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Lecciones brasileñas

Según una casa consultora, cuyos resultados han sido publicados en medios de comunicación: “la mitad de los electores que votan a Lula lo hacen para sacar a Bolsonaro. Y la mitad de los que votan a Bolsonaro lo hacen para que Lula no vuelva”.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Una nota del New York Times informa sobre las elecciones en Brasil del domingo pasado con un título bastante interesante: “Brasil elige a Lula y rechaza a Bolsonaro”. Interesante porque el periodista, con un porcentaje tan cerrado como 50.89 para el ganador y 49.11 para el perdedor, se atreve a poner eso del “rechazo”… Pero es que así funciona ahora la política, los medios, y la mentalidad de la gente: no hay términos medios. 

Aunque la mitad de Brasil haya votado por uno y la otra mitad por el otro, lo que se quiere oír es quién fue elegido por ¿todo? Brasil y quien rechazado. Lo saben los contendientes, lo saben los electores, lo saben los medios. Todos saben que en rigor no es así… pero no importa.

La ausencia de pensamiento y el recurso a la polarización del que han echado mano ambos candidatos durante las semanas de campaña electoral ha sido proverbial. Debido a esa visión distorsionada, los contendientes políticos terminaron por no verse como adversarios, como personas que representan una parte de la sociedad pues son abanderados de ideas y valores populares. No. Durante toda la campaña ambos vieron en el otro -y proyectaron esa visión a sus seguidores-, no solo un rival sino un enemigo político.

Con el enemigo no se dialoga, se combate. Al enemigo no se le respeta, se le desprecia. El “enemigo” ya no son los problemas sociales que quien se haga con la presidencia habrá de resolver… el enemigo es el otro, el diferente; y así el motor de la vida política deja de ser el ánimo de convivencia y su lugar lo ocupa, simplemente, el odio. 

De hecho, Bolsonaro planteó la campaña como una lucha entre el bien y el mal, se presentó como quien protegería los valores de los conservadores (que, según él, Lula estaba “empañado” en destruir). Mientras Lula le acusó repetidamente de “genocida” por su respuesta a la pandemia, y presentó las elecciones como el encuentro entre “la democracia y el fascismo”. Logrando, ambos, concentrar las filias y fobias de los electores en su persona y en la de su rival. 

En un ambiente así, los brasileños temieron ser agredidos por sus opiniones políticas; solamente los más sensatos vieron que todos esos insultos y descalificaciones no iban a detener la recesión económica imperante, ni a hacer que la tasa de desempleo deje de aumentar. Pero no importa, los sensatos son pocos y los que votan son muchos, y por eso los políticos hicieron que la elección pivotara en temas muy controversiales y de escasa relación con la situación del país. 

Hay, además, un tema muy importante: el telón de fondo de la campaña, no podía ser otro que la corrupción. Los dos candidatos se acusaronmutuamente de ser ladrones. Tanto que entre muchos electores se ha instalado una curiosa actitud. Esa que lleva a pensar que los actos de corrupción -demostrados y en algún caso judicializados- de “mi” candidato o de sus funcionarios no deben de ser tomados en cuenta… pero los de su rival no pueden ser tolerados. Curiosa pirueta mental que hace que haya corrupción “buena” y corrupción “mala”.

Según una casa consultora, cuyos resultados han sido publicados en medios de comunicación: “la mitad de los electores que votan a Lula lo hacen para sacar a Bolsonaro. Y la mitad de los que votan a Bolsonaro lo hacen para que Lula no vuelva”. 

Así las cosas, se atisban, al menos, dos peligros graves: el primero es que el ganador tendrá la mitad de Brasil (al menos de sus electores) en su contra, pues el hecho de tomar posesión no borrará ni los insultos, ni las calumnias, ni las difamaciones de campaña. Y el segundo es el daño hecho a la política como modo de resolver civilizadamente los problemas; un estropicio que es, como habrá colegido el lector, prácticamente irreparable.

Ingeniero/@carlosmayorare

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