el caso en intentos anteriores, y que era posible un acuerdo de otra naturaleza, algo más creativo, algo que no solo significara el fin de la guerra, sino que también enrumbara el país por la senda de la democracia y el desarrollo, algo que francamente cambiara el país.

Exembajador de El Salvador en Francia y Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México. También fue jurado del premio literario Le Prix des Ambassadeurs en París, Francia.

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