Después de varios meses de andar, el legendario emisario de un desaparecido reino llegó a Ara. La apartada y maravillosa ciudad, escondida en lo profundo de la llanura de Uma. Su gente seguía colando —desde tiempos inmemoriales— las arenas del caudaloso Ares que arrastraban el oro de los montes lejanos. Quiso Mandares obtener un poco del preciado metal para su largo camino. Entonces encontró a una joven ariana, colando con su cedazo el dorado caudal. “¿De dónde vienes, joven viajero, que el color de tu piel es diferente a la nuestra, así como tu forma de mirar? ¿Eres acaso mercader o fugitivo?” -preguntó aquella. “Soy un errante emisario del imposible que llega desde los montes lejanos. Busco la tierra de los hombres del sol, y llevo además la profecía de la esfinge...” “¿Quién es la esfinge, extraño peregrino?” -inquirió intrigada la nativa ariana. “Es una fiera inaudita -respondió Mandares. Un día te asalta en las vueltas del camino, en donde te espera la divina cantora para formularte su fatal acertijo. Es cuando te juegas la vida y la victoria.” Luego el mensajero rhuno agregó: “En el desierto de la existencia ocurre lo mismo. Tarde o temprano la fiera fabulosa del destino te plantea el sombrío enigma de su adivinanza. De tu respuesta y descifrado depende tu devenir.” (XCIII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Emisario de un perdido reino arriba al caudaloso Ares
.