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Pablo frente al imperio

Al igual que otros conceptos cristianos, no fue invención de Pablo. Ya existía siglos antes del cristianismo y tuvo su origen en las prácticas democráticas griegas.

Por Mario Vega

La crítica del imperio nace del estudio de la relación entre la política romana y las enseñanzas de los primeros cristianos plasmadas en el Nuevo Testamento. Como se ha dicho antes, el argumento más amplio no consiste en la sola similitud de los términos políticos de los romanos que fueron usados por los creyentes para aplicarlos a Jesús, sino en las enseñanzas más amplias y sustantivas del cristianismo. En la elaboración de lo que hoy conocemos como fe cristiana el apóstol Pablo jugó un papel esencial. Uno de sus aportes más significativos fue su concepción de la iglesia, un tema del cual Jesús casi no habló.

La idea de iglesia, al igual que otros conceptos cristianos, no fue invención de Pablo. Ya existía siglos antes del cristianismo y tuvo su origen en las prácticas democráticas griegas. De hecho, la palabra «iglesia» es una traducción del griego «ekklesía», que se usaba para designar a la reunión de los ciudadanos de pleno derecho para tomar decisiones comunales jurídicas o políticas.

La época de Pablo era caracterizada por una preponderancia del uso de la fuerza. El imperio romano entendía la paz como la imposición de su política, sus valores y sus intereses. Esa paz era garantizada por la fuerza militar que permeaba todo ámbito de la vida y era omnipresente. Cualquier persona que adversara lo dispuesto por el imperio era severamente reprimida. La crucifixión era uno de los instrumentos de escarmiento más utilizados para disuadir a los inconformes. La compasión y el perdón se consideraban sinónimos de debilidad. Por el contrario, la rudeza y la crueldad eran señales de virilidad y poder.

Inspirado por las enseñanzas de Jesús, Pablo reelaboró el concepto de ekklesía en torno a los valores de la compasión y el amor. Lo cual, se oponía radicalmente a los criterios de poder vigentes. Todos tenían parte en la asamblea cristiana, amos y siervos, ricos y pobres, hombres y mujeres, judíos y gentiles. En lugar del rechazo y la imposición Pablo recomendaba la tolerancia y la ayuda mutua. El resultado final fue una praxis religiosa y política que proponía una transformación profunda del orden imperial. La idea era que la asamblea cristiana se convirtiera en una alternativa diferente a las asambleas ciudadanas comunes. La incorporación a la iglesia se veía como el paso natural y lógico después de haber creído en Jesús, en consecuencia, ser cristiano equivalía a enfrentarse al sistema de valores que la práctica y propaganda romana proclamaban. La conversión no solo era en términos religiosos o espirituales sino sociales y políticos. Cualquier cosa diferente no era conversión.

Tal propuesta es lógicamente consistente, pues la vida humana no puede ser disociada, como hoy se hace, entre lo que se considera «espiritual» y «material», entre lo eclesiástico y lo social. El ser humano es uno solo y llevar una vida «espiritual» comprometida al mismo tiempo que una vida comunitaria de indiferencia o de no incumbencia es, a lo menos, inconsistente, por no decir hipócrita. Pablo urgía a los creyentes a adoptar un nuevo orden social y comunitario como garantía y signo de un auténtico seguimiento de Jesús y sus enseñanzas. Ni que decir que tales enseñanzas constituían un abierto enfrentamiento a las relaciones de poder y a la ideología de paz impuestas por la fuerza. Al igual que Jesús, Pablo lideró un movimiento contracultural que rechazaba los criterios en auge para ganar una conciencia propia: «No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar» (Romanos 12:2).

Las enseñanzas antisistema de Pablo fueron muy bien comprendidas por el aparato de dominación romano que aplicó al apóstol la pena máxima. Si Pablo fue decapitado no lo fue por sus enseñanzas sobre el perdón de pecados, el mesianismo de Jesús o la resurrección de los muertos, sino (entre otros) por su propuesta de una nueva ekklesía, que desafiaba al orden imperial. Un ejemplo que debe inspirar a los creyentes de hoy a no conformarse al mundo y sus tendencias, sino a ser fermento que se aferra a las enseñanzas de humanidad, solidaridad e inclusión. Valores que siempre deberían estar muy por arriba de la propaganda y el oportunismo desvergonzado de los políticos.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim

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Cristianismo Iglesias Internacional Opinión

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