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La Transfiguración

No necesitamos frías procesiones, lo que debemos buscar en nuestro corazón es a Jesús, desde cualquier lugar en que vivamos o laboremos. Debemos dar vida a la fe con obras, buscando que la imagen que se carga cada cinco de agosto sea la de nuestros hermanos más necesitados y entonces sí poder vivir una real transfiguración.

Por Ricardo Lara
Médico

Se lee: “indudablemente, el propósito de la Transfiguración de Cristo en al menos una parte de Su gloria celestial fue para que el “círculo íntimo” de Sus discípulos pudiera tener una mayor comprensión de quien era Jesús. Cristo experimentó un cambio dramático en Su apariencia, con el fin de que los discípulos pudieran percibir Su gloria. Los discípulos, quienes solo lo habían conocido en Su cuerpo humano, ahora tenían una mayor conciencia de la divinidad de Cristo, aunque no podían comprenderla plenamente. Eso les dio la seguridad que necesitaban después de escuchar las terribles noticias de Su inminente muerte”.


¿Cuántos hemos muerto en vida para asumir una vida que agrade a Dios?

Como sociedad estamos en una deuda eterna con nuestro actuar, básicamente preferimos ritos externos a bucear en las profundidades de la fe. Es ahí donde está Jesús.


Estamos a por conmemorar la Transfiguración y el país atraviesa un calvario semejante a lo vivido por los israelitas para abandonar Egipto. Más parece que hemos deambulando por áridos desiertos y allí es donde me pregunto: ¿estamos preparados para la Transfiguración? ¿Vivimos en carne propia la Transfiguración?


Debemos respondernos con la mayor sinceridad. Parece que la religiosidad salvadoreña se divide, no en las Tres Divinas Personas sino en Semana Santa, las fiestas de agosto y las festividades navideñas, mientras seguimos vidas tan alejadas de Dios.


Se me ocurre que con solo el perdón si fuese nuestro lema, el país sería diferente. Al final, el que sufre no es el perdonado sino el que no ejecuta el perdón, es beber su propio veneno.

Creo que la sociedad salvadoreña debe perdonarse. Saber perdonar no es fácil pero es un imperativo para entender qué es lo que agrada a Dios. Lamentablemente vivimos en un cuadrilátero donde unos somos “los buenos” y aquellos “los malos”. Poco importa la iglesia que visitemos, es el rencor, el odio, el revanchismo lo que predomina y así como sociedad pero sobre todo como seres humanos siempre viviremos atrapados en un fango del que nos es difícil salir.
Transfigurar es renovarse, es dejar nuestros hábitos viejos, “morir al pecado” y buscar afanosamente las huellas de Jesús, seguir sus pisadas por más profundas y difíciles sea su andar, es dejar a un lado la “figura” y buscar ser humildes, volvernos sabuesos e identificar al pobre, saber dónde hay necesidades, llegar a ellas y dar soluciones tangibles. Más que duelan las rodillas de estar hincados, debemos meter nuestra mano al bolsillo y “transfigurar” una vida, ayudar a nuestro prójimo, nada difícil en este valle de lágrimas.


No logro entender cómo el desánimo gana terreno. Familias enteras alejadas de las iglesias. No pasamos de grupos de oración que más parecen tertulias entre vinos y postres; pero ¿que acaso esperamos una luz cegadora para creer en Dios?


No vayamos lejos. No es la fiesta agostina lo que traerá una conversión a nuestras vidas sino la entrega hacia nuestro hermano, el servicio al otro, pero antes de eso debe el perdón ser la base principal de la transfiguración.
Tal celebración no debe ser parte de un festejo mundano. Debemos comprender el nombre que llevamos, llamarnos El Salvador es una enorme responsabilidad y como tal cada salvadoreño debe ser un “salvador” de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestro prójimo y así que el nombre El Salvador sea nuestro segundo apellido, siempre prestos a vivir en áridos desiertos con tal de alcanzar la gloria y la guía de nuestro Jesús, el Divino Salvador por excelencia.


No necesitamos frías procesiones, lo que debemos buscar en nuestro corazón es a Jesús, desde cualquier lugar en que vivamos o laboremos. Debemos dar vida a la fe con obras, buscando que la imagen que se carga cada cinco de agosto sea la de nuestros hermanos más necesitados y entonces sí poder vivir una real transfiguración. Y como diría San Josemaría, “Señor nuestro, aquí nos tienes dispuestos a escuchar cuando quieras decirnos. Háblanos: estamos atentos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nuestra alma, inflame nuestra voluntad”.


Que el Divino Salvador del Mundo nos dé Su bendición a todos los salvadoreños.

Médico.

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