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En la tierra como en el cielo

Ese individualismo puede conducir a descuidar a la misma familia, ya no se diga a la comunidad con la escuela y el centro de salud y, mucho más, al resto de la sociedad. De manera que Cristo es concebido como el rey del estrechísimo espacio de las paredes de la iglesia y totalmente desinteresado del resto del universo. En consecuencia, los creyentes no deben meterse en nada que no tenga que ver con la Biblia, la oración y los ángeles.

Por Mario Vega

Hay muchas maneras de entender el cristianismo. La combinación de factores culturales, educativos, teológicos, personales y la exposición a diferentes puntos de vista hace que la comprensión de la fe sea multifacética. A fuerza de tradición se pueden desarrollar conceptos que suelen llegar a ser muy rígidos sin ser nunca contrastados con la revelación de las Escrituras. De esa manera, se puede contar por verdad conceptos que, realmente, solo son interpretaciones incompletas o erradas del evangelio.

Una de esas concepciones es la de limitar el cristianismo al puro ámbito personal. El evangelio es un asunto de personas individuales que se cree o se rechaza. Una vez se ha creído, la persona se dedica a sus prácticas eclesiales. Cumple con sus devociones semanales y solo cuida de no cometer actos visibles de irreligiosidad. Una vez cubiertas las formas, no hay ninguna preocupación por marcar una diferencia con las maneras de pensar y actuar de los demás. El odio, la indiferencia, el desprecio hacia las personas y la no incumbencia se conservan en el corazón sin la menor vergüenza. El individualismo es extremo y su enfoque es en lo que llaman la vida «espiritual», la cual, se entiende como un marcado desentendimiento del entorno. Todo lo que no tiene que ver con su Iglesia es mundano y, en consecuencia, como creyente, nada tiene que ver con ello.

Ese individualismo puede conducir a descuidar a la misma familia, ya no se diga a la comunidad con la escuela y el centro de salud y, mucho más, al resto de la sociedad. De manera que Cristo es concebido como el rey del estrechísimo espacio de las paredes de la iglesia y totalmente desinteresado del resto del universo. En consecuencia, los creyentes no deben meterse en nada que no tenga que ver con la Biblia, la oración y los ángeles.

No obstante, las enseñanzas de Jesús fueron muy diferentes. Si bien fomentaban una recuperación de la comunión con el Padre, también enfatizaban una recuperación del prójimo con todo lo que afecta su vida. Por ejemplo, en el muy repetido padrenuestro, Jesús enseñó a orar: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». La enseñanza es contundente: la voluntad de Dios es que la tierra sea igual que el cielo. Cuando habla de «la tierra», no se refiere de ninguna manera a los edificios de la Iglesia, sino a la totalidad de la creación y al ser humano como parte de ella. El evangelio no solo es una exigencia de transformación para los borrachos y ladronzuelos sino también para la sociedad en general, para toda la tierra.

A Dios le interesa el manejo de la producción y distribución de los bienes, la cultura, el ejercicio del poder, la manera en que las sociedades se estructuran. En consecuencia, todos esos temas son de completa incumbencia para quienes se declaran seguidores de quien dijo que la voluntad de Dios debe ser hecha en la tierra tan plenamente como lo es en el cielo. Para ejercer su papel de «luz del mundo», la Iglesia debe ser capaz de influir con sus valores éticos en todos esos campos. La Iglesia debe avanzar de las capacidades evangelizadoras individuales a la elaboración de propuestas sociales basadas en los valores cristianos de compasión y solidaridad. Eso demanda de los cristianos las competencias que les permitan dar aportes sensatos y útiles en un mundo ególatra.

Pero el fermento del evangelio no se debe limitar tan solo a la elaboración de propuestas y sugerencias, sino a un compromiso sincero en los procesos que darán como resultado mejoras en el desarrollo humano. Las cosas en la tierra serán como en el cielo cuando los cristianos asuman como parte de la misión de Dios el aprender de las Escrituras, el practicar la koinonía, adorar, evangelizar y practicar la acción social. La tarea de la Iglesia es evangelizadora, formadora, profética, liberadora y pastoral. El evangelio debe ser proclamado completo, incluyendo sus implicaciones espirituales, físicas y sociopolíticas. Cuando existe un choque entre lo que Jesús pidió a sus seguidores y los conceptos irresponsables que se han vuelto tradición, sin duda, los creyentes deben optar por el regreso a la palabra de Dios.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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