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El arte de Educar…

Los padres, por su parte, deben mantener el equilibrio entre el cariño y la disciplina. Explica Locke que muchos padres cometen el error de intentar hacerse amigos de sus hijos en la infancia y juventud; el equilibrio entre la afabilidad maternal o paternal y la exigencia es clave. Podemos ser amigos de nuestros hijos, pero antes somos padres y madres, sus educadores, tutores y guías.

Por Óscar Picardo Joao

John Locke en “Some Thoughts Concerning Education” (Algunas ideas sobre la educación), responde a la pregunta de un amigo sobre cómo educar a sus hijos; el documento alcanzó un éxito significativo desde el momento mismo de su publicación, en 1693, y ha sido un manual de referencia, tanto para la filosofía de la educación como para las prácticas domésticas en el contexto anglosajón.

Tal como lo señala Santiago Iñiguez de Onzoño, al comentar la obra de Locke: Muchos padres y madres creen que la responsabilidad educativa reside en las instituciones, colegios o escuelas, y en no pocos casos delegan la atención de sus hijos en smartphones, dispositivos tecnológicos, plataformas móviles y juegos digitales, por comodidad, por falta de tiempo o de recursos alternativos. Por otro lado, también está la adicción que se puede generar del uso incontrolado de las tecnologías desde edades muy tempranas.

Pero lo cierto, uno de los aportes de Locke, es que los primeros maestros (as), en dónde se juega todo, son los padres y madres, ya que desde los 0 a 6 años, momento fundamental de las plasticidad cerebral, en dónde se debe guiar y estimular el juego, el juguete, el garabateo, la imitación, está bajo la supervisión de los progenitores.

El segundo postulado indica que la educación es el mejor legado que se puede dar a los hijos y que está por encima de cualquier bien material que se les puedan transferir. Esa frase trillada y valiosa: “la educación es la mejor herencia”, sobre todo en contextos volátiles de transformación digital, en dónde los capitales y bienes desaparecen por circunstancias globales y especulativas. 

En opinión de Locke -salvando la distancia y los aportes de la genética y neurociencias-: Somos lo que adquirimos mediante la educación. Locke rechaza que nuestra manera de ser y comportarnos sea algo innato. Obviamente hay elementos genéticos, que Locke desconocía, pero sus argumentos sigue siendo válidos.

El concepto de “Tabula Rasa”, parte de la corriente empirista, que sostenía que la experiencia es el primer constituyente de cualquier conocimiento que se produzca en el ser humano. Esto lo reafirmó Locke en “An Essay Concerning Human Understanding” (1690). Un ensayo sobre el entendimiento humano es el punto de partida de la epistemología de corte antropológico y racional que quiebra el teocentrismo medieval.

Por otro lado, Locke explica que la educación de los hijos no consiste simplemente en prestarles atención o tiempo; utilizando una analogía clásica, explica que la educación de los hijos es un viaje, semejante a la travesía entre Scylla y Charibdis que narra Homero en “La Odisea”; es un viaje largo y lento, en dónde los detalles aparentemente insignificantes son importantes: el juego, el juguete, la imitación, el garabateo, nos referimos a los importantes los ritmos de la infancia.

Los padres, por su parte, deben mantener el equilibrio entre el cariño y la disciplina. Explica Locke que muchos padres cometen el error de intentar hacerse amigos de sus hijos en la infancia y juventud; el equilibrio entre la afabilidad maternal o paternal y la exigencia es clave. Podemos ser amigos de nuestros hijos, pero antes somos padres y madres, sus educadores, tutores y guías.

Llama la atención la condena de Locke del castigo físico como remedio para corregir las faltas de los niños, en un contexto histórico en el que esta práctica era frecuente (y ha continuado ejerciéndose hasta hace pocas décadas, debido a los métodos Lancasterianos). Solo admite el empleo de castigo físico en casos extremos de obstinación.

En vez de emplear castigos y recompensas –el garrote y la zanahoria–, explica el filósofo, es preferible recurrir al elogio en público cuando se realiza una buena acción o se muestran los méritos personales, y a la reprensión –a veces basta con una mirada– en privado, cuando los niños han actuado mal. Es interesante esta recomendación, que debemos suscribir también para formar la voluntad y evitar los espirales de violencia.

Partiendo de la máxima de Juvenal, mens sana in corpore sano («una mente sana en un cuerpo sano»), formula diversas recomendaciones relacionadas con la necesidad del deporte, de la actividad al aire libre y de una dieta equilibrada.

Es interesante la defensa que hace de la natación, como practica que desarrolla el cuerpo y la personalidad. Cita la expresión que los romanos utilizaban para describir a los mal educados: “nec literas nec natare” («ni tienen cultura ni saben nadar»). Recuerdo una anécdota que me contara hace años Ernesto Schiefelbein, ex ministro y profesor de Harvard: “En Japón los docentes reciben un curso para enseñar a nadar, ya que cuando uno da clases de natación queda claro el rol de quien enseña y de quién aprende; además no se puede copiar en el examen… y no hay escapatoria, o aprendes a nadar o de ahogas, no puedes medio aprender a nadar o pasar con nota de 5…”

En los planteamientos de Locke sobre nutrición se refleja su aprendizaje de la medicina en la Universidad de Oxford; sus conocimientos sobre las bondades del consumo de ciertos alimentos o de la adopción de hábitos de vida saludables se destilan a lo largo del libro.

Especialmente interesante es la defensa que Locke realiza del aprendizaje de un oficio o carrera, compatible con el estudio de las humanidades y las artes liberales, especialmente teniendo en cuenta que dirige sus recomendaciones a un aristócrata que vivía de las rentas. Aquí Locke es precursor del modelo de estudios adoptado en siglos posteriores por muchas universidades, que combina el estudio de disciplinas generalistas con la especialización destinada a la incorporación al mercado laboral tras la graduación.

Si hubiera que elegir un libro de lectura para los niños, especialmente en edades tempranas, Locke recomienda las Fábulas de Esopo. Un consejo válido, junto con la lectura de otros autores que son posteriores al pensador británico, y que han constituido una lectura muy formativa para muchos, como los cuentos de Hans Christian Andersen, comenta Santiago Iñiguez de Onzoño.

Educar es un arte, y el arte supone creatividad, expresión, imaginación y estética…

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu

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