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A hombros de gigantes

A un “utilitarista e inmediatista” le resulta difícil pensar en el beneficio que pueda traer al país la ciencia y educación del pueblo. A ellos les resultaría interesante saber que los aportes de Einstein, Planck, Bohr, Schrödinger o Heisenberg, que desarrollaron los fundamentos de la Mecánica Cuántica, permitieron que, años después, se crearan los transistores, las computadoras y los smartphones, generando miles de millones de dólares en ventas.

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Dijo Newton que “él había visto más allá” porque viajaba “a hombros de gigantes”. Se refería a que en la ciencia cada generación aprovecha -para ampliar o corregir- el conocimiento obtenido por generaciones anteriores. El conocimiento científico es un río que fluye de abuelos, padres y nietos. Es un flujo de conocimiento que no debe detenerse, lo que es más fácil decir que hacer en un país pobre como el nuestro, en donde se recorta el presupuesto de educación mientras se destina un importante porcentaje de nuestras escuálidas finanzas públicas para armas y cárceles.

Más allá de los discursos de los políticos de todo color e ideología que han gobernado esta pequeña y sufrida República, la realidad es que la ciencia siempre ha ocupado un tímido, gris, pequeño y poco relevante lugar en los pensamientos y obras de nuestros gobernantes. Algo muy curioso es que la misma empresa privada salvadoreña invierta poco o nada en desarrollo científico dentro de sus corporaciones. Huérfana de padre y madre, la ciencia en El Salvador es un niño pequeño, pobre y famélico, vestido con ropas de domingo, cargando una maleta con escasas pertenencias, sentado en la última línea del vagón de un tren que no va para ninguna parte.

Nuestro país fue reducido -desde hace generaciones- a un lugar a donde se desprecia al académico y se privilegia al “vivo” y al “conectado”. Medramos en un ecosistema mercantilista a donde esculpimos nuestro propio Becerro de Oro en forma de un hibrido ser, entre dólar y bitcoin, para adorarlo y caer de hinojos antes él. Nos hemos educado -sobre todas las cosas- a dedicar nuestro intelecto y energía en todo lo que produzca dinero. Hacer dinero es nuestra Meca, el Norte de nuestra brújula… y entre más rápido seamos ricos, mejor.

Para llegar a esa meta cualquier camino, forma y método resulta válido y, con tal de conseguirlo, hacemos que nuestros principios y valores sean desechables y/o intercambiables, o como decía Groucho Marx: “Estos son mis valores y principios…si no le gustan, también tengo otros que le puedo mostrar”. En este enrarecido ambiente, no es de extrañar que el jardín a donde crece la academia, las artes y la ciencia en el país, hoy por hoy, lo que abunde es maleza. Cuidarlo y abonarlo requiere recursos y no se vislumbra en el horizonte ningún mecenas que considere que valga la pena invertir sus recursos en un activo intangible, como lo es el conocimiento, cuando es dudoso el rédito que se puede obtener de él.

Ante un panorama tan poco halagüeño, no es de extrañar que nuestros jóvenes, cuando se les pregunta sobre sus aspiraciones futuras, sueñen con ser “youtubers, influencers, tiktokers”… mientras que los que desean desarrollar una carrera en ciencias, artes o profesiones liberales enfocadas en las ciencias, no tengan más remedio que meter sus sueños en una maleta y buscar un futuro en otro país, lo cual no deja de ser una pena ya que, a la par de que a la migración irregular, se suma la migración regular de jóvenes que migran con todos sus papeles en regla, para ir a vivir un sueño académico que no pueden alcanzar en El Salvador.

La migración irregular nos priva de mano de obra calificada, de empresarios en potencia y de gente buena y trabajadora, prueba de ellos son los millones de dólares mensuales que recibimos en remesas, provenientes de miles y miles de incansables manos salvadoreñas que, no en pocos casos, florecen en los países de acogida y, en una sola generación, crean considerables fortunas con su solo esfuerzo y dedicación, pero… ¿Por qué no se puede hacer eso en el salvador? Esa pregunta flota en el ambiente y hoy por hoy nadie parece tener una respuesta coherente a la misma.

Todo padre responsable que lea esta columna estará de acuerdo conmigo de los enormes y considerables gastos que implica dar una esmerada educación a nuestros hijos. Asimismo, todo padre que ama a sus hijos conoce el dolor de la separación, una separación que -muy probablemente- será definitiva. Pero más allá del drama familiar, resulta irónico que nos esforcemos tanto en brindar una educación esmerada a nuestros hijos… solo para que vayan a hacer “más grande” a otros países, en vez de quedarse en el nuestro, en donde ellos podrían contribuir a su desarrollo… si se les diera la oportunidad.

A un “utilitarista e inmediatista” le resulta difícil pensar en el beneficio que pueda traer al país la ciencia y educación del pueblo. A ellos les resultaría interesante saber que los aportes de Einstein, Planck, Bohr, Schrödinger o Heisenberg, que desarrollaron los fundamentos de la Mecánica Cuántica, permitieron que, años después, se crearan los transistores, las computadoras y los smartphones, generando miles de millones de dólares en ventas.

¿Cuántos genios potenciales tenemos en El Salvador a la espera que alguien crea en ellos y se les dé la oportunidad de estudiar para desarrollarse? Me temo que es una pregunta que no encontrará respuesta en muchos, muchos años.  

Abogado, master en leyes/@MaxMojica

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Educación Filosofía Opinión

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