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Guarida del hombre y la esfinge

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Por Carlos Balaguer |

“Eres hermana de mi corazón -dijo Kania a la flor del desierto. Él también es fugaz: seca un día en el infierno del erial y al año vuelve a florecer. Nos parió el mismo páramo. La diferencia es que tú tienes un lugar donde crecer y florear. Yo en cambio, tengo que vagar, buscando la vida eternamente sin sitio donde acampar. A ti te resguardan afiladas espinas, en cambio yo estoy desnudo. Sin abrigo ni gloria. Me cubro del frío con estos harapos de humanidad. Olvido el día que pasó y, al amanecer, lo vuelvo a recordar. Cada día recuerdo la vida y cada día la vuelvo a olvidar.” Vagando un día en los desfiladeros de Olín, Kania —el sin memoria— halló la antigua guarida de la esfinge. Allí encontró sus propios despojos y los de la pérfida cantora de enigmas fatales. También encontró unas máscaras de cuero. Eran máscaras de hombre y de esfinge. Las recogió y las puso en su rostro. Se vio en el espejo del agua y al fin recordó que era hombre y quimera. Llevó consigo aquellas máscaras del ayer, que solía usar constantemente a fin de volver a recordarse. (XIX) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>

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